Marianela resurge para luchar por la verdad del crimen de Almonte

Marianela Olmedo no se rinde. Lucha para que el recurso que ha interpuesto ante el Tribunal Superior de Justicia de Andalucía sea considerado con mimo, con lupa. Quiere que se repita el juicio. Quiere una sentencia justa. Sus argumentos tienen el peso aplastante de quien ha soportado perder a una hija cosida a puñaladas y al padre, todavía marido en el momento de suceder los hechos. Su protesta lleva grabadas con sangre las letras del odio, el veneno de seres humanos sin empatía ni una pizca de sensibilidad que han sido capaces de repudiar a una madre muerta en vida, una mujer que no ha alzado ningún arma pero que una parte de la población de Almonte (Huelva), ha desterrado. Marianela no alza ni la voz, pero mucha gente en el pueblo no la quiere. Unos por puro machismo; Marianela “culpable”, engañó a su marido. O por inhumanidad “no sufre los suficiente”. Otros porque son del entorno del “presunto” y ven en ella a la culpable del enredo sentimental que hizo que Francisco Javier Medina acabara con sus huesos en la cárcel. ¿Cuántos juicios tiene que soportar una madre a la que asesinan una hija? Marianela estuvo “fuera de este mundo” pero ahora ha vuelto para vencer el juicio moral y todos los juicios jurídicos que vengan.
Marianela llora y medio sonríe a la vez porque es persona agradecida y sencilla. Le preguntamos sin “dolor” de frente al corazón. ¿Vives con la culpa de haberte enamorado del hombre que tú crees que asesinó a tu familia? Levanta los ojos y reflexiona. Sí. “Vivo arrepentida y con la culpa de haber atraído a ese monstruo”. “Él me asesinó también a mí esa noche”. Le preguntamos qué pensó cuando sucedieron los hechos. “Nada”. Durante meses no fue capaz de pensar que dormía con su enemigo aunque en el fondo de su ser sí lo intuía. Porque a su niña le taparon la cara con la cercanía que sugiere que el asesino es conocido, porque los vecinos escucharon una discusión y el acento del intruso era almonteño, y porque Miguel Ángel, el padre de su hija, le espetó a su asesino un “márchate de aquí, hijo de puta”.
Todo eso estaba dentro de ella y más. Medina era un ser celoso, violento, agresivo y maltratador. Le decía que no sonriera, que no bailara, que no mirara, que no existiera, que no respirara. La quería solo para él. Se ponía cardiaco cuando ella intentaba ayudar al padre de su hija. Marianela borraba los mensajes que se cruzaban hablando de las necesidades de la pequeña, que era el centro de sus vidas, a pesar de la separación. Hasta que sucedieron los asesinatos y todo cambió. Medina aparcó los celos durante un año y Marianela se dio cuenta. Luego volvería a las andanzas pero de momento ocuparía el lugar que antes había ostentado por derecho el difunto Miguel Ángel. Y lo más importante que observó, Medina no lloraba ni se lamentaba por la muerte de la pequeña.
Fue la UCO la que consiguió las pruebas para detenerlo. Con la tenacidad que les caracteriza, meses después se presentaron ante su puerta y le dijeron: “Marianela, ve haciéndote a la idea, es él y estamos seguros”. Le pusieron delante los informes de ADN que demuestran que Francisco Javier Medina se limpió con unas toallas limpias y lavadas antes con lejía. Encontraron restos epiteliales en cantidades suficientes para poder descartar la transferencia. No, no era semen que ella podría haber llevado en su cuerpo o en su ropa y que al lavarse en la misma lavadora se habría dispersado impregnando las toallas. Era piel, y Medina no había pisado esa casa desde hacía cuatro años. El asesino llevaba guantes y la ropa cubierta con algo plastificado como un pantalón de pescadero del Mercadona donde trabajaba. Pero después de lavarse la ropa impermeable, se lavó las manos. Tras la detención no vino la calma.
Marianela ha vivido casi toda la instrucción torturada por el linchamiento de vecinos y anónimos que como ella dice, “ni siquiera me conocen”. Si va a clases de baile por recomendación del psicólogo, dicen que está demasiado alegre. Da igual lo que haga o diga. Si se somete a una entrevista en la televisión, dicen que está de paseíto por Madrid. Ella lo explica con resignación. “Me han quemado en la hoguera en Almonte por tener una relación con Medina fuera de mi matrimonio, por ser mujer. Porque a él no le dicen nada. Contra él no van por dejar a su novia de 10 años, o por meterse en un matrimonio”. Ni siquiera ha recibido tantos insultos como ella a pesar de haber estado acusado de los asesinatos. “¿Por qué tanto daño? ¿Más daño me merezco? Tengo suficiente”, se expresa angustiada.
Marinela se ha marchado de Almonte para no verle la cara a su verdugo. No puede soportar encontrárselo por la calle. “¡Cómo voy a vivir en Almonte si me puedo encontrar a ese monstruo por allí! ¡Es una pesadilla! Pero no es solo el miedo a tropezarse y no saber qué decir o qué hacer. Es miedo al entorno de él, a los que subieron en brazos a Medina tras el veredicto de inocente, como si de un torero se tratase. Y es ella, la exnovia a la que tampoco quiere ni ver.
Cuando Marianela se enamoró de Medina, él dejó una relación de 10 años con otra compañera de supermercado. Todos trabajaban juntos en Mercadona; Marianela y su marido, Francisco Javier y Raquel. El día de los asesinatos Francisco Javier, según la acusación, se fue del Mercadona pasadas las nueve de la noche. Pudo estar agazapado cerca de la vivienda de Miguel Ángel hasta que un amigo que le visitaba se marchó. Acababa de llegar también la niña porque esa noche le tocaba al padre. El asesino quizá no contaba con que estuviera la hija de Marianela, es lo que creen los investigadores.
