Art Laietà: el vino que volvió a nombrarse
En Art Laietà, el vino no se fabrica; se acompaña, como quien ayuda a nacer algo que ya estaba escrito en la tierra
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En el madrileño restaurante El Ovillo, esa casa de luces cálidas y maderas que suenan a sobremesa larga, se descorchó algo más que un vino: se descorchó una historia. Una de raíces hondas, de nombres que cambian para seguir siendo los mismos, de una familia que lleva tres décadas conversando con la tierra a través de la vid. Allí, entre copas y un silencio atento cuando hablaron Josep María y Mireia Pujol-Busquets, nació oficialmente Art Laietà, la nueva identidad de la bodega antes conocida como Alta Alella.
Y qué gusto da cuando un cambio de nombre no es cosmético, sino poético.
“Art Laietà es una forma de expresar nuestra manera de entender el vino: con responsabilidad y compromiso con la tierra”, dijo Mireia, segunda generación al frente del proyecto, con la voz serena de quien sabe que las raíces pesan, pero también empujan.
El arte de nombrar lo que ya existía
El nuevo nombre no es un punto final, sino una respiración. “Art” porque el vino, cuando se hace bien, es una disciplina artística con sus matices, sus texturas y su pulso. “Laietà” porque los layetanos ya cultivaban viñas hace más de dos mil años en esas mismas colinas que hoy miran al Mediterráneo desde la Serralada de Marina. Un homenaje al territorio y a los ancestros, como si cada cepa dialogara con la historia.
En las copas servidas en El Ovillo, los vinos hablaban por sí solos. Aromas que venían del mar, acentos de sal y sauló, esa tierra arenosa que da a Alella su personalidad única. Cada trago tenía la cadencia de un cuento debidamente contado.
Artesanía y origen, sin artificios
Hacer vino, en esa zona no es industria: es un oficio. Uno de esos que nacen de la tierra y se aprenden con las manos, escuchando más que hablando. Allí, entre cepas que respiran Mediterráneo, los Pujol-Busquets han hecho del viñedo una prolongación de su casa. Cada racimo es el fruto de un diálogo antiguo entre la naturaleza y quien la cultiva; una conversación que lleva más de dos mil años sonando en estas colinas, desde que los layetanos ya domesticaban el sol para convertirlo en vino.
Hoy, ese legado sigue vivo en forma de agricultura ecológica y de respeto por un paisaje que da frescura, verdad y un punto de mar a cada botella. No se trata de copiar al pasado, sino de continuar su melodía con instrumentos nuevos: precisión, sostenibilidad y pasión por el detalle. Porque en Art Laietà, el vino no se fabrica; se acompaña, como quien ayuda a nacer algo que ya estaba escrito en la tierra.
Art Laietà llega con nueva imagen, pero no con nuevos modales. Es la misma casa, la misma familia, los mismos viñedos que miran a Barcelona desde una distancia prudente. Solo que ahora la etiqueta se atreve a ser lo que el vino ya era: arte en movimiento.
Las nuevas botellas lucen esas etiquetas que parecen cuadros —acuarelas, grabados, ilustraciones—, cada una inspirada en el paisaje, el mar y el viento que acaricia los viñedos. Por las mesas de El Ovillo, las botellas circulaban como pequeñas obras de arte, y los camareros parecían acariciarlas antes de servirlas.
Detrás de ese gesto, la intención de una familia que nunca ha dejado que el marketing atropelle a la honestidad. Josep Maria Pujol-Busquets, el fundador, lo resumió con una frase que parecía sacada de un brindis de vendimia: “No es un punto y aparte, sino la continuidad de una forma de hacer basada en la personalidad, la sostenibilidad y la autenticidad”.
Veinte vendimias sin sulfitos: el vino que respira libre
Pocas palabras levantan más cejas enológicas que “sin sulfitos”. En Alta Alella —ahora Art Laietà— eso no es una moda, sino una convicción. Hace veinte años elaboraron el primer cava sin sulfitos de la DO Cava, el Bruant. En 2025 celebran su vigésima vendimia de vinos naturales, una revolución silenciosa que este año les ha valido el Premio a la Mejor Iniciativa Joven en los galardones BBVA a los Mejores Productores Sostenibles, otorgado por un jurado con la firma de El Celler de Can Roca.
“Fue una apuesta arriesgada, pero creemos que el futuro del vino pasa por la transparencia y la mínima intervención”, explicó Mireia entre aplausos. Y sí: en un mundo de excesos, reivindicar la pureza es casi un acto político.
Entre copa y copa, también hubo tiempo para hablar de la vendimia 2025, que en Alella ha sido generosa, casi milagrosa. Una primavera lluviosa, un verano seco y un equilibrio perfecto han regalado una cosecha que los Pujol-Busquets describen como “de récord”. En cada vino se intuye esa mezcla de alivio y gratitud que solo entiende quien vive pendiente del cielo.
Viñas que miran al mar y piensan en el futuro
Art Laietà no solo cambia de nombre: crece. Hoy cuenta con 68 hectáreas de viñedo propio y prevé alcanzar más de 80 en 2028. Viñas viejas de Pansa Blanca (xarel-lo) y Mataró (monastrell), cepas que se aferran a las laderas del Parque Natural de la Serralada de Marina, actuando como cortafuegos, como guardianas del paisaje. “Cada nueva viña que plantamos es una forma de garantizar el futuro de la viticultura”, dice Josep Maria. Y lo dice con esa mezcla de orgullo y melancolía que solo tienen los hombres que entienden la tierra.
No es casualidad que su paraje Vallcirera sea el único Paraje Calificado ecológico desde sus orígenes dentro de la DO Cava. Ni que la bodega forme parte de Grandes Pagos de España. En ese territorio, la excelencia no se finge: se trabaja, se suda y se defiende.
Mientras en El Ovillo se servía el último plato —un arroz meloso con fondo de mar que parecía hecho para el maridaje—, la conversación giró hacia el futuro. Mireia hablaba del territorio como quien habla de un ser querido: con ternura y con responsabilidad. “Nuestros vinos son paisaje embotellado”, dijo. Y en la sala hubo un silencio breve, como cuando uno se da cuenta de que las palabras han encontrado su sitio.
Art Laietà no es solo un nuevo nombre. Es una declaración de principios, un homenaje a los que plantaron antes y a los que vendrán después. Un vino que se nombra de nuevo para seguir siendo fiel a su origen.
Porque hay cosas que cambian solo para parecerse más a lo que siempre fueron.