Testimonios

La historia de Lucía tras cuatro intentos de suicidio: "Los momentos malos volverán, pero ya sé que la solución no es quitarse de en medio"

Lucía, superviviente de cuatro intentos de suicidio, en la actualidad
Lucía, superviviente de cuatro intentos de suicidio, en la actualidad. LUCÍA
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A sus 22 años, Lucía habla con una serenidad que sólo puede dar el haber estado cara a cara con la muerte y, a pesar de ello, haberse reconciliado con la vida. Su historia es la de una joven que intentó quitarse la vida en cuatro ocasiones, que conoció el dolor físico y emocional en sus formas más extremas, y que hoy, con cicatrices visibles e invisibles, ha convertido su testimonio en un acto de esperanza.

Su historia no es sencilla de escuchar, porque está hecha de dolor. Pero, al contarla, logra ayudar e inspirar a otros. “Cuando yo me intenté suicidar no se hablaba porque se creía que hablando de ello se incitaba al suicidio. Y es al contrario, lo puede prevenir”, afirma la joven madrileña en una entrevista con Informativos Telecinco.

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A los 14 años, Lucía empezó una relación con un chico. No era una relación cualquiera. Estaba marcada por los celos, la inseguridad y un control constante que la fue sumiendo en la tristeza. Cuando decidió romper, pensó que se liberaría. Pero no fue así. El chico comenzó a acosarla por redes sociales. Ese hostigamiento no sólo la desgastó emocionalmente, sino que la arrastró a una depresión muy profunda.

Por fuera, mantenía cierta normalidad. Salía con amigas, acudía a fiestas, sonreía. Pero por dentro se sentía rota. Fue entonces cuando decidió pedir ayuda. “Le pedí a mis padres que me llevaran al psicólogo, pero hablando con la psicóloga a ratos, ella no pudo ver que yo me iba a suicidar. Yo daba señales, pero a veces no son tan fáciles de interpretar”, explica.

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Así, con apenas 15 años, llegó su primer intento de quitarse la vida. Una tarde de septiembre, ingirió un número importante de pastillas. Antes, escribió a sus amigos mensajes de despedida: “Les dije que les quería mucho y que gracias por todo. Y ahí es cuando se dieron cuenta de que yo estaba mal”, cuenta.

Días más tarde, sus padres la encontraron en el baño, casi inconsciente. Fue trasladada a urgencias, donde le hicieron un lavado de estómago. Un psiquiatra bajó a verla y diagnosticó el episodio como “una llamada de atención”. Esa misma noche fue enviada de nuevo a casa.

“Cuando te vas a quitar la vida, sientes algo de miedo, pero la desesperanza es aún mayor. En mi cabeza sólo estaba presente desaparecer. Si no, no llegas a ese extremo. Estuve yendo al psicólogo, mis padres me apoyaron mucho, pero es que no quería ayuda. Yo pensaba que nada ni nadie me podría ayudar. Y entonces empecé a beber y drogarme, casi de forma autodestructiva”, relata.

Una herida aún más abierta

Así, tras ese primer intento, la herida, lejos de cerrarse, se abrió aún más. El alta temprana y la falta de un seguimiento intensivo serían la antesala de lo que vendría después. Dos meses después, Lucía volvió a intentarlo.

Una vez más, recurrió a las pastillas. Una vez más, un lavado de estómago. Una vez más, el alta médica sin ingreso hospitalario prolongado. “Yo necesitaba un ingreso, y eso no lo veían. Era reincidente. Era una niña de 15 años que se había intentado suicidar dos veces”.

El tercer intento llegó poco después, cuando logró acceder a ansiolíticos que estaban guardados bajo llave en casa. Terminó en el hospital de nuevo, y esta vez sí fue ingresada durante dos semanas en psiquiatría.

Lucía durante su breve ingreso en el hospital

Sin embargo, la experiencia no fue lo que esperaba. “No me sentí protegida, a pesar de todas las medidas de seguridad. Me ingresaron con otra chica que estaba igual o peor, y eso no ayuda demasiado, puede ser hasta contraproducente”, comenta.

Allí, su psiquiatra trató de insuflarle ilusión. “Él quería que recuperara la ilusión por algo. Yo le dije que quería ser actriz, y me dio esperanzas de que conseguiría serlo. Pero luego, a la larga, descubrí que esa no era la mejor manera. Lo mejor hubiera sido tratarme desde ese presente en el que lo veía todo negro”, dice.

El salto definitivo

Una semana después de recibir el alta tras el tercer intento, llegó el más dramático de todos. Estaba en la terraza de su casa. Sus padres estaban dentro, en el salón, viendo la televisión. “Yo salí a la terraza sin la intención clara de tirarme. Recuerdo que me encendí un cigarro, lo dejé por la mitad, y estuve un rato sentada pensando en que iba a tirarme. Lo que recuerdo es que hice como ‘a la de tres, dos, uno’, como quien se quita una tirita. Y salté”.

Sin embargo, el destino quiso que cayera de pie y no de cabeza. Se rompió una vértebra, el fémur y sus pies descalzos contra el asfalto quedaron completamente destrozados. “No perdí el conocimiento pero debí disociar, estaba en shock, no recuerdo dolor. Aunque mi madre dice que gritaba mucho. Mi cabeza lo ha borrado”, cuenta.

Las primeras horas fueron críticas, pero todo salió mucho mejor de lo esperado. “Me quedan secuelas como una ligera cojera, y además, cuando tengo que hacer pis, me tengo que sondar. Pero es un milagro que quedara viva y así. Podría estar ahora tetrapléjica", exclama.

Pasó tres meses en la UCI pediátrica y luego ocho meses en un hospital de parapléjicos. El dolor físico era inmenso, pero lo que más la golpeaba era el impacto psicológico de verse limitada, sin poder moverse, dependiendo de todos. “Mis padres siempre estuvieron muy pendientes de mí y nunca se rindieron”, dice emocionada.

Lucía abrazada a su madre tras uno de los intentos de suicidio

El lento camino a la vida

Curiosamente, fue en ese estado de fragilidad donde comenzó su proceso de reconstrucción. “No volví a intentarlo porque me había salido mal cuatro veces. Me gustaría decirte que fue porque valoré mi vida y supe que la vida es maravillosa, y no. Yo de eso me he dado cuenta bastante tiempo después”, asevera.

El miedo a quedarse en silla de ruedas de por vida también supuso un punto de inflexión. “Me veía que casi me quedaba sin caminar. Encima que me sale mal, me quedo en silla de ruedas para toda la vida. Por suerte, a los dos años empecé a caminar poco a poco”.

Lucía durante la fase de recuperación tras el cuarto intento de suicidio

La terapia también jugó un papel esencial. Poco a poco, empezó a conectar con lo ocurrido, a dejar de culpar a sus padres y a reconocer el esfuerzo titánico que habían hecho por ella. “Pobrecitos ellos, aún creen que tienen una parte de culpa”.

Cada paso dado, primero con silla de ruedas, luego con muletas, fue también un paso hacia la vida. “Cuando dejé la silla de ruedas y empecé a andar en muletas, me empecé a ilusionar, y eso me hizo también conectar anímicamente y psicológicamente con lo que me había pasado y con la recuperación. El cuerpo y la mente fueron muy de la mano”, asegura.

Falta de recursos en salud mental y el tabú social

Hoy, con la perspectiva que da el tiempo, Lucía es crítica con el sistema de salud mental en España. “Cómo puede ser que no te ingresen cuando hay un intento de suicidio. Mis padres no lo entienden. Y cómo puede ser que en España no haya hospitales habilitados para ingresos psiquiátricos… Necesitamos más psiquiatras y psicólogos en la sanidad pública, a mí me daban citas para dentro de siete meses. ¿Cómo puede ser esto?”, protesta.

Asimismo, también señala la necesidad de un cambio cultural: “Hace falta mucha más conciencia. Es verdad que en los últimos años estamos avanzando muchísimo. Y es muy importante que los medios habléis de ello. Ahora se habla más, pero cuando yo me intenté suicidar no se hablaba porque se creía que hablando de ello se incitaba al suicidio, y es al contrario, lo puede prevenir”, comenta.

Una vida en construcción

Actualmente, Lucía estudia psicología. Aunque su idea inicial era dedicarse a ayudar a personas que, como ella, atravesaran pensamientos suicidas, admite con total honestidad que no sabe si será capaz de sostenerlo profesionalmente.

“Me metí muy convencida en la carrera con esa idea de utilizar mi historia para ayudar a otras personas, pero ahora que estoy más cerca del final, no sé si me veo toda mi vida trabajando con personas que estén en una situación así. Porque si me viene una niña de 15 años que se quiere morir, no sé si seré capaz de ayudarla, tratarla y ser objetiva sin que me duela demasiado. Espero que en algún momento me vea capacitada”, revela.

Lucía en la actualidad, aprendiendo a disfrutar de la vida

Cuando se le pregunta si es feliz, guarda silencio antes de responder con una sinceridad desarmante:

Qué es la felicidad, me pregunto. Ahora he entendido que la vida no es de color de rosas. Y para responder a esa pregunta, puedo decir que ahora estoy en un buen momento de mi vida. Tengo todo lo que necesito. Pero también sé, y eso es lo más importante, que a lo largo de mi vida volveré a vivir momentos malos. Sin embargo, ahora sé que la solución no es quitarse de en medio”, concluye.