La realidad de criar a una niña trans: "Antes de contárnoslo decía que no merecía vivir"

  • Esta es la historia de Lila, una niña de 12 años que está inmersa en ese largo proceso que supone vivir una infancia trans

  • Un viaje con obstáculos, incertidumbres, ilusiones, miedos y bulos en el que el objetivo es reivindicar tu propia identidad

  • El 31 de marzo es el Día Internacional de la Visibilidad Trans

"Mamá, abrázame", suplicaba. "Por favor te lo pido mamá, abrázame". La situación ya era insostenible. Hacía semanas que Lila era incapaz de quedarse dormida si no era llorando. Los ataques de ansiedad habían pasado a ser rutina. Cada vez eran más los episodios en los que quería saltar por la ventana. Repetía en bucle frases como "no merezco vivir" o "me odio a mí misma". Y a Alicia, su madre, no le quedaban herramientas a mano para actuar. Los psicólogos concluyeron que su hija tenía "problemas de gestión emocional". La niña, que acababa de cumplir 8 años, nunca llegaba a verbalizar por qué. Hasta que esa noche, una de tantas, puso en palabras eso que tanto le atormentaba. 

- "Mamá, es que no lo entiendo", le planteó.

- "¿Qué no entiendes, cariño?"

- "No entiendo que vea este cuerpo de niño cuando me miro en el espejo y que cuando cierro los ojos, en mi cerebro, sea una niña".

Aunque ya han pasado cuatro años de esta conversación, a Alicia todavía se le quiebra la voz al recrearla. "Ahí la vida te pega una bofetada. De pronto lo entiendes todo. ¿Cómo no lo había visto antes? Caer en la cuenta del daño que le has provocado a tu hija no ayudándola a ser ella misma cuando llevaba dándonos señales de que era una niña trans desde que tenía dos años es algo terrible", asume. Y con todas estas emociones en el ambiente, aguantándose sus propias lágrimas, la abrazó.

Mi hija es trans, ¿y ahora qué?

"Recuerdo caminar de su habitación a la mía, donde estaba el padre de la niña, y contárselo". Ahí, en ese nuevo escenario, se enfrentó al shock. A la ignorancia. "Ojalá sea drag queen y ya está", soltó él. "Fíjate tú qué locura que nos diese por pensar que a lo mejor lo que 'quería' era vestirse de mujer, pero es que no teníamos ni idea de por dónde empezar". También el miedo a un futuro de "marginación, prostitución, miseria, discriminación y violencia". Ante tanta incertidumbre, se plantearon buscar a un experto "que se lo diagnosticase". "Tiene ocho años, qué va a saber", valoraron. Rastreando por Internet dieron con una psicóloga, ésta sí especializada en menores trans, que puso sus prejuicios en su sitio.

Señora, no va a encontrar a ningún médico que le diagnostique nada porque su hija no tiene ninguna enfermedad. Usted lo único que tiene que hacer es escucharla

"Señora, no va a encontrar a ningún médico que le diagnostique nada porque su hija no tiene ninguna enfermedad. Usted lo único que tiene que hacer es escucharla", le aconsejó. Y así hicieron. A la par que el matrimonio intentaba entender cómo era su reformulada realidad familiar ("Hasta entonces pensábamos que sería un niño gay, no sabíamos la diferencia entre la orientación sexual y la identidad de género"), también lo hizo la pequeña.

En casa entraron decenas de cuentos sobre diversidad. "La única información que teníamos por su parte era que no estaba a gusto con su cuerpo", apunta. Por esas sesiones de lectura pasaron historias inspiradas en infancias no binarias o protagonizadas por niños a los que les gustaba vestirse como niñas. Ninguna le generó gran interés. Hasta que un libro en concreto provocó que los ojos se le iluminaran de golpe. "Mamá, mamá, yo soy esto. Trans-gé-ne-ro. Mamá, yo soy esto", corroboró dando brincos.

Ser visible en una sociedad radicalizada

El cambio en ella fue instantáneo. Jamás la habían visto tan feliz. "Yo creía que era el único niño en el mundo con este problema", le confesó en una ocasión. Ver que existía un nombre para eso que sentía le salvó. Sin embargo, esta certeza chocaba frontalmente con su coyuntura vital. Aunque tanto Alicia como su marido son españoles, en aquel momento residían en un país musulmán. Un Estado en el que "es un crimen ser hombre y vestirse de mujer".

En esa ecuación, evidentemente, Lila no encajaba, por lo que era urgente empezar de cero. Se dieron tres meses para dejar sus trabajos, su casa y la red de amistades que habían forjado durante más de una década para diseñar una nueva vida en un entorno en el que la identidad de su hija no fuese ilegal. Y optaron por Madrid.

Todas sus decisiones giraron en torno al colegio que escogieron para ella. Buscaban algo privado, pequeño, íntimo. Un centro en el que los docentes mostrasen la suficiente sensibilidad como para que su hija se sintiese libre de ser quien es. Con lo que no contaban era con enfrentarse a una sociedad tan "conservadora" y "radicalizada" en la que es más seguro vivir invisibilizada, al menos por ahora. "Nosotros no la obligamos a contarlo, ni siquiera se lo aconsejamos. Es ella la que tiene un miedo intrínseco a que sus amigas sepan quién es, probablemente por esos años que pasó 'escondiéndose' en casa por no poder mostrarse así en la calle", recalca.

"En el tiempo que hemos estado viviendo fuera, el ambiente político en España ha cambiado por completo. Antes la gente se respetaba más. Ahora estamos en unos extremos tan exagerados que tenemos miedo de exponerla. Ese odio que se traslada a los medios de comunicación al final va contra nuestra hija. A veces hasta nos hemos planteado si estamos en el sitio correcto", reconoce. De hecho, ni Alicia se llama Alicia ni Lila se llama Lila. Son nombres ficticios a los que hemos recurrido para proteger su identidad.

Ese viaje llamado adolescencia

Cumplir con el deseo explícito de Lila y ocultarlo está siendo un reto. "En su entorno nadie tiene ni idea de que es trans. Ir a una excursión de varios días con el cole, dormir en casa de alguien o ponerse un bañador siempre es un problema. Odia sus genitales, los aborrece, y solo pensar en el escrutinio que podría generar contarlo ya le produce rechazo", explica su madre. Ahora, recién cumplidos los 12 años, el cambio físico es inminente, y ya tienen previsto cómo abordarlo. "Cada seis meses vamos a un endocrino que va midiendo cómo evoluciona la pubertad. Es probable que en nada nos diga que puede empezar a frenar su desarrollo con bloqueadores. Esto es totalmente reversible, simplemente es una forma de postergarlo, de ganar tiempo. Su cuerpo no va a evolucionar en el sentido que quiere, pero tampoco en el otro", aclara.

Una vez superada esta fase, cuando el médico considere que ya está preparada, entrará en juego la hormonación cruzada. "Si esa opción no existiera no sé si ella seguiría con nosotros. Para ella es impensable vivir una vida con un cuerpo desarrollado en lo que se considera estereotípicamente masculino, que le empiecen a 'salir barba y músculos como a papá' es un horror para Lila", asevera. Es más, la primera que advierte de que querrá seguir adelante con el proceso es su propia hija. "Mamá, ¿tú tienes alguna duda de que en dos años te sentirás como un hombre? Pues yo tampoco. Siempre he sabido quién soy", contesta cada vez que se le desliza esta posibilidad.

Un futuro en el que es difícil proyectar

El viaje está siendo largo. En lo literal es evidente. Y en lo figurado, más. Hace apenas dos meses que la menor se enfrentó a un juicio para corregir su sexo por la vía registral (según la Ley Trans, este proceso es obligatorio entre los 12 y los 14). "Me hace gracia que se deje entrever que tú entras al registro sin carnet y sales con él, porque hasta que pase por el registro, nos manden el nuevo certificado y podamos hacer el DNI nuevo igual falta un año y pico", apostilla. Los padres en un principio eran reticentes a ponerla en esta tesitura, pero su hija insistió. "Sé que va a ser muy desagradable, pero prefiero pasar este trance que estar dos años siendo infeliz", les calló una vez más.

Los tres tienen presente que el recorrido no acaba aquí. Una vez superado lo físico y lo legal, vendrán otros dilemas. Entre ellos, las relaciones. "¿Quién me va a querer a mí?", ha empezado a preguntarse en alto. La respuesta siempre están en la paciencia, en no proyectar.

Que en tu casa te entiendan y te acepten como eres es fundamental. Por supuesto que la discriminación externa es dura, pero si en casa no tienes ese apoyo es imposible salir adelante

"Si algo hemos aprendido como familia de este proceso es a no imaginarnos nada. Lo que estamos intentando es ganar herramientas para que cuando llegue el momento sepamos gestionarlo tanto ella como nosotros. Sea lo que sea eso que tiene que llegar". Y en el camino, disfrutar de que su hija es feliz. De que esos pensamientos de que no merece seguir viviendo no se le han vuelto a pasar por la mente.

Cuando regresaron a España, sobre todo a raíz de conocer Chrysallis, la asociación estatal de familias con infancias y juventudes trans de la que forman parte, tanto Alicia como su marido se enteraron de datos, como poco, preocupantes. Como que el índice de intentos de suicidio en menores trans está en torno al 47%. "Que tu familia te entienda y te acepte como eres es fundamental. Por supuesto que la discriminación externa es dura, pero si en casa no tienes ese apoyo es imposible salir adelante", han comprobado. Tanto, que ese porcentaje baja a niveles normales cuando el entorno está de tu parte. Lila tiene esa suerte. Y sus padres, también. Porque tener una hija tras, insisten, "es un regalo, no una tragedia". "Al final, la nuestra es una historia de esperanza, de que se sale y se encuentra el camino, de que no estamos solos", reivindican. Ojalá otras familias en su misma situación se atrevan a descubrirlo.

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