¿Qué se habla después de una gala?

telecinco.es 04/06/2010 12:03

El comedor, los jueves por la noche, es el mejor lugar para enterarse de cómo ha ido el directo de puertas para adentro. Eso sí, hay que hacerlo rápido, porque todos los implicados en la grabación de la gala llegan derrotados de vuelta a Corn Island y huyen despavoridos hacia el primer taxi que pasa en cuanto le dan el último mordisco al flan. Eso cuando no es la propia comida la que amenaza con pegarte un mordisco a ti, porque a veces en el comedor tenemos esto:

Hasta da miedo acercarse. Cualquiera le clava un tenedor a ese bicharraco. El caso es que entre conversaciones sobre lo rico que ha quedado precisamente el flan, lo mucho que pica el repelente cuando te tocas la boca después de haberte rascado una zona donde te lo habías aplicado, y a cuánto hay que poner el aire acondicionado porque con esto de los Fahrenheit nadie nos enteramos de nada, lo más normal es que comentemos los nominados, los expulsados y la entrevistas en plató como si fuéramos espectadores del programa. Así que anoche hablamos de la expulsión de Víctor, de la nominación de Óscar, Mireia y Trapote, del rebote de Parada… También debatimos durante un rato sobre si a Trapote la está manteniendo en la isla la gente que la quiere o la gente que la odia.

Pero lo más divertido es enterarse del backstage de la gala. Ayer por ejemplo, el realizador me contó que, de repente, se había encontrado al operador de la cabeza caliente andando por el cayo con un huevo en la mano. ¿Por qué? Pues porque una gallina había entrado en el lugar donde duerme el equipo que trabaja allí, y había puesto ese huevo sobre su cama. Además, mientras el operador le contaba esto al realizador, un perro pasó al lado de ellos con la escaleta del programa en la boca. Llegamos a la conclusión de que no existe ahora mismo otro programa en la televisión en el que el equipo pueda protagonizar una situación de este calibre.

Por la mañana, antes de que empezara el visionado de la gala, y como tenía el día libre, decidí darme un paseo por uno de los cementerios de la isla. Ése en el que podría haber acabado si el coco que cayó delante de mí lo hubiera hecho sobre mi cabeza. Si las coladas tendidas dicen mucho de los habitantes de una casa, los cementerios también dicen mucho de los habitantes de una comunidad. De éste, lo que más llama la atención es, sin duda, su ubicación en primera línea de playa.

También me ha sorprendido lo pequeño que parecía, puesto que me había dicho un taxista que era uno de los principales de la isla. Cuando le comenté este hecho a otro taxista, se dispuso a explicarme la razón de tan inquietante misterio. Entonces la radio de su coche se desintonizó. Nubes negras cubrieron el cielo. Las hojas de las palmeras se agitaron a merced de un viento huracanado. El graznido de un cuervo se escuchó cerca. Un rayo cayó justo delante del coche y erizó nuestros cabellos con electricidad estática. Fue cuando el taxista me miró, abrió unos ojos inyectados en sangre y, con voz de ultratumba, me dijo: “es que hay gente que entierra a sus muertos en su propio jardín”. Evidentemente la cosa no ocurrió tal cual, pero bien podría haberlo hecho, porque sí que fue ésa, literal, la explicación que el buen taxista me ofreció. Durante unos segundos me sentí protagonista de un episodio de ‘Historias de la cripta’. Y como yo tiendo a creerme lo que la gente me cuenta, a partir de ahora miraré a los jardines de las casas de por aquí con otros ojos. ¿Quién sabe qué misterios pueden esconderse, por ejemplo, tras las paredes de esta casa tan de película?:

Tras bajarme del taxi de Jason Voorhees, todavía con el susto en el cuerpo, descubrí en una pulpería el que puede ser el helado de la temporada. Llevaba tiempo observando a gente variada disfrutar por las calles de un apetitoso polo de color rojo chillón. Pues bien, resulta que el invento no es más que un Flash al estilo nicaragüense. Ahora mismo no sé si la palabra Flash se utiliza igual en toda España, así que me refiero a esos polos de agua congelada con sabor a cosas súper artificiales que vienen como en cilindros de plástico. Pues bien, he aquí la versión isleña:

Más casero, imposible. Una bolsa cualquiera, un montón de agua, colorante, algo de sabor y hala, a congelarlo. El 100% de los colegiales de por aquí y un servidor, no necesitamos más para alcanzar la felicidad que ir chupando un plástico helado que además luego te deja la lengua roja. Justo cuando me lo terminé y acabé con la cara y las manos pegajosas, recordé una de esas preguntas que tanto nos hacemos la gente del equipo: ¿harán los hielos con agua purificada? Casi me entra la risa. Lo que acababa de comerme no era un hielo. Era casi un iceberg. Así que la suerte está echada. Si estos flashes de por aquí no están hechos de agua purificada, veremos hasta qué punto mi organismo se ha adaptado a estos ambientes.