Opinión

La Ribeira Sacra: el reino inclinado de la mencía

Chuletón del Restaurante O Campanario. O Campanario
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En pleno corazón emocional de Galicia hay lugares en los que el alma parece haberse quedado a vivir entre cepas y viñedos que desafían a la lógica, como los de la Ribeira Sacra, ese territorio vertical donde la tierra se inclina en reverencia al Sil y al Miño, un laberinto de verdes imposibles, de agua que murmura historia y donde la mencía reina con discreta majestuosidad. Aquí, como escribió Otero Pedrayo, “el paisaje es espíritu que se hizo tierra”.

Nuestra corte particular en este reino fue el Áurea Palacio de Sober, un lugar que parece un lienzo pintado por un monje con paciencia medieval, una suerte de pequeño Versalles gallego, envuelto en jardines que respiran y pasillos que no necesitan hablar. Dónde el lujo no hace ruido pero lo dice todo. Entre rumores de fuentes y silencios antiguos, dormimos como nobles de Burdeos. Desde allí, la mirada nos arrastró, sin resistencia, hacia caminos que se veneran, a laderas donde la vid se aferra a la piedra como un poema a la memoria.

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Lara y Roberto, la ilusión y el esfuerzo

En Alma das Donas, nos esperaba el reencuentro con Lara y Roberto, custodios de una bodega donde mencías y godellos no se cultivan, se honran. Sus viñedos, colgados en terrazas con vértigo, son un acto de fe. Cada terraza es una estrofa, cada racimo una confesión hecha al viento. Catamos sus vinos con la emoción de quien vuelve a casa. Sorbo a sorbo fuimos recordando que este es un lugar donde el vino no se produce, se narra. Como escribió Luis Pimentel“La luz viene despacio, como las cosas buenas”. Y así se presenta todo aquí: en calma, sin maquillajes ni filtros, con verdad, sin estridencias.

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El hambre nos llevó a Berso, en Sober, donde la cocina mira de frente al producto sin esconderlo tras disfraces. Croquetas cremosas como un secreto bien contado, tomate con sabor a huerta y a sol; y unos chipirones con pisto que se entendían sin hablar. Todo acompañado con un Guímaro Camiño Real 2022, un tinto con el punto justo de rebeldía, con espíritu de caminante, como esos peregrinos que cruzan esta tierra buscando algo que no saben nombrar.

Galicia embotellada.

Por la tarde, el Sil nos meció en sus brazos, a través de sus cañones. Alejandro, nuestro guía y patrón del catamarán, recitaba el paisaje como si fuese de su sangre. Nos enseñó este recorrido como quien enseña una catedral, y sus miradores como si fuesen altares. En cada meandro una postal. En cada roca un verso antiguo. En el silencio del río, entre paredes de piedra que rozan el cielo, entendimos por qué Xaime Noguerol decía que “el tiempo en esta tierra camina de otra manera”. Este río no corre, medita y a su lado las viñas escuchan. El catamarán avanzaba lento, al ritmo de una plegaria, y nosotros nos mirábamos como niños en el espejo brillante del agua. “Yo también navegaba en un barco de sueños”, escribió la poeta y dramaturga, Xohana Torres. El Sil, más que río, es columna vertebral de un paisaje que emociona sin esfuerzo.

Comida, spa y regreso

El día posterior amaneció radiante, pidiendo un paseo por los hermosos jardines que rodean a este espléndido hotel. Son los jardines espacios adecuados para la reflexión y la memoria, para el sosiego arrullado por el sonido derramado de sus fuentes. Había huéspedes combatiendo el calor en la piscina exterior. El sol era un altavoz de un cielo azul en plenitud. El paisaje reverberaba con Monforte de Lemos al fondo. Todo fluía, y como diría el poeta: “la belleza es una necesidad del corazón”.

La hora de almorzar nos llevó a Luintra, al restaurante O Campanario. Cecina que sabía a humo y a infancia, ensalada de verdad, y un señor chuletón de vaca rubia gallega que podría figurar en cualquier letanía gastronómica. La compañía líquida: Alma 3ONCE 2021, robusto, preciso, poderoso, con la vigorosidad de los bancales que lo dan y la sabiduría de quienes lo trabajan con las manos y la tierra.

Hay entusiasmos que nacen en otra edad. Fue Carlota, con su impulso de descubrimiento, quien nos llevó de la mano hasta la piscina interior y el spa del Áurea. Allí, el eco del agua jugaba con la luz de los ventanales y el vapor dibujaba paisajes en el aire, como si la Ribeira Sacra quisiera prolongar su abrazo más allá de los viñedos. La risa y la sorpresa flotaban igual que las hojas en el río, y durante un rato, el tiempo fue un divertido juego infantil.

Una cena ligera en la calidez acogedora del restaurante del hotel sirvió de epílogo de nuestra estancia. La acompañamos de otro vino amigo, Algueira Carravel 2019, que se da en viñedos viejos, con ese vértigo sereno que solo aquí se entiende. Fresco, con una elegancia insinuante, una rima inmejorable para una conversación de anochecer.

Regresamos a casa con los sentidos llenos y el alma ensanchada. La Ribeira Sacra, ese reino inclinado de la mencía, es tierra de resistencia y belleza, de silencios que hablan más que las palabras, y de vinos que embotellan otoños y descorchan primaveras. Como diría Otero Pedrayo, “Galicia es una patria de recuerdos”, y en esta, cada uno desprende aromas a uva y a piedra caliente.