Maltrato infantil

El infierno de Sofía Basurco, la niña maltratada por su padre que logró empezar de cero: "Mi vida corría peligro"

Sofía Basurco
Sofía Basurco, en una foto reciente. CEDIDA
  • Sofía Basurco, víctima de violencia intrafamiliar, trabaja como educadora social para ayudar a otros menores en una situación similar

  • "Una noche, mientras me pegaba, mi padre me decía que me iba a matar. Hice la maleta y hui de casa. Mi vida corría peligro"

Compartir

A sus 24 años, los recuerdos de Sofía Basurco la llevan a rememorar cada día el infierno que vivió siendo niña. Nació en el seno de una familia desestructurada donde la violencia era norma. “Hasta los 14 años viví en un entorno marcado por la desprotección y la violencia en casa”, cuenta la joven cántabra en una entrevista con Informativos Telecinco. “Mi madre empezó a tener problemas con el alcohol a raíz de conocer a mi padre, quien era un consumidor de drogas habitual”..

Su madre, a pesar de sus problemas de adicciones, sí que se preocupaba más por sus hijas. Por ello, la vida de Sofía dio un vuelco tras el fallecimiento de ésta a causa de un infarto provocado por los malos hábitos que tenía. “Para mí fue muy duro, la quería mucho, a pesar de todo. Porque me sentía querida por ella, aunque a su manera”, expresa la joven.

PUEDE INTERESARTE

Desde ese momento, el duelo por la pérdida se unió a una desprotección absoluta por parte de su padre, quien comenzó a obligarla a asumir roles que ninguna niña debería cargar: “Con 12 años, yo me encargaba de llamar al banco o gestionar las facturas, mientras que mi padre se encerraba en su habitación y se desentendía de mi hermana y de mí. Tenía piojos y mi padre no me los quitaba, nos decía que nos los quitáramos nosotras. Estuve años con piojos porque no sabía quitármelos. Estábamos completamente descuidadas”, explica.

A esto se sumaban gritos, golpes y violencia física. “Mi padre me castigaba encerrándome en la habitación durante horas. Ese era mi refugio, pero también mi cárcel. Me machacaba psicológicamente. Si quería comunicarme con él tenía que escribirle notas y pasarlas por debajo de la puerta”, cuenta.

PUEDE INTERESARTE
Sofía cuando era niña

Durante este tiempo, Sofía intentó pedir ayuda en el colegio. Pero no fue escuchada. “Intenté pedir ayuda a los profesores contándoles lo que me pasaba en casa, pero nadie quería ver la realidad. Veían cosas, pero no lo consideraban alarmante”. Y eso que las señales eran claras. “Me echaron del comedor porque mis padres dejaron de pagar. Era evidente que yo no estaba bien cuidada”.

Incluso llegó a hablar con el Departamento de Orientación. “Conté episodios muy graves que me ocurrían con mi padre”, cuenta. ¿La respuesta del sistema? “Lo que me ofrecieron fue hacer un intento de conciliación, al cual mi padre ni se presentó”. Desde ese momento, su situación empeoró. “Mi padre me prohibió volver al colegio cuando se enteró que había contado que estaba siendo maltratada en casa”.

El día que se escapó de casa para salvar su vida

Así, la situación se volvió insostenible. Hasta que un día, el horror se manifestó como nunca antes: “Durante una noche entera mi padre me pegó sin parar, me amenazaba, me insultaba entre gritos y me decía que me iba a matar. Ahí entendí que mi vida corría peligro”. Entonces, Sofía supo que era el momento para escapar de aquel infierno. “Hui de mi casa con una maleta y me presenté en la puerta del colegio. Ellos llamaron a los servicios sociales. De ahí me llevaron al pediatra y me hicieron un parte de lesiones”, explica.

Esa decisión marcó un antes y un después. “La trabajadora social dijo: ‘Esta menor no puede volver a su casa porque su vida corre peligro’. Por primera vez sentí que alguien me entendía. Me preguntaron si tenía familiares, y ninguno de mis primos, tíos o abuelos se querían hacer cargo de mí porque defendían a mi padre. Aun hoy no tengo relación con ninguno de ellos”, comenta.

Así, sin familiares que se quisieran hacer cargo de su tutela, fue derivada a un centro de primera acogida. Sofía asegura no sentir miedo al ingresar por primera vez allí. “Recuerdo haber pensado con alivio que, al menos, ya no tendría que regresar a casa”. Al mes fue trasladada a un centro de menores, lo que resultó más impactante. “El registro cuando llegas es bastante similar a lo que se ve en las películas de cárceles. Te quitan el móvil, te cachean, te vacían la maleta”, relata.

“Tenía solo 14 años cuando ingresé al piso tutelado, aunque ese tipo de recurso está pensado generalmente para jóvenes mayores de 16. Me aceptaron antes por mi grado de madurez: desde los 12 me había encargado prácticamente de llevar una casa”, cuenta la joven.

Sofia, de adolescente

Allí vivió cinco años, con normas estrictas, pero con seguridad. “Ahora lo miro como educadora social que soy y veo que era un sitio sano, positivo y seguro. Pero en ese momento no dejaba de ser una adolescente que quería salir con sus amigas y no podía”, dice.

Convertir el dolor en vocación: nace una educadora social

Cuenta Sofía que ser parte del sistema de protección le permitió ver muchas situaciones injustas y experiencias que encendieron en ella la vocación de estudiar Educación Social. “Sentía —y sigo sintiendo— que el cambio real se consigue desde dentro. Por eso decidí formarme, con la esperanza de aportar una mirada más empática y comprometida”, dice.

Así, decidió estudiar a distancia a través de la UNED, mientras trabajaba para poder mantenerse. “Tuve que empadronarme en casa de mi padre para poder acceder a las becas estatales, a pesar de que no vivía allí. Gracias a esa ayuda, pude cubrir los costos”, explica.

Hoy es una profesional formada, comprometida y con una meta clara: “Quiero que entre todos llevemos la profesión a un lugar mejor, tanto para los menores como para los propios trabajadores”. Desde su experiencia, Sofía tiene claro que la violencia intrafamiliar, los menores institucionalizados y los centros de menores “son realidades invisibilizadas”.

Por ello, reivindica una mayor inversión en recursos humanos, económicos, culturales, sociales, y pide también una revisión profunda del enfoque del sistema: “El sistema debe mirar más por el bienestar de los niños y jóvenes, y no tanto por el de la familia en conjunto. El principal protagonista debe ser el menor maltratado. La reunificación familiar puede estar bien, pero hay que saber cuándo es bueno para el menor”.

Un testimonio para transformar otras vidas

Durante su estancia en los centros, recibió atención psicológica, pero destaca que es la excepción, no la regla: “Los centros de menores no están obligados a contar con un profesional de la salud mental, y las alternativas por la Seguridad Social no son suficientes. La figura del psicólogo debería ser obligatoria en todos los centros de protección de menores. La salud mental de los jóvenes, si no se aborda a tiempo, puede tener consecuencias graves”, señala. Además, también pide apoyo para los propios educadores. “Es impensable que no contemos con un apoyo emocional adecuado para sostener esta labor”.

Sofía trabaja hoy como educadora social en la Fundación Amigó. Y, además, está escribiendo un libro cuyo objetivo es dar visibilidad a los menores tutelados. “Decidí compartir mi historia porque creo firmemente que puede ser útil, tanto para la ciudadanía como para los beneficiarios del sistema de protección”. 

Sin duda, su experiencia le ha dotado de una sensibilidad particular: “Sé lo que es crecer con carencias afectivas, y eso me ayuda a conectar con ellos de una manera genuina y comprometida”. Sofía es una superviviente que ahora ayuda a otros a sobrevivir. A transformar el dolor en esperanza.