Suicidio

El suicidio juvenil, una crisis silenciosa que crece en España: "Hablar, aunque dé miedo, es la primera medida para prevenirlo"

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Agustín Bonifacio, trabajador social especializado en salud mental infantojuvenil y autor de 'El plan B'. cedida
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El suicidio juvenil es ya una de las principales causas de muerte entre los 15 y los 29 años en España, según el Observatorio del Suicidio. El INE alertó en 2022 de un aumento por cuarto año consecutivo en las muertes por esta causa, y los estudios señalan que entre un 5% y un 10% de la población española ha pensado alguna vez en quitarse la vida.

La magnitud del problema se acentúa en la adolescencia: el 20,8% de los menores de entre 10 y 19 años padece algún trastorno de salud mental diagnosticado, lo que sitúa a España a la cabeza de Europa. La presión se hace aún más visible en las chicas jóvenes: un artículo de la Asociación Española de Pediatría revelaba que el 90% de las autolesiones detectadas durante la pandemia correspondía a adolescentes mujeres.

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Ante este panorama, Agustín Bonifacio, trabajador social experto en salud mental infantojuvenil y autor de 'El plan B' (un libro que plantea la realidad sobre este tema), advierte que el suicidio juvenil, aunque a él le gusta más hablar de desesperanza vital, "es un fenómeno multicausal” donde pesan factores sociales como la soledad no deseada —que afecta al 25,5% de jóvenes de 16 a 29 años—, la precariedad, el individualismo o los discursos distópicos.

En una entrevista con Informativos Telecinco, el especialista recuerda que para prevenir el suicidio juvenil "hay que hablar de él, aunque genere vértigo, pero es la primera medida para prevenirlo”. “Muchas personas jóvenes que lo están pasando mal no saben con quién pueden hablar de ello. Establecer ese canal de comunicación, manifestar que estamos ahí, puede significar mucho”. Su propuesta es clara: transformar ese plan B de acompañamiento, escucha y red de seguridad, en el verdadero plan A que permita a los jóvenes recuperar la ilusión y el sentido de futuro.

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Pregunta: ¿Qué te impulsó a escribir 'El plan B' y qué esperas que aporte a quienes lo lean?

Respuesta: En mi práctica cotidiana acompañando a jóvenes con desesperanza vital, frecuentemente observaba cómo se tendía a patologizar / psiquiatrizar / psicologizar (llamémoslo como queramos) el tema, casi como si fuera algo individual o personal, sin tener en cuenta que muchas personas lo pasan mal por sus circunstancias, especialmente determinados colectivos, como el caso de las chicas jóvenes, las cuales superan enormemente a los chicos en desesperanza vital.

Con mi libro pretendo, desde un lenguaje cercano y comprensible, ofrecer una visión amplia del tema y transmitir a la ciudadanía (ya seas familiar, docente, amistad, profesional…) que hay mucho que podemos y debemos hacer para ofrecer un escenario más esperanzador. Tanto a nivel individual como social. Por eso en cada apartado hay pautas prácticas que podemos llevar a cabo. 

P: El suicidio juvenil sigue creciendo cada año. ¿Qué factores sociales o culturales crees que más lo están alimentando?

R: El suicidio juvenil, aunque a mí me gusta más hablar de desesperanza vital, es un fenómeno multicausal. Debemos señalar que no todas las personas jóvenes desean desaparecer, pero sí reconocer que todas se mueven en un escenario de enorme incertidumbre, con el malestar que eso conlleva, en lo que se refiere a las dificultades para su emancipación, conflictos bélicos, discursos distópicos y deshumanizantes, individualismo…

Uno de los aspectos que vale la pena señalar es que el 25’5% de las personas jóvenes entre 16 y 29 años relata sufrir soledad no deseada, o que más del 60% dice haber experimentado ansiedad o síntomas depresivos. Y la situación es especialmente cruda para determinados colectivos.

De hecho, según el Harvard Business Review, el uso número uno de la Inteligencia Artificial en 2025 no es automatizar tareas, sino ofrecer compañía y terapia. En el segundo puesto, organizarse. En el tercero, encontrar sentido.

¿Qué nos dice todo esto? Que las personas jóvenes, aunque no nos lo parezca, no sólo están más aisladas, también necesitan que nos aproximemos, que tendamos puentes, que construyamos redes, espacios seguros y esperanzadores.

P: Hablas de la importancia de abrir la conversación sobre el suicidio. ¿Por qué es tan esencial hablar, aunque dé miedo?

R: Hablar de suicidio, de desesperanza juvenil, en personas jóvenes genera mucho vértigo, pero es fundamental recordar que hablar es la primera medida para prevenir el suicidio. Muchas personas jóvenes que lo están pasando mal no saben con quién pueden hablar de ello. Establecer ese canal de comunicación, manifestar que estamos ahí, que pueden contar con nuestro apoyo, puede significar mucho.

P: La mayoría de las autolesiones se dan en chicas adolescentes, como has comentado. ¿Qué presiones específicas están soportando ellas?

R: Y no sólo autolesiones, también ideación de muerte o gestos autolíticos. Aun a riesgo de mansplaining debo señalar que las mujeres (las adolescentes, en este caso) reciben enormes presiones y violencias, tanto en el mundo físico como en el virtual. Creo que quien mejor puede responder a esta pregunta es cualquier mujer (o chica joven) que tengamos al lado. Preguntémosles a ellas. 

P: ¿Qué señales de alarma deberíamos reconocer familiares, docentes y amistades para detectar un posible riesgo?

R: Para mí lo primero es que podamos reconocer –y reconocerles– que, en general, no lo tienen fácil, y que estamos ahí por si necesitan hablar, que pueden contar con nuestro apoyo. Esto podría facilitar que acudan a nosotros para recibir una ayuda necesaria. Además sabiendo que muchas personas jóvenes se sienten solas, y que hay un importante uso de pantallas en sus vidas, otra acción importante es compartir tiempo de calidad conjuntamente y sin pantallas de por medio.

Por otro lado, debemos estar alerta ante mayores aislamientos, cambios de humor, abandono de actividades, alteración del horario del sueño, determinados comentarios (explícitos o en redes) sobre querer desaparecer… En caso de duda, podemos preguntar directamente a las personas jóvenes, llamar al 024 (línea de atención a la conducta suicida) o acudir a urgencias. 

P: En el libro propones construir una “red de seguridad”. ¿Cómo se consigue y quién debe formar parte de ella?

R: Todo el mundo puede, y debería, formar parte de esa red de seguridad. Somos seres sociales, nos necesitamos, y sabemos que la interacción interpersonal, la participación comunitaria, genera enormes beneficios, y que el aislamiento, por el contrario, nos deteriora. De hecho, sabemos que las personas con vínculos sociales fuertes tienen un 50% más de probabilidad de supervivencia. Por lo tanto, sería fantástico que las familias pudieran compartir espacios de calidad (en el caso de sus padres, que puedan conciliar con su vida familiar y prestar atención a sus hijos), y que los equipos docentes dispusieran de tiempo y medios para establecer vínculos con el alumnado. Estar junto a alguien que lo está pasando mal está al alcance de cualquier persona. Hagamos que sea posible.

P: ¿Qué cambios estructurales necesita nuestro sistema de salud y de servicios sociales para estar a la altura?

R: Es importante señalar que el 80% de los determinantes de salud se encuentran fuera del sistema sanitario. Lo que más impacta en nuestra salud es nuestra situación socioeconómica y educativa, nuestros hábitos, nuestro entorno físico… Sólo el 20% depende de la atención sanitaria (y aquí entraría también el acceso a la atención y la calidad de la misma). Por lo tanto, necesitamos unos servicios de salud, sociales y educativos accesibles y de calidad, pero también promover unas condiciones de vida dignas. La precariedad laboral, el mercado inmobiliario actual o los recortes en educación nos afectan. 

Dos apuntes: por cada 1€ invertido en educación se retornan 14€ en beneficios de salud. Con el mismo diagnóstico, las personas con rentas más bajas tienen un pronóstico más complejo y se les recetan más medicamentos.

P: Desde tu experiencia, ¿qué es lo que más ayuda a un joven a reencontrar la ilusión y la esperanza?

R: Tener una perspectiva esperanzadora, un proyecto de futuro posible, un entorno de personas con las que puede contar en el mundo físico, una participación en actividades diversas, unas condiciones de vida dignas y, por supuesto, espacios seguros libres de violencias. 

P: Si tuvieras que dar un mensaje breve a un adolescente desesperanzado que piensa en rendirse, ¿qué le dirías?

R: "Estoy aquí, reconozco que lo estás pasando mal. Te escucho".