Libertad, mito y esencia

telecinco.es 30/03/2009 14:48

(Elena Villegas) Javier Preciado y Mercedes Milá han conseguido hoy que recuerde por qué decidí estudiar Periodismo. Tras dos años y medio de investigación, paciencia y continuos viajes a Irak, Preciado ha rescatado a Sara, una niña secuestrada por su propio padre, quien, empeñado en convertirla al Islam, no le ha importado retenerla en un país sin libertad, no sólo espiritual y de pensamiento, sino también física.

La niña ya ha llegado a Madrid; no voy a volver a relatar todos los datos que se dan en la crónica elaborada por telecinco.es, aunque sí algo que puede parecer anecdótico, pero que representa un enorme anhelo de libertad por parte de Sara: al poco de llegar a Madrid, la niña no sólo se despojó del velo islámico, sino que además comió unas croquetas de jamón y, al día siguiente o a los pocos días, pidió salchichón. Teniendo en cuenta que los musulmanes no pueden comer cerdo porque es un animal sucio y dentro del respeto a toda creencia religiosa, la niña tuvo la opción de escoger; por primera vez en dos años y medio, experimentó la libertad, una palabra quizás demasiado abstracta para quienes no carecemos de ella, pero que a una niña de doce años le ha permitido algo aparentemente tan simple como ponerse o no ponerse un velo, como comer o no comer salchichón.

Algo que ha destacado Mercedes Milá en la rueda de prensa es que la madre no le ha obligado ni a lo uno ni a lo otro, que se ha tratado de una decisión personal de Sara, quien, por otro lado, tampoco quiere bautizarse ni hacer la Comunión. Esa es la libertad: elegir el propio camino y expresar, sin miedo, pensamientos y emociones. Tan libre de expresar sentimientos es ahora Sara que, pese a que ha vivido rodeada de terroristas –como describe la situación Javier Preciado- y a haber visto coartados muchos de sus derechos, quiere volver a ver a su padre algún día.

Lo que ha conseguido Javier Preciado y el equipo de ‘Diario de…’ es mucho más que la conclusión de una investigación periodística: han llevado a cabo una labor humanitaria, han devuelto la felicidad a una familia y, lo más importante, han salvado la vida de una niña. Más allá del cliché sobre los periodistas y la televisión de todo por la audiencia, Preciado ha demostrado que su implicación ha sido mucho más personal que profesional (eso sí, sin menoscabar esta última); al comienzo de la rueda de prensa, se ha emocionado mientras relataba que hoy, por primera vez, Sara ha ido al colegio. Se ha visto obligado a parar de hablar porque casi rompe a llorar.

Han sido mucho más que emociones, puesto que ha jugado su propia vida para devolver a Leticia Moracho (la madre de Sara) la de su hija. Han sido dos años y medio en los que podía haber desistido, si bien, al contrario, ha seguido luchando sin descanso, aunque imagino que, en no pocos momentos, las fuerzas le habrán flaqueado.

Ese es el auténtico espíritu del periodista vocacional: el afán por luchar contra las injusticias y hacerlas públicas. El problema es que, muchas veces, eso de "resolver entuertos" es un mito reservado a héroes de otra época que la rutina de la información de consumo dificulta convertir en realidad. Y lo peor es que quienes un día lo dimos todo luchando por ese ideal, lo hemos encerrado en el baúl de sueños por cumplir, enterrado en lo más profundo de nuestra memoria.

Gracias a Javier Preciado y a Mercedes Milá, ese baúl se ha abierto hoy un poquito. La esencia del Periodismo sigue viva.