Mario Montes, el sastre de Berja que a los 94 años sigue arreglando prendas a mano

Mario Montes, con 94 años, ayuda a su hijo a arreglar las prendas que vende en su negocio
Mario Montes, con 94 años, ayuda a su hijo a arreglar las prendas que vende en su negocio. Redacción
  • Con 94 años, Mario Montes sigue cosiendo a mano utilizando la misma tabla que empleó su padre hace más de 100 años

  • Operado de cataratas y con la vista debilitada, el veterano sastre aún ayuda a su hijo en los arreglos de la tienda

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AlmeríaEn Berja, un bonito pueblo del poniente almeriense, existe un taller donde el tiempo parece detenerse. Un lugar de los que quedan pocos; cuatro paredes que esconden hilos, telas, tijeras y alguna máquina (aunque pocas): los restos de una sastrería. Allí, Mario Montes, a sus 94 años, sigue trabajando con las manos que aprendieron el oficio de su padre, creando, arreglando y dando forma a cada prenda que toca.

Los tiempos han cambiado, y los trabajos también. Ya poco queda de una vida que se veía en blanco y negro, a pesar del abanico de colores que Montes siempre ofreció a sus clientes. Tres generaciones de hombres costureros que se hicieron un hueco en un mundo de mujeres. El abuelo (ya fallecido), el padre y el hijo, que comparte con su progenitor nombre y afición. Porque Mario Montes hijo, que ya ha pasado la barrera de los 60, también sabe de agujas.

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Aunque es diferente. Ahora esta familia regente una tienda de ropa de caballeros ("Mario Montes Modas") donde la prenda ya viene dada. Pero en la planta de arriba se esconde un pequeño taller en el que se hacen arreglos a medida. Allí se ha escrito la historia de un viejo sastre que sigue dando puntadas.

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De la mili al tajo

Corrían los años 50 cuando Mario terminó el servicio militar y regresó a su pueblo natal. Allí se metió de lleno en las entrañas del oficio de su padre: la sastrería. Lo había visto desde la cuna y sin quererlo lo había aprendido a la perfección. "Mi abuelo fue de los primeros sastres del país, venían de toda la comarca a encargarle ropa y mi padre siempre fue testigo de eso", cuenta el más joven de esta saga.

Al poco tiempo se hizo cargo de todo el negocio. Allí, en ese local de la calle Fuente del Toro, dio vida a cientos de prendas. Transformó rollos de tela en pantalones, en americanas o en trajes completos. "Hacer un pantalón le suponía un día entero de trabajo, y una chaqueta más de tres", asegura quien lo vio de cerca y quizás sufriera las ausencias de un padre dedicado a vestir a generaciones enteras.

Tres generaciones de sastres en la familia Montes

Cada cliente elegía el tejido, el corte, los detalles... y Mario lo hacía realidad. Entre creaciones enseñaba también el oficio a las mujeres del pueblo: "pagaba unas pesetas a quienes le ayudaban con una cremallera o un bajo".

Un negocio que evoluciona

Mario Montes hijo ha compartido la imagen de su anciano padre al pie del cañón en una red social y la publicación se ha viralizado al instante. Palabras que quizás no peguen en esta historia y que probablemente el protagonista de la misma ni las entienda. Pero es el reflejo de cómo ha cambiado el negocio, y la vida.

El último miembro de esta generación de sastres ya no confecciona de la nada y vende prendas elaboradas que arregla según las necesidades de los compradores. Ahí es dónde se para el tiempo, justo en unas manos que siguen firmes a pesar de la edad: “cuando tengo mucho trabajo mi padre, con sus 94 años, me sigue ayudando. Hoy mismo le he recogido tres chaquetas a las que le ha arreglado el largo esta semana", cuenta su hijo.

Mario ontes padre y Mario Montes hijo juntos en la antigua satrería de la familia

Lo mejor es que este abuelo sigue trabajando a la antigua. Despacio, sin máquinas, solo con sus manos, la aguja, el hilo y una vieja tabla que hace más de un siglo usó el primer sastre de la familia. Aquí dejan de ser importantes las dificultades, como esas cataratas de las que acaba de ser operado: "Mi madre, de 89 años, me dice que le de toda la tarea que pueda para mantenerlo activo", confiesa.

Porque la realidad es que puede que no sea necesaria su ayuda, pero sí es maravillosa: "nos hace feliz a todos". Y mantiene viva la memoria de un país. Sus manos han vestido a hombres que ya no están, han cosido trajes de domingo, uniformes de boda, pantalones para trabajar en el campo, americanas para celebraciones. Cada prenda es un capítulo de la historia que hoy sigue escribiendo con sus propias manos, sosteniendo en cada costura los recuerdos de tres generaciones de sastres.