Por qué mola la música disco

ÁLVARO GONZÁLEZ 12/12/2008 12:41

La primera vez que la revista Rolling Stone habló de música disco fue en 1973. El título del artículo no podía ser más elocuente: "Paaaarty!". El redactor Vince Aletti hablaba de una nueva ola de música popular que paulatinamente lo había ido invadiendo todo el último año. Era el 'discoteque rock'. Una misa oficiada por los 'Dj', tipos que rescataban "álbumes ignorados, discos de importación y elepés oscuros con la suficiente energía como para hacer que la gente se soltara escuchándolos uno detrás de otro sin parar bailando hasta no poder más".

Este fenómeno luego se terminó llamando 'música disco', pero ya llevaba tiempo cocinándose a fuego lento. Y al igual que ocurriera años atrás con el soul, el gospel, el blues, -la música de los negros- los orígenes del disco hay que buscarlos en las capas más desfavorecidas de la sociedad. Si el rock es la música que los blancos le robaron a los negros, con el 'disco' ocurrió lo mismo pero añadiendo a los sudamericanos y los homosexuales.

Negratas, sudacas y maricas

Los blancos no saben bailar. Will Straw en 'La otra historia del rock' explica: "Bailar significa oponer resistencia a las restricciones que platean las normas y el decoro, ceder ante los impulsos pasionales". Se trata de una forma de liberación personal. Sin embargo, según el poeta senegalés Leopold Senghor, las sociedades africanas "desdeñan el contacto físico entre bailarines, siendo este contacto más común en los bailes sociales europeos". El hecho de soltarse, cita Straw, "en sentido de abandonarse completamente a lo sensual, sin restricciones, no está bien visto [entre los africanos] dado que carece de estilización".

Los inmigrantes puertorriqueños en Nueva York y los negros hacían del baile tribal el eje de la creación musical. Unos estilos con ritmos muy fuertes. En palabras de Iñigo Munster, propietario del sello Vampi Soul que publica álbumes de 'latin soul' y géneros de los que bebió el 'disco', "es una música muy poco racional, en torno a una cultura del baile; música muy atemporal que sale de la parte más baja del estómago, no tan mental ni tan consciente; música tribal, originada en los tambores... no se piensa por qué te gusta, sólo te contagia".

En tiempos de crisis: fiesta, fiesta y fiesta

Y los primeros en contagiarse fueron los gays. Querían que en sus clubes sonase música con ritmos fuertes, poderosos. Para bailar, sin más. La pregunta es cómo la banda sonora de las subculturas dio el salto a todas las emisoras del país.

Para Iván Iglesias, experto en música del siglo XX y profesor de la Universidad de Valladolid, al margen de otros factores mediáticos, "hay que tener en cuenta que en el año 73 hubo una crisis mundial por el petróleo y se observa el mismo fenómeno que en los años 30, tras el crack del 29, cuando surge el swing y los salones de baile, a la gente le da por olvidarse de todo".

La fiebre del sábado noche

Entonces llegó la película. Saturday Night Fever se suponía que era una visión de todo el movimiento subterráneo que incendiaba todas las noches Nueva York. Lo gracioso es que muchos neoyorquinos se enteraron de la existencia de esta fiebre después de ver el film. No es que estuvieran ciegos: es que era todo mentira.

El 7 de junio de 1976, Nik Cohn escribía en la revista 'New York Magazine' un reportaje llamado 'Ritos tribales del nuevo sábado noche'. En él hablaba del personaje, Vincent, que luego dio personalidad a Tony Manero. Aparecían sus costumbres, su condición obrera, sus aficiones, su forma de pensar; aparecía toda una cultura urbana que, como él mismo reconoció al diario británico The Independent décadas después, no sólo era "lo peor que había escrito en la vida" sino un retrato ficticio. Estaba inspirado en la juventud 'mod' londinense de los sesenta de la que él mismo provenía.

Paradojas a go go

La cultura mod británica de los años sesenta era el verdadero Saturday Night Fever. En Inglaterra, los jóvenes 'mod' se agrupaban en sótanos a bailar hasta la extenuación colocados con anfetaminas los discos de soul y música negra que importaban de Estados Unidos. Una paradoja curiosa. América envió la música al Reino Unido y las islas respondieron mandando una serie de ritos y bailes ad hoc. A través del fraude de un periodista, eso sí, y unos cineastas un tanto crédulos.

La repercusión que tuvo la película es por todos conocida. El disco fue la banda sonora original más vendida de la historia, hasta que llegó 'El guardaespaldas' de Whitney Houston, y todo el planeta se instaló en las pistas de baile. Años atrás, en los sesenta, los blancos habían destrozado todos los patrones de danza originarios de los negros con el 'baile a go go', "más suelto y frenético", sostiene Will Straw. Tras el impacto de la película, volvía a ocurrir lo propio con toda la clase media blanca lanzándose a bailar en las discotecas.

Ahí llegó la paradoja más dura. No es oro todo lo que reluce. Según Diego Manrique, crítico de rock de El País, dentro de la moda disco avasalladora, muchos jóvenes "sentían que las bacanales no estaban a su alcance, que la verdadera acción ocurría en zonas VIP a las que no tenían acceso. Para los plebeyos, el estilo de vida suponía un desgaste físico y un derroche económico que no podían mantener".

Envidiada, aborrecida y repudiada

A partir de la película, la música disco apenas duró dos años en boga antes de volver al ámbito subterráneo. Miguelito Superstar, cantante de la Fundación Tony Manero, cree que hubo una sobrexposición: "La música sonaba a todas horas. Antes, era un género que, aparte del hedonismo intrínseco, tenía una producción muy cuidada, con músicos de viento. Cuando se masifica la producción, los estándares bajan y se pierde mucha calidad, hubo un bajón generalizado".

En este punto, Iván Iglesias se acuerda del músico de salsa Rubén Blades. Si bien sus acordes habían servido de inspiración, como muchos otros autores sudamericanos, para gestar la música 'disco', ahora la moda le parecía aborrecible. Dio buena cuenta de ello en su canción 'Plástico', donde parodiaba el género criticando la pérdida de las esencias de la música de baile: "se agitan y sudan Chanel nº3". Un alegato panamericano en contra de Estados Unidos y sus formas de cultura prefabricadas.

El advenimiento de los iconoclastas

Pero el odio a la música disco también tenía un punto homófobo. Miguelito Superstar recuerda que las mayores críticas y burlas llegaban de los músicos de rock: "ya sabemos que son muy machotes, y el hecho de que esta música tuviera sus orígenes en los clubs gays, los Dj´s fueran gays, que triunfase algo gay, en definitiva, les ponía histéricos".

De ahí surgió la campaña "El disco apesta", un movimiento promovido por un locutor radiofónico de Chicago que alcanzó gran seguimiento. Pero esta reacción hunde sus raíces en prejuicios mucho más profundos. Will Straw explica que la música contemporánea que gira en torno al baile es un factor de liberación individual y colectivo: "Uno acude a los clubes nocturnos para observar al público, un público normalmente integrado por no profesionales, que baila los estilos más novedosos".

En este contexto el individuo forma parte del espectáculo. Queda dinamitada la visión que idolatra a la 'estrella del rock'. El disc jockey es un iconoclasta; un mero vehículo para encontrar la expresión propia más profunda.

Demasiado para los creyentes en el rock. En Chicago, en 1979, tuvo lugar la quema de música 'disco'. En un estadio miles de personas quemaron los vinilos de los Bee Gees o KC & the Sunshine band. Se considera que aquel año murió la música disco, pero en realidad, no hizo más que volver a la subcultura para, en la segunda mitad de los ochenta, reconquistar el mundo, ahora sí, en su totalidad.