Los supervivientes de esta año parecen estar más espabilados que nunca. No sólo han sido los primeros en lograr hacer el fuego (ya sea de forma legal o ilegal), también nos ha sorprendido su capacidad a la hora de adaptarse a la supervivencia y de organizar en pocas horas un campamento digno de Robinson Crusoe. Aunque la organización del concurso decidió separar a los supervivientes en dos grupos, uno de chicas y otro de chicos, ambos parecen estar muy equilibrados en casi todas las técnicas. En todas menos en una: la pesca, en la que los hombre, al menos por el momento, han tenido mucha más suerte.
Tanto el grupo capitaneado por Yolanda como el encabezado por Matías han sido capaces de construir una cabaña en un tiempo récord. No han fabricado una choza pequeña y provisional, sino todo lo contrario. Las casas de ambos grupos son amplias, reforzadas con ramas de árboles y capaces de resguardar a sus inquilinos de las húmedas noches caribeñas. Aunque todavía no han superado la gran prueba: enfrentarse a una tormenta, estamos seguros es de que si la lluvia consigue tirarlas ellos las volveran a poner en pie rápidamente.
La balsa , otro instrumento de supervivencia que a menudo ha ocasionado fuertes quebraderos de cabeza a los valientes de otras ediciones, tampoco ha supuesto ningún misterio para ellos. Artilugios de pesca, camas improvisadas... En sólo unos días los concursantes han creado un pequeño campamento en el que poder luchar por sobrevivir lo más dignamente posible.
Donde los dos grupos no han tenido la misma suerte es a la hora de pescar . Iván, aunque débil y con ganas de abandonar, ha cogido un pez de enormes dimensiones con el que han podido comer todos ellos. Las mujeres, que no han parado de intentar conseguir comida, tampoco se han ido con las manos vacías. El tamaño del pescado no ha sido ni parecido, y han tenido que conformarse con unos pequeños chanquetes con más raspas que alimento.