"Avionazo en el aeropuerto: volvieron a nacer": cómo viví un aterrizaje de emergencia

  • En una situación muy similar a la de Air Canada en Madrid, el avión estuvo sobrevolando Ciudad de México hasta deshacerse de todo el combustible

  • No funcionaba uno de los motores de frenado y el piloto decidió aterrizar sin utilizarlos

  • En el avión, operado por Cubana de Aviación en los 90, no hubo ningún muerto, sí heridos al saltar del aparato por dos lonas desinfladas

“Avionazo en el aeropuerto: volvieron a nacer”. No habían pasado ni 12 horas y el periódico con ese titular ya estaba a la venta en los semáforos de la Ciudad de México. Lo compramos con incredulidad: éramos nosotros los que habíamos vuelto a nacer. Gracias a un piloto extraordinario que sin uno de los motores de aterrizaje logró tomar tierra. Se partió un ala, se quemó el avión, pero salimos todos vivos.

Volábamos de La Habana a México. Y en un avión que no nos correspondía. Teníamos que haber salido el día anterior, pero había overbooking y nos regalaron, además de una noche extra en Cuba, una experiencia que, unos días después, ya habíamos aprendido a contar -mi entonces novio y yo- en perfecta sincronía.

El avión llegó a México sin problema. Inició el descenso. Y, de pronto, volvió a subir. Viajábamos en Cubana de Aviación. En un optimismo sin límites pensamos que, simplemente, éramos una compañía de segunda y tendríamos que esperar cola para aterrizar. Pero según fue pasando el tiempo nos empezamos a inquietar.

Al principio poco, si soy sincera, porque nadie nos dijo qué estaba pasado. De hecho, me recuerdo pidiéndole a una azafata una aspirina. Tanta vuelta me había levantado dolor de cabeza. Me la trajo, pero con un gesto que no ocultaba su preocupación. Además, había pasajeros más conscientes que yo. Algunos rezaban. Y recuerdo a un padre explicándole a su hija cómo tenía que colocar la cabeza encima de las piernas para aterrizar.

Después de más de dos horas sobrevolando la ciudad el piloto comenzó el descenso. Entonces sí que fuimos conscientes del peligro. Bajaba en picado, casi vertical. Qué largo fue. El primer impacto al tocar tierra fue brusco, pero no desmedido. Recuerdo a mi novio diciendo “ay, ‘michica’, he pasado miedo”.

Y entonces llegó el momento del auténtico pánico. Porque el avión no frenaba. No frenaba. No frenaba. Y empezó a saltar. Y al mirar por la ventanilla nos dimos cuenta de que estábamos fuera de la pista. Y se abrieron los compartimentos del equipaje. Y todo se cayó de forma violenta. Y los asientos de las primeras filas se arrancaron. Y el impacto fue brutal. Y no entendíamos nada.

La tripulación salió de la cabina y nos ordenó evacuar el aparato. Nuevamente inconsciente, pensé, “pues no será sin mis fotos”. Y me dediqué a buscar mi bolsa con la cámara, los mil carretes que había tirado en Cuba, nuestros pasaportes, los cheques de viaje (sí, hace mucho de esto, había carretes y había cheques de viaje) mientras la gente gritaba y se agolpaba en la puerta de emergencia que ya estaba abierta.

Mi ahora marido -mucho más sensato que yo- me gritó: “Vete ya, yo cojo la cámara”-. Y salté. Digo salté porque los toboganes que dibujan en las instrucciones de emergencia no existían, eran dos lonas desinfladas. Y una vez en tierra volví la cabeza y vi que el avión se estaba quemando con mi novio dentro. Entonces sí que perdí los nervios.

El paisaje no era para menos. La gente se alejaba corriendo, descalza, gritando. Estábamos a un paso de la carretera. Una autopista con uno de esos atascos de México donde no caben más coches. Los camiones de bomberos estaban ya trabajando. Sirenas. Gritos. Humo. Mucho ruido. Mucho miedo. Y, al fin, mi novio saltó del avión. Sí, con la bolsa.

El piloto contó que, consciente de que sólo funcionaba uno de los dos motores del frenado del avión, decidió agotar el combustible para realizar un aterrizaje de emergencia. No se podía utilizar uno sólo de los motores: el avión habría empezado a dar vueltas y habría sido peor.

Se salió de la pista de forma consciente. En el aterrizaje se partió un ala. Pero milagrosamente no afectó a ningún pasajero. Todos vivos. Hubo algunos heridos al saltar del aparato. Pero nada más. Cubana de Aviación en los 90. Aparatos viejísimos, pilotos entrenados para todas las situaciones.

La mayor parte del equipaje se quemó. El nuestro no. Ni mi cámara, claro. De hecho, tenemos fotos del avión en llamas. Las hicimos antes de alejarnos corriendo de allí.

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