Lista de espera "interminable" en la centenaria El Machacante, la caseta más antigua de la Feria de Abril

El Real de la Feria de Abril de Sevilla es ya un trajín de farolillos, lunares y volantes. Al son de palmas y sevillanas, discurre la vida en esta pequeña ciudad que renace cada primavera. En el 26 y 28 de la efímera calle Joselito El Gallo, se levanta El Machacante. De entre las más de mil casetas, la más antigua de todas, con casi un siglo de historia.

Su primera feria fue en 1927, cuando el Real se ubicaba en el Prado de San Sebastián, a extramuros de la ciudad. Sus fundadores, varias familias de comerciantes. Ahora, son sus tataranietos los que, cinco generaciones después, gestionan una caseta con 43 socios y una larga lista de espera. “Es interminable porque son muchísimos los hijos de socios que quieren entrar. Es ya una tradición, como el que los apunta al equipo de fútbol: nacen y los inscriben a El Machacante”, cuenta a NIUS Manuel Caballero, el presidente de esta caseta con, nada menos que 96 años de historia.

Parece que el tiempo se detiene bajo sus lonas rojiblancas, tensando el hijo de su memoria. Una decoración a base de encajes y mobiliario noble con repisas pintadas en pan de oro, cornucopias, espejos, cortinas labradas, lámparas de bronce y mesas y sillas sevillanas. Reflejo de un tiempo pasado y de un presente aferrado a la tradición. “Si la cambiamos, la estropeamos”, asegura su presidente.

En sus orígenes, los socios pagaban cinco pesetas de cuota. Un duro, ‘un machacante’. “De ahí le viene el nombre”, detalla Manuel. La vida, desde entonces, ha cambiado mucho y, aunque no es de las más caras, reconoce, costearla “es un pequeño lujo”. También un privilegio en una ciudad en la que para tener caseta propia hay que esperar un mínimo de 30 años.

Sobrevivió a un incendio y encandiló a un rey

Los casi 200 metros cuadrados de El Machacante están llenos de historias y anécdotas, como por ejemplo, la visita del rey Humberto II de Italia que, paseando por el Real, quedó prendado de esta caseta. Pero no todos son buenos recuerdos, también fue una de las 67 afectadas por un incendio en la feria de 1964. “Quedó totalmente destruida”, explica Manuel.

Lo único que se salvó fue su insignia, una réplica de unos 60 centímetros de diámetro de la moneda, que dio lugar a su nombre. “El socio que la rescató prefirió quemarse las manos, antes que perder el emblema de la caseta”, nos cuenta. Hoy sigue luciendo en la puerta. “Está hecho sobre la tapa de un bocoy de vino y aún conserva las huellas del hollín”. Detrás una inscripción: “Lo que ‘queó’. 1964”, que recuerda la edición más trágica de la fiesta.

Y si la insignia se salvó por la valentía de un socio, la casualidad fue la que permitió que no fuera pasto de las llamas la otra joya de la caseta: una pianola de 1932 que, a día de hoy, sigue funcionando a golpe de manivela, con varias sevillanas y pasodobles. Por caprichos del destino, no se pudo utilizar aquel año 1964 y eso la salvó del incendio.

El Machacante, testigo de la evolución de la fiesta

El Machacante ha sido testigo directo de la evolución de la Feria de Abril. “Antes no había bar ni cocina, la costumbre era organizar la comida entre todos los socios, con jamón, chacinas, queso, tortillas o filetes empanados. Todo ello regado con abundante vino fino porque en aquella época la manzanilla no se había instalado aún en la Feria”, recuerda Manuel.

En ese tiempo, se comía en la trastienda y no a la vista de la calle y se formaban corros de familias que compartían las viandas que cada una traía. La música corría a cuenta de los gitanos que acudían a las casetas y pasaban la gorra, tras sus espectáculos de sevillanas, rumbas, bulerías u otros palos del flamenco.

Una caseta “tradicional, feriante y sevillana”, como sus propios socios la definen, que se mantiene año, tras año, feria tras feria, y ya van 96. El Machacante, la caseta más antigua y con más solera del Real, sigue escribiendo su historia.

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