Alfonso Cortina, los abrazos póstumos

  • Cortina, expresidente de Repsol, falleció a los 76 años en abril de 2020 por coronavirus

  • A partir de 1996, el empresario se decidió a plantar un viñedo y posteriormente puso en marcha la bodega Vallegarcía en los Montes de Toledo

  • Sus hijos, Felipe y Carlos, continúan con este proyecto tan personal de su padre

Llegamos a esta orilla de los Montes de Toledo donde le dejamos, dónde él, Alfonso Cortina, vivía largas temporadas. Veníamos de saltar esto que llaman las olas. Todas. Incluso la primera en la que le perdimos a manos de este maldito virus. Aquí dejamos aplazados los abrazos y los vinos desde aquel fatídico 14 de marzo (el día después de que cumpliera 76 años) marcado ya para siempre en el calendario y en la memoria. Desde entonces sabemos que los suyos han ido aprendiendo cómo es la vida sin él, sin el parpadeo de su luz, sin su faro. También nosotros hemos ido conviviendo con este tiovivo de ausencias. Este verano pudimos volver los Juliá y nosotros a honrar su memoria, a brindar por él donde quiera que esté, delante del pasado de aquel día, de hace año y medio, en el que iba a ser y no fue.

Recuerdo que hablamos mucho Manuel Juliá y yo en aquella semana de marzo y que íbamos cambiando planes a medida que se torcía la curva, desde entonces habíamos seguido barajando la posibilidad de recuperar este momento, el de volver a este paisaje, también para abrazarnos nosotros después de mucho tiempo, enfrente de su memoria, en esta tarde luminosa de julio en la que el camino que nos ha traído hasta aquí no nos dio otra sombra que la de nuestros coches.

Como el escritor naturalista Henry D. Thoreau, Alfonso Cortina era partidario del bosque, de estos poblados de encinas, alcornoques, quejigos, robles melojos y unos cuantos olivos centenarios que él compró en un pueblo de Toledo y replantó aquí. Tuvo la lucidez de hacer la revolución vinícola en una tierra que no sabía de viñedos, creando un paisaje de humanidad en este rincón manchego con perfumes silvestres.

Estableció una brújula de territorios entre Retuerta del Bullaque (Ciudad Real) y diversas comarcas francesas, un ecosistema existencial de horizontes que han ido transformando las esperanzas en realidades. Aquí educó a las uvas, armonizó ese tiempo de barricas y botellas, las puso bajo la mirada del arte: Tapies, Chillida, Millares, Barceló, Oteiza, Saura… y ese precioso caballo mitológico santo y enseña de la bodega. Así era su discurso: una especie de poesía esparcida en el aire.

Estudió el terreno durante años, se hizo acompañar de los mejores y se puso manos a la obra con su enólogo Adolfo Hornos. Es él quien lo puede contar mejor que nadie: “En el año 96 Alfonso se decidió a plantar un viñedo en esta finca que había comprado a finales de los 80, comienzos de los 90, a la que en principio pensaba dar una actividad agrícola pero que por su amistad con Carlos Falcó pensó también en plantar un viñedo. Para ello Carlos le propuso que contactara con Richard Smart, un profesional australiano de la viticultura que junto con Vicente Sotés, catedrático de cultivos leñosos en la Universidad Politécnica de Madrid, elaboraron un anteproyecto de la plantación allá por el 97, de unas 24 hectáreas, con la finalidad de vender uva seguramente al propio Carlos Falcó para que la elaborase en Malpica de Tajo (Ciudad Real). Ni por la cabeza se le pasaba entonces la idea de construir una bodega”.

El vino y la pasión se habían encontrado en el territorio de Alfonso, producto seguramente de sus pensamientos de alguna noche en blanco, atravesadas por detalles y observaciones, por esa búsqueda para enlazar paisaje, territorio y alma.

La “caligrafía de los sueños” de la que hablaba el novelista Juan Marsé.

El tiempo iba afirmando el proyecto y sumando nuevas voces y por tanto la incorporación de nuevas ideas. De nuevo Adolfo: “Me incorporé a trabajar con Alfonso en el año 2001, justo para la primera cosecha. Me contrató para encargarme de la formación del viñedo, de esas primeras 24 hectáreas con un objetivo: hacerle informes sobre los parámetros cuantitativos y cualitativos… Eso fue lo que hice durante 4 años. En esos mismos años la uva se vendía a diferentes bodegas y una parte se la quedaba para elaborar los primeros vinos de Vallegarcía en la bodega vecina de Dehesa del Carrizal, y viendo que los resultados de esos vinos eran mucho mejores de los que esperaba y animado por Carlos Falcó, decidió invertir en la construcción de una bodega, hecho que coincide también con su salida de la presidencia de Repsol, lo que le lleva a dar pasos atrás en el mundo empresarial en cuanto al plano ejecutivo y creo que es ahí cuando ya teniendo tiempo para dedicarle más atención a Vallegarcía se decide a hacer la bodega”.

Pero al margen de la analítica que, como dijo Buñuel, “nunca ha tenido en cuenta los sueños, el riesgo, el azar, los sentimientos, que son las cosas que más amo”, Alfonso generó la capacidad de crear un universo en la palma de esta finca, de un espacio también habitable para los demás, donde los pájaros huyen de la rutina, un lugar con derecho a la emoción. “Lo que se sabe sentir, se sabe decir”, escribió Cervantes, y por ello generó también una arquitectura estética diseñada sobre un paisaje silencioso que discurre al abrigo de una serenidad flotante que se empareja muy bien con el recuerdo de su carácter. Hay una memoria pausada del tiempo.

En esta larga sobremesa de julio, Manuel Juliá, amigo y admirador de Alfonso, alarga sus adjetivos para hablar de nuestro anfitrión ausente: “Cuando conocí a Alfonso Cortina tuve claro que era un hombre que amaba la amistad y el vino. Me lo presentó Carlos Falcó un día lejano en Zalacaín (ambos han viajado, casi juntos, a la sombra por el covid). Fue una sobremesa llena de dulces variados, café humeante y palabras amables. Me invitó a conocer su bodega y no tardé mucho en cruzar los verdes Montes de Toledo para llegar a Horcajo y penetrar en la inmensa finca Vallegarcía, donde me sentí traslado a otro mundo que sabía a naturaleza y serena libertad. Allí disfruté junto a él de un bello día visitando la bodega y alabando las dulces alegrías del vino y la amistad. Luego he ido muchísimas veces y he estado con él otras tantas y siempre he sentido en esa bodega lo más parecido que conozco al gozo y a la libertad de vivir. Ya no está Alfonso, pero su corazón callado late en la luz de esos montes y en la calma gozosa de esa bodega”.

Hay un color de la distancia hasta el verde de esos montes, hasta el azul infinito del cielo, hasta ese gris silencioso de la ausencia. Hay también un viento solano que susurra su recado de cosechas prometedoras y quizá prósperas que el tiempo tratará de afirmarnos. Como bien ha dicho mi tocayo Juliá, aquí anda el sonido de los pasos de Alfonso durmiendo a la intemperie de su legado, en estas tierras, en estas viñas.

“De otro modo lo mismo”, como el título de la recopilación literaria del poeta mexicano Bonifaz Nuño.

Diferentes vinos

El almuerzo iba imponiendo una travesía de copas encima de la mesa, un tiempo de conversaciones y recuerdos. De aquel posible día de brindis nos quedaba la memoria de Alfonso, el relato de su vida, el legado de sus vinos y de ellos le pedí a Adolfo que me contara cómo fueron naciendo: “Inicialmente en la bodega empezamos elaborando 3 vinos cuando ya estábamos en Dehesa del Carrizal. Comenzamos a hacer el viogner porque habíamos plantado, por recomendación de Carlos, esas 3 primeras hectáreas y luego solo teníamos cabernet sauvignon, merlot y shiraz, y Alfonso era muy ortodoxo con las mezclas de los vinos; cuando se diseñó el viñedo ya se pensó en hacer esos 3 vinos: un viogner, un shiraz al 100% y un ensamblaje tipo bordelés merlot/cabernet. Entonces salimos con esos 3 vinos al mercado con la marca Vallegarcía y el apellido de sus uvas, hasta que yo tomé las riendas de la bodega como director, hasta entonces mi función era de puro ingeniero agrónomo y me ocupaba exclusivamente de la viticultura.

La bodega se inauguró en 2006 y en ese proceso Alfonso me pide un cambio de orientación de la consultoría y busco a Eric Boissenot, enólogo francés y consultor en el Médoc, me voy a Burdeos, le llevo los vinos y me dice que el shiraz y el viogner los ve muy correctos pero lo que hacíamos con el merlot/cabernet se podía mejorar. En el 2005 ya había plantado cabernet franc y petit verdot y forzando el cultivo conseguimos tener uvas en el 2006 y durante este proceso, con la intervención de Eric empezamos a mezclar los vinos y es cuando me dice que tenemos que para trabajar los ensamblajes bordeleses hay que trabajar con 2 vinos y así nacen Petit Hipperia (2007) e Hipperia (2006) y consolidamos las marcas eliminando el Vallegarcía merlot/cabernet y manteniendo los monovarietales”.

Un buen conocedor de los vinos de esta bodega es mi amigo y editor Rodrigo Varona, cofundador y director de la consultora Brandelicious, le llamo y le cuento que estoy escribiendo algo sobre Alfonso Cortina, me responde encantado: “Tuve la oportunidad de coincidir con Alfonso Cortina en varias ocasiones (presentaciones de vino, eventos gastronómicos, alguna mesa de conocidos en un restaurante), pero sobre todo tuve la fortuna de poder intimar un poco más con él en dos momentos bastante seguidos en el tiempo y que siempre recordaré con especial cariño.

El primero de ellos fue con motivo del 10º aniversario de su bodega, Pago de Vallegarcía. Yo por entonces llevaba las riendas de la revista ‘Tapas’ y llevábamos un tiempo intentando que nos concediera una entrevista para hablar de su sueño. Su abultada agenda y, sobre todo, su reticencia a quitarle protagonismo a sus etiquetas, hicieron que nuestros intentos fueran rechazados en varias ocasiones –siempre con exquisita educación– pero al fin la efeméride nos permitió sacar la propuesta adelante. Pese a nuestra insistencia, llegado el momento tenía ciertos reparos porque a menudo con estos personajes tan relevantes el ‘entorno’ hace que las entrevistas, las fotos… se compliquen más de lo necesario. Pero no con él, que para eso era el jefe y sabía lo que se podía y no se podía hacer, de lo que quería y no quería hablar (que afortunadamente fue casi todo). La sesión se desarrolló como la seda y ni siquiera hubo las típicas peticiones de ‘revisar’ la entrevista. Fue un placer y aquello quiero creer que se reflejó en el texto.

La segunda, y más especial aún, sucedió pocos meses después, como colofón a esa misma celebración del 10º aniversario de Pago de Vallegarcía. Para ello se organizó una jornada muy especial en la misma bodega con unas 25 o 30 personas entre amigos, colaboradores y algún periodista intruso como yo, con el colofón de una comida –casi tan larga como la sobremesa– a cargo del gran Iván Cerdeño. A menudo estos eventos cuesta que no se sientan algo forzados debido a la mezcla de personalidades de distintos ámbitos, pero la naturalidad con la que trataba a todo el mundo, su inmensa generosidad en tiempo y vino (ese día salieron a la mesa varias botellas de bodegas míticas, de hecho alguno casi se ‘pierde’ cuando le invitaron a echar un vistazo a su reserva personal), su modestia a la hora de compartir su visión de este mundo y la manera en que preguntaba a sus interlocutores con genuino interés… hizo que recuerde aquel viaje como uno de los más especiales que realicé en aquellos años.

Después de aquello nos vimos alguna vez más, pero siempre me quedé con las ganas de poder profundizar más en nuestras conversaciones. “Ya habrá tiempo”, me consolaba, en mi firme creencia además de que con los años surgirían muchas más oportunidades gracias al vino y a su vital papel en la Academia Española de Gastronomía (¡qué gran presidente hubiera sido!). Pero no, el maldito coronavirus se lo llevó y siempre me quedará la espina clavada de no haber tenido la suerte de cruzar más veces nuestros destinos. Me consuelo, un poco, sabiendo que su sueño sigue vivo gracias a sus hijos Felipe y Carlos, con los que mantengo el contacto y que tantas de sus virtudes han heredado. Él se merecía eso y mucho más”.

Esto es amar el recuerdo de quien se fue. Decía el poeta chileno Nicanor Parra que “no hay nada más noble que una botella de vino bien conversada”.

Uvas autóctonas

Hay en este viñedo un catálogo de placeres futuros, una alineación de reivindicaciones naturales pendientes, la foto fija de un trabajo bien hecho. El sol cae a plomo sobre el sembrado a la manera de como cae sobre los jornaleros en el cuadro de “La viña roja” (Van Gogh, 1888). La brisa calurosa enseña su rostro de mediados de julio y mece esta tarde manchega de buena intenciones. Adolfo prosigue en su relato sobre cómo se decidió la plantación de variedades autóctonas en la finca: “A partir del 2008, cuando empezaba la crisis, nos pusimos a buscar una distribución más ambiciosa y fue cuando Alfonso me pidió dirigir el proyecto al completo desde la viticultura a la comercialización. Formamos un equipo comercial y empezamos a salir a la exportación, vendimos relativamente bien en este tiempo y en el 2016 comprobamos que las ventas estaban empezando a su pesar la generación de stock y le propuse a Alfonso ampliar el proyecto.

En el 2017 ampliamos el viñedo, iniciamos una nueva plantación de garnacha y cariñena porque en mi cabeza estaba hacer un ensamblaje tipo “Cote du Rhone” con nuestro shiraz porque estaba y está muy bien pero no dejaba de ser una moda que dio un pequeño frenazo y en algunos sectores los consideraban un poco pasado de moda y además a mí me parecía interesante españolizar un poco nuestra marca porque somos una bodega manchega pero con variedades internacionales. Quizá era el momento de plantar algo especial y ampliar también las superficies de cabernet franc y cabernet sauvignon que son la base de Hipperia, y el proyecto se cierra con las cosechas de 2019 y 2020 que desgraciadamente Alfonso no ha podido catar. Estamos contentos con el resultado, nuestra idea es seguir en cuanto a marcas: viogner y shiraz, y añadir a esa familia un ensamblaje con cariñena y garnacha, mantener Hipperia y es muy posible que en años puntuales hagamos una relación de barricas con un cuveé especial que queremos que sea un homenaje a Alfonso”.

Vinos muy elegantes, elaborados con esmero y un enorme cuidado que en ocasiones recuerdan la mejor expresión del Ródano o un perfil que podríamos tildar de bordeleses españoles producidos en una bodega esculpida como el “Apolo de Belvedere”.

Decía el filósofo Bertrand Russell que “lo más difícil de aprender en la vida es qué puente hay que cruzar”.

La continuidad asegurada

La sobremesa va llegando a su fin en este lugar de silencios encofrados, le cuento a Adolfo y a Manuel que Julio Camba pensó mientras cruzaba una de las grandes avenidas de Manhattan “qué buen negocio sería embotellar el silencio”. Nos reímos ante la ocurrencia del genio gallego y Manuel Juliá puntualiza que Alfonso adivinó para nosotros la curiosidad del vino y la hermandad que genera. Nos quedan su huella y su memoria recitando despacio los nombres de sus vinos. Prolongo la conversación preguntándole a Adolfo si está garantizada la continuidad del proyecto con los hijos de Alfonso, Felipe y Carlos: “Este año ha sido especialmente duro para todos y especialmente para ellos: han perdido a su padre repentinamente, un golpe inesperado, y han tenido que afrontar una situación sobrevenida, pero les veo muy centrados y con ganas de continuar con este proyecto tan personal de su padre y en cuidar de su madre. Toda la familia tiene un apego especial por esta finca. Les ilusiona sobremanera la continuidad del legado”.

El futuro no fue como lo esperábamos y estoy seguro de que sus hijos irán encuadernando la memoria, a la manera de como lo cuenta Michel Tournier en su libro “Gaspar, Melchor y Baltasar (Gallimard, 1980): “Me llené los ojos, el corazón, el alma, con aquel espectáculo de tanta serenidad, para poder volver a él con el pensamiento”.

Cuatro vinos permanecen sobre la mesa, los que han acompañado esta conversación, parecen haber sido escanciados por Ganímedes, el copero de los dioses, se ríe Adolfo por el apelativo y le pido que sea él quien los presente:

Vallegarcía Viognier 2019:

Es ya una referencia consagrada entre los Grandes vinos blancos españoles. Tras 20 añadas sigue siendo un blanco único, muy varietal y con un estilo fiel a su origen: Condrieu. Es un vino de color dorado, con mucha grasa y volumen en boca, con unos taninos de la barrica muy sutiles, solo los imprescindibles para dar longitud al vino. Melocotón, albaricoque, mango y flores blancas destacan en nariz y boca. La acidez no es elevada, los Viognier son así pero mantiene una gran frescura. Es un vino profundamente gastronómico y convierte en una gran experiencia sensorial cualquier comida.

Vallegarcía Syrah 2018:

Sigue siendo considerado uno de los mejores Syrahs de España. En particular esta añada 2018, pensamos que junto a la 2005 ha sido sin duda la mejor de todas las que hemos elaborado. Es un vino con 12 meses de crianza en roble francés, amable, opulento de entrada por su color y su perfumada nariz de moras, café y regaliz. La Syrah es una variedad antociánica y con poco tanino, de ahí su paso en boca suave y a la vez sedoso. Un vino que llena la boca, voluminoso y muy sápido. Es el gran vino para acompañar los platos de otoño, las setas, la caza que es carne con poca grasa proveniente de animales que corren o vuelan. Venado, liebre, pichón, corzo, jabalí o perdiz cualquier carne de caza con este Syrah es un espectáculo. Con postres de chocolate o con un mole poblano, una fabada o una pasta con trufa. No lo recomiendo ni con asados ni con carne roja pero con lo demás va con prácticamente todo.

Petit Hipperia 2019:

Es nuestro vino más conocido, es el segundo vino de Hipperia, es decir su hermano pequeño. En esencia es un ensamblaje tradicional Bordelés con Cabernet Sauvignon Merlot, Cabernet Franc y Petit Verdot, con 12 meses de crianza en roble francés. Buscamos un vino elegante, largo y con estructura suficiente para una buena evolución en los siguientes 15 años pero siendo desde que lo embotellamos un vino muy agradable de beber joven. Tiene todo lo que se le exige a un gran vino con una extraordinaria relación calidad/precio. Petit Hipperia tiene una gran frescura y lo podemos maridar con un gran número de platos desde pescado a carnes. Es un gran vino para copear y tomar a diario.

Hipperia 2018:

Es el gran vino tinto de nuestra Bodega. Una selección de las mejores cuvées de cada una de las 4 variedades que lo componen pero apoyándose fundamentalmente en Cabernet Sauvignon y Cabernet Franc que suman dependiendo de la añada entre el 90% y el 95% de la mezcla. Este vino tiene una crianza de 18 meses en barricas de roble francés nuevas. Es un vino de guarda al que los años le sientan muy bien, un vino para disfrutar en una cena o simplemente para tomarlo solo y desentrañar poco a poco su enorme complejidad. No es un vino típicamente español, expertos suelen confundirlo con algunos grandes cabernets del Nuevo Mundo, incluso con Súper-Toscanos o con algún Haût Médoc. A mí me encanta tomarlo con quesos.

Al despedirnos agradezco a Adolfo sus comentarios y sobre todo su hospitalidad, atrás se quedan los recuerdos reposados sobre este bosque que simboliza la paciencia y la persistencia.

Mientras el coche devora kilómetros de regreso a Madrid pienso de nuevo en Alfonso, y pongo en su boca los hermosos versos de Apollinaire: “Cae la noche, suena la hora/ los días se van, yo me quedo”.

Para siempre en nuestros corazones.

Palabra de vino.