Un español testigo de las revueltas en Tíbet

PILAR BERNAL 10/04/2008 00:19

Grupos de exaltados jóvenes tibetanos asaltaban los comercios de los que consideraban los ocupantes chinos, sacaban a sus moradores y prendían fuego a los edificios. La olla que llevaba décadas acumulando presión estalló, después de que unos días antes el ejército chino asesinara a varios monjes tibetanos que se manifestaban pacíficamente pidiendo el respeto por su cultura y sus tradiciones.

El turista madrileño, afincado en Barcelona, se encontró en medio de esa coyuntura y no dejó de grabar. Juan había viajado a la región autónoma después de toda una vida deseándolo, su gran ilusión iba a quedar marcada, sin embargo, por los peores disturbios de los últimos veinte años en la zona.

Es budista y había pasado el día visitando el palacio Potala (la antigua residencia del Dalai Lama) de regreso al hotel observó que los ánimos estaban caldeados, uno de los principales templos estaba cerrado: "Noté que pasaba algo. La gente se juntaba y el templo más importante estaba cerrado. La tensión se respiraba en el ambiente hasta que estalló". Grabó en su cámara doméstica los incidentes, compartió el desánimo con los tibetanos y también con los chinos, que habían sido víctimas de las agresiones, y se sintió auxiliado por unos y otros.

Durante la noche que siguió al primer día de enfrentamientos escuchó los disparos; más de una vez tuvo que soltar la cámara porque empezaban las cargas y los tiroteos. El momento de mayor tensión lo vivió cuando varios chinos bajaron de un vehículo y empezaron a disparar: "Salieron de una furgoneta blanca. Primero bajó un chino que era el dueño de una de las tiendas quemadas. Luego bajaron los demás. Eran cuatro o cinco chinos, armados, con casco, con chaleco antibalas y metralleta en mano. Empezaron a disparar".

Juan corrió como todos los que estaban en la calles en ese momento y se protegió en el hotel. "Saca fotos. Cuenta lo que estás viendo" era el mensaje que le trasladaban una y otra vez los tibetanos con los que se encontraba, retrátalo y cuéntalo. Él y otros dos turistas holandeses decidieron arriesgarse y abandonar el recinto del hotel, cada vez menos seguro, donde ya llegaban los gases lacrimógenos.

Volaron por las pequeñas callejuelas del barrio tibetano pero el avance se hacía difícil porque durante la noche los militares chinos habían sacado todo lo que había dentro de las casas y las calles estaban anegadas de objetos. Nadie sabía el número de víctimas tibetanas pero esa mañana ya se calculaba que había unos ochenta.

Al fin lograron escapar: "Nos recomendaban ir diciendo hello, hello, gritando que éramos turistas y moviendo los brazos. Nos decían que si no nos podrían disparar". Juan voló sano y salvo a España. Ahora sólo piensa en volver a Tíbet y continuar su viaje.