Un carnaval global a mitad de camino entre la tradición y la sofisticación

EFE 20/02/2009 11:28

"El carnaval de hace 30 años no tiene nada que ver con el de ahora, pues cuando se produjo el fin de la dictadura y éstos volvieron a estar permitidos la gente se ponía lo que tenía más a mano", recuerda Iñaki Becerra, empresario del sector.

Durante este tiempo, en el que Becerra se ha dedicado a la elaboración de carrozas y vestuarios, la sociedad se ha hecho más exigente, lo que ha obligado a que su trabajo sea más innovador.

Cada año, el carnaval celebra su cita con creatividad, pero como recuerda a Efe el etnólogo Antxon Aguirre, "la pervivencia de esta fiesta es el más antiguo de los vestigios precristianos que quedan" y su origen puede estar en las saturnales romanas.

Treinta días antes de estas fiestas, los soldados romanos elegían al más bello y le proclamaban rey, una autoridad que mantenía hasta el último día, cuando era obligado a suicidarse en el altar del dios Saturno.

"Aunque no haya sacrificio humano, este rito perdura y en muchos lugares el carnaval incluye la quema de una figura de paja", explica Aguirre, aunque también sugiere que el actual uso del fuego puede deberse a una "cuestión práctica", pues el día previo al miércoles de ceniza la gente hace una fogata para alumbrarse y aprovechar así las últimas horas.

"Para mí, el carnaval más sugerente es el que cualquiera puede realizar con sus medios, en su entorno y tal y como le guste", dice Aguirre, quien explica que a punto de empezar la primavera, parece que la gente quisiera sacrificar el invierno y olvidarse de él.

"Como ocurre ahora, siempre hubo un carnaval urbano de carrozas y oropeles y un carnaval rural en el que la gente desfila con los palos y los cencerros", relata este experto.

Para Becerra y su equipo de seis personas encargadas de diseñar las carrozas a partir de los gustos de peñas o comparsas, el carnaval es muy diferente según la zona de España y estos artesanos están obligados a conocer estas peculiaridades locales.

"Tenemos fiestas muy rurales como las del interior del País Vasco y un carnaval muy brasileño y espectacular en la costa mediterránea", cuenta Becerra, que reconoce haber recorrido la geografía nacional siguiendo las celebraciones de don Carnal y que trabajó incluso en Arabia Saudí en la preparación de un desfile.

El empresario recomienda el de Sitges (Barcelona), "pequeño pero muy espectacular y divertido", y el de Tolosa (Guipúzcoa), un carnaval muy participativo en el que se involucra alrededor del 70 por ciento de la población.

Las propias condiciones climáticas condicionan la celebración carnavalesca y marcan las diferencias en la península, pues -argumenta Becerra- "en el norte, el vestuario debe ser abrigado y las carrozas son más resistentes a la lluvia y el viento".

Por su parte, Aguirre sugiere entre los carnavales rurales el de Cintruénigo (Navarra), donde los "zarramuskeros", que visten buzos azules, ensucian con harina, agua o serrín a quien se muestre a cara descubierta.

Antaño, esta celebración suponía un desmadre, pues el ocultamiento del rostro permitía saltarse las normas durante una jornada y al mismo tiempo construir una unión entre unos participantes jóvenes que hacían gamberradas y se divertían con la permisividad de los adultos.

"La sociedad era tolerante con su fiesta porque siempre eran los primeros que salían a dar la cara cuando había problemas con los vecinos o visitaban el pueblo bandidos o lobos", aclara Aguirre.

Aguirre encuentra que los medios de comunicación tienen una influencia "impresionante" en los cambios experimentados por el carnaval, pero es el cine, a su juicio, "lo que marca la pauta en la elección de los disfraces y las carrozas".

"El hecho de que unas determinadas costumbres o influencias funcionen ayudan a que se consoliden como elementos clásicos y distintivos del carnaval de un pueblo", declara este miembro de la Sociedad de Estudios Aranzadi.

La incorporación de la mujer y los niños ha favorecido la universalización de una fiesta que durante siglos estuvo reservada al sexo masculino, aunque se niega a hablar de "travestismo" para referirse a la afición de disfrazarse de mujer, porque lo que pasaba era que lo más económico era cubrirse con ropas de la propia casa.