Melilla, fortaleza a la fuerza

  • La ciudad autónoma asimila la tragedia en la verja que la separa con Marruecos, donde el viernes 24 de junio murieron al menos 23 migrantes subsaharianos

  • La tranquilidad ha vuelto a la frontera, aunque los vecinos de la ciudad autónoma española asumen que más pronto que tarde habrá nuevas tentativas de asalto a la doble verja

“Tenemos claro que la OTAN no va a hacer una defensa expresa de Melilla y Ceuta porque la alianza entre Estados Unidos y Marruecos es muy fuerte”, asegura el taxista Fouad Mohamedi, 17 años al volante, observador cotidiano de estos 12 kilómetros cuadrados de suelo español aprisionado entre montañas rifeñas sobrado de paradojas, milagros y dramas cotidianos llamado Melilla.

“Nos hemos acostumbrado a convivir con la tragedia de la frontera”, confiesa Juan Miguel Lucas, jubilado de 79 años, toda la vida entre Melilla y Nador. En las calles peatonales del casco modernista de la ciudad autónoma cada vecino tiene una opinión sobre la reciente la tragedia en la doble verja fronteriza: 23 muertos según Rabat, al menos 37 de acuerdo con las organizaciones no gubernamentales, como consecuencia de la intervención de las fuerzas de seguridad marroquíes –las ONG y el propio presidente Sánchez aseguran que hubo bajas entre ellas- en el asalto masivo a la verja del pasado 24 de junio.

En Melilla, como en botica, hay de todo: para algunos el presidente Sánchez es una calamidad y la sensación de inseguridad es elevada; para otros la culpa de todo es de Marruecos y su falta de democracia y respeto a los derechos humanos. Los hay que observan con distancia el protagonismo de Melilla en los telediarios y creen que no es para tanto, y que lo de la verja no es un “ataque a la integridad territorial”, como dijo el presidente del Gobierno. No faltan quienes creen que con el actual escenario en África y gestión de la cuestión por parte de España y de Marruecos la situación “no tiene solución”.

“Ahora la Comisión Europea nos dice que investiguemos lo que ha pasado en Melilla. Pero las agresiones y las muertes las han causado los gendarmes marroquíes y todo ha ocurrido en Nador, no en el lado español. Además, no es la valla de Melilla, es la valla de España, que quede claro”, zanja un vecino en la cafetería la Especial mientras abandona el local. Son menos de kilómetros, nos dice Google Maps, lo que distancia el centro de Melilla, su plaza de España y su puerto deportivo de la línea fronteriza, aunque para algunos aquí pareciera que Marruecos es una realidad arcana e inmutable situada a miles de kilómetros de distancia en lo físico y metafísico.

Apenas tres escasos kilómetros distan desde el centro comercial dominado por la tríada de Zara, Bershka y Mango a la carretera de Farhana, por donde pasean pequeños grupos de jóvenes subsaharianos alojados en el Centro de Estancia Temporal de Inmigrantes entre calles desiertas. Uno de ellos, Mark, sudanés, admite a este periodista encontrarse bien y contento por poder contarlo pero triste por haber visto morir a algunos de sus amigos el pasado día 24 de junio en la verja. Espera en el CETI la ocasión de poder ser trasladado a la Península. “Ahora van a hacernos entrevistas para ver si nos dan asilo”, relata a NIUS el joven este martes.

Crisis económica

En apenas una semana los jóvenes subsaharianos han aprendido de sobra que hay poco que hacer en la ciudad. “Ya sabemos que aquí no hay trabajo, nosotros queremos ir a Málaga, Madrid, y de ahí a otros países”, nos confiesa Mohamed, de vuelta al CETI, en el entorno de Farhana y la Purísima. Junto a Mark y otro compañero sudanés que lleva tres meses en Melilla y aguarda impaciente sus últimos días antes de ser trasladado a la Península, camina de vuelta al CETI.

Lejos de allí, en la cafetería-pizzería La Selecta, junto a la céntrica plaza de España, Mohamed nos asevera que “Melilla no es lo que era, ha perdido muchísimo. La crisis económica y el cierre de fronteras le ha dado un golpe muy fuerte. Con las restricciones en la frontera vienen muchos menos marroquíes que antes y cada vez desplazan a menos funcionarios desde la Península”. “Además, a los precios que están los vuelos desde el resto de España pocos turistas vienen”, remata.

Sorprende el centro la ciudad autónoma casi desértico a mediodía, como si se tratarse de la hora de la siesta en el mes de agosto en algún pueblo de Andalucía o Castilla. “Muchos melillenses con familia en el otro lado de la frontera se han tomado unos días de vacaciones y están ya en Marruecos para pasar la Fiesta del Cordero, piensa que han estado dos años sin poder hacerlo”, nos explica el mismo empleado de La Selecta. “Cuidemos los pinares de Melilla”, insta una marquesina en la calle del General O’Donnell. Sí, cuesta creerlo en este territorio insular, pero hay una pequeña masa arbórea, la de Rostrogordo, para solaz de los vecinos en los fines de semana.

El orgullo de la convivencia

El bochorno de una tarde de julio que comenzó con amenaza de lluvia no puede con los rigores indumentarios de los vecinos judíos del centro de Melilla, que caminan en traje negro riguroso, camisa blanca y kipá. En apenas unos pocos metros conviven sinagogas, mezquitas e iglesias junto al águila imperial, el león y el legionario pétreos del Monumento a los Héroes de Melilla.

Entre tanta mala noticia, el de la convivencia armónica y respetuosa es el mayor orgullo de los melillenses, un secreto bien guardado que apenas trasciende al otro lado del Mediterráneo y convierte a la ciudad autónoma en ejemplo y modelo para estudiosos de la cosa.

“En Melilla hemos vivido siempre juntos y nos hemos llevado bien, aquí en el grupo de amigas somos la mayoría cristianas pero tenemos también musulmanas, aunque yo no sé decir mucho en la lengua de ellos”, admite Rosa, 79 años, toda la vida en la ciudad, gran parte de ella sin fronteras físicas que separaran Melilla del resto del Rif, otros tiempos, en una tertulia vespertina a la fresca en el animado barrio del Real. Ninguna está muy al tanto de lo ocurrido en la frontera, aunque desde su situación la vista alcanza con facilidad a las primeras casas de color mostaza y burdeos de Marruecos.

Futuro incierto

Pero los tiempos están cambiando aceleradamente, la vieja plaza militar española cargada de referencias castrenses muta en su paisaje y demografía, y en este pedazo de tierra lleno de banderas rojigualdas donde el castellano y el rifeño conviven en armonía hay conciencia de que el nuevo escenario internacional creado tras la invasión rusa de Ucrania y el refuerzo del papel de Rabat como socio de la Alianza y de la UE pueden acabar teniendo repercusión en el futuro estatus de Melilla. “Aquí nadie quiere dejar de ser español, y yo lucharé hasta el final, pero creo que esto acabará siendo un protectorado en que ondearán las dos banderas, la marroquí y la española”, afirma Fouad, nuestro taxista, a NIUS.

“Marruecos tiene como objetivo lograr la soberanía de las dos ciudades. Si el rey actual ha conseguido la soberanía definitiva sobre el Sáhara, su hijo tendrá la labor de hacer lo mismo con Ceuta y Melilla. Somos una cosita muy pequeña, no te puedes imaginar, vistos desde la altura del Gurugú”, relata Fouad al paso por la carretera que bordea la impresionante doble frontera. En algunos tramos, como en los pasos de Beni Ensar, Farhana o Barrio Chino, escenario de la tragedia del pasado viernes 24, el caserío caótico y abigarrado del último pedazo de suelo español se confunde con el marroquí.

Para el cineasta melillense Driss Deiback, gran conocedor del drama de esta verja y autor del documental ‘La última frontera’, Melilla avanza “hacia la ‘hongkonguización’”. “Los ciudadanos no se sienten amenazados ni en peligro aquí. Se ha dicho mucha basura en ese sentido. España y su lengua están muy arraigadas en Melilla, donde no olvidemos que más de la mitad de la población es de origen rifeño. Pero sí creo que hay un sentimiento colectivo como de vivir en régimen de alquiler”, explica a NIUS.

El Gobierno de la ciudad autónoma, que preside el independiente Eduardo de Castro –expulsado de Ciudadanos en abril de 2021- cree que el futuro de Melilla, como el de Ceuta, pasa por más España y Europa. De Castro, a diferencia de otros vecinos, se ha manifestado “contento” porque, tras la reciente cumbre de Madrid, en el nuevo concepto estratégico de la OTAN Ceuta y Melilla se encuentran lo suficientemente protegidas.

Entretanto, las autoridades locales que la puesta en marcha del prometido plan integral del Gobierno de la nación y sus ideas y propuestas insuflen nuevos bríos a la economía local. Como también aguardan que el Ejecutivo de Pedro Sánchez y Marruecos se pongan de acuerdo en la recuperación de la aduana comercial, que Rabat cerró unilateralmente en agosto de 2018, o la inclusión definitiva de la ciudad tanto en el espacio Schengen como en la Unión Aduanera.

La tarde y el mes de julio avanzan en esta ciudad milagrosa y extraña, imposible de sintetizar como las urbes más complejas y paradójicas, con tantos relatos en su asfalto como sus ochenta y pico mil almas. Una Melilla habla en una terraza de verano de viajar a Madrid y de allí tomar otro vuelo para pasar unos días en la costa gallega, y otra espera al sol en un atasco en la frontera de Beni Ensar camino de Nador para pasar la fiesta del borrego -en medio de la Operación Paso del Estrecho, que seguirá animando el único paso abierto con Marruecos hasta final de verano- con la otra parte de la familia. Como hay otra Melilla tatuada y fornida que ronda de uniforme a cualquier hora las calles del centro.

Mientras, a unos pocos kilómetros, centenares de jóvenes malviven en las faldas de los macizos rifeños esperando la ocasión de tratar de pasar por encima de la doble valla, sus policías, sus fosas y su muerte. Todo apunta a que la magnitud de la reciente tragedia obligará a las fuerzas de seguridad marroquíes a emplearse a fondo en las redadas –que empezaron antes de los sucesos del día 24 de junio y han continuado después- para evitar nuevas tentativas masivas de asalto en las próximas semanas. Pero todos saben que es cuestión de tiempo, como casi todo.