La fracasada historia del centro-fantasma de Beirut

  • El centro de la capital libanesa, reconstruido tras la guerra civil (1975-1990) con afán de atraer a visitantes e inversores de todo Oriente Medio, es hoy un escenario desolador: no hay apenas comercio abierto -ni público- más de siete años después de concluir el proyecto

  • La explosión en el puerto de agosto de 2020 y la crisis económica que atraviesa el país en los últimos años han dado la puntilla a este bello espacio salpicado de iglesias, mezquitas y aire otomano. El Ejército impide el paso a gran parte de la zona

  • Detrás del fallido proyecto se encuentra Solidere, empresa creada por el ex primer ministro Rafic Hariri, muerto en 2005 en un atentado, para reconstruir el corazón de Beirut

A pocos metros del puerto –escenario de una apocalíptica explosión en agosto de 2020- y en las proximidades de la línea verde que durante años de guerra dividió el Beirut oeste y el este, se encuentra el distrito centro de la capital libanesa, donde se concentran ruinas romanas, fenicias, mamelucas, iglesias maronitas y mezquitas otomanas junto a firmas de ropa, relojes y restaurantes de lujo, además del Parlamento, el Ayuntamiento de Beirut y le Grand Serail o sede de la oficina del primer ministro. Parada obligada para los visitantes.

-¿Podemos pasar a ver la Torre del Reloj?

-No, está cerrado. No se puede pasar.

-¿Pero sólo hoy sábado, durante el fin de semana?

-No, está cerrado de manera permanente. Si quiere, puede hacer fotos desde aquí.

La escena tiene lugar en la calle El Marad, que conduce desde la catedral maronita de San Jorge y la mezquita Mohammad al Amin a la Place de l’étoile. A apenas trescientos metros se levanta la elegante Torre del Reloj, uno de los símbolos más reconocibles de esta ciudad cinco veces milenaria a pesar de que la plaza empezó a construirse en la década de los veinte del siglo pasado, en plena dominación francesa del Líbano.

Soldados del Ejército libanés –omnipresentes: desde el control del escáner del aeropuerto hasta el tráfico en la ciudad pasando por las carreteras- nos impiden transitar por algunas de las calles del centro, el downtown. Están valladas y desiertas. Es un lugar fantasma. No se puede pasar. Es lo más cerca que podremos estar de la torre y la plaza.

Dando más de una y dos vueltas a este espacio de construcciones pétreas de aroma otomano, una parte de la cual son hoy bellas calles peatonales, y contando con el favor de algún uniformado que se enrolla, logramos transitar casi en a solas por ciertos tramos del desolador centro de Beirut. Junto a nosotros charlan por el teléfono móvil empleados de algunos de los bancos que tienen sede en el lugar. No hay turistas, ni del Líbano ni de fuera. “Todas las protestas contra el Gobierno de los últimos años se concentraban aquí, hasta que decidieron cerrarlo del todo”, relata Savio Khatir, un taxista cristiano que aguarda algún despistado cliente en la próxima plaza de los Mártires, epicentro de las protestas de los últimos años.

La historia de un fracaso

Reconstruido por completo a instancias del primer ministro Rafic Hariri –asesinado en un atentado en 2005- tras la guerra civil libanesa (1975-1990), que lo redujo a escombros, el lugar ha sido víctima del declive económico sufrido por el país en general y la capital en particular desde hace décadas.

La protagonista de la ejecución del proyecto fue la constructora Solidere, que durante más de una década reconstruyó 200 hectáreas de terreno, incluidas varias de ellas ganadas al mar. La firma, que el político fundó en 1994, es hoy objeto de las iras de una parte de la sociedad libanesa la acusa de haber fracasado en su propósito de renovar el corazón de Beirut y, además, de haber pasado por encima de los ciudadanos. La sociedad expropió los terrenos a sus dueños ofreciéndoles acciones de la empresa, muy por debajo del valor de sus propiedades, y según sus detractores utilizando métodos intimidatorios.

“El proyecto de Solidere no estuvo nunca destinado a los libaneses, sino a los ciudadanos de los países del Golfo, a los inversores de Arabia Saudí”, explica Roberta Jumana, empleada italiana de una organización no gubernamental y llegada a la capital libanesa en plena crisis de la firma creada por el fallecido líder sunita, de estrechos vínculos con la monarquía saudí. “Recuerdo haber ido un Año Nuevo con mis padres, que habían venido desde Italia a verme, para cenar en un restaurante del centro de Beirut y habernos visto rodeados de saudíes, ni rastro de los libaneses”, relata a NIUS.

Los problemas de Solidere y, en consecuencia, del proyecto de reconstrucción del downtown beirutí se remontan a 2011, con el estallido de la Primavera Árabe y la guerra en la vecina Siria, tras años de boom a mediados de la década anterior. En 2015, cuando, una década después de la muerte de Hariri, los trabajos urbanísticos habían concluido, el flamante centro comercial de Beirut se topó con una inexorable realidad: no había compradores para muchos de los inmuebles y locales comerciales ni clientes. La prensa internacional, incluida la estadounidense y la británica, se hacía eco entonces del insólito escenario.

La explosión del puerto, que dañó varios de los edificios de la zona, las protestas de la conocida como revolución del cedro (2019-2020) –que eligieron el downtown como escenario porque el lugar alberga los centros de poder del Estado-, la pandemia del covid-19 y el último hundimiento de la economía libanesa –con una devaluación de la libra del 90% en los últimos tres años- acabaron dando el golpe de gracia definitivo al centro de la capital. En varios edificios de la zona pueden leerse desde hace años en letras de gran tamaño carteles contra Solidere, como en la fachada del mítico Hotel Saint Georges, destruido por la guerra civil primero y dañado nuevamente por el atentado contra Hariri –el coche bomba estalló casi en la puerta del establecimiento para matar a 21 personas más- después: “Stop Solidere. El robo del siglo”.

Los locales otrora adquiridos por las firmas más lujosas del planeta, también las superventas prêt-à-porter de las clases medias, están hoy cerrados a cal y canto, con alguna misteriosa excepción. Los restaurantes sobreviven con veladores vacíos. Los flamantes zocos del centro Beirut –una denominación, con todo, equívoca, porque se trata de un moderno centro comercial que, eso sí, se levanta entre solares llenos de restos arqueológicos semiabandonados- tienen el aspecto de una prisión desierta.

Las modernas galerías y escaleras mecánicas envejecen sin remedio: no hay nadie ni con quien cruzarse y compartir tanta desolación y extrañeza. Con todo, recientemente, los responsables de Solidere se mostraban esperanzados en una progresiva pero inexorable recuperación del lugar. Este verano las acciones de Solidere marcaban un crecimiento de más del mil por ciento, al haberse convertido refugio para un número importante de inversores ante la desconfianza que despierta el sector bancario nacional en estos momentos.  

Pero en plena crisis financiera y social, y con el país siempre al borde del conflicto bélico –Hezbolá amenazaba recientemente con una guerra a Israel a propósito de los problemas en la delimitación de la frontera marítima- y la impunidad como nota general, el escenario de los próximos meses y años no augura que la capital libanesa sea capaz de atraer los capitales y visitantes que exigirían la resurrección de este corazón mil veces golpeado del Mediterráneo oriental.