¿Cuándo empezamos a odiar nuestro cuerpo? Siete jóvenes responden

No nacemos odiando nuestro cuerpo. En realidad, cuando somos niños, nos da igual ser altos o bajos, gordos o flacos, con el pelo liso o rizado, con los ojos marrones o azules. Pero poco a poco, se nos inculca lo que es normativo, es decir, cuál es el molde en el que tenemos que encajar para ser considerados guapos o atractivos.

Así empezamos a odiar nuestro cuerpo

Odiar nuestro cuerpo es un proceso que se produce a través de dos vías. En primer lugar, la vía pasiva, es decir, de forma sutil a través de las películas que vemos (en las que los protagonistas siempre tienen un aspecto físico), las revistas que leemos (donde la delgadez es asociada al éxito) o los comentarios que escuchamos respecto a otras personas (por ejemplo, cuando tus padres hablan de lo mucho que ha engordado la vecina).

En segundo lugar, se produce a través de la vía activa. En otras palabras, los comentarios críticos sobre el cuerpo van dirigidos a uno mismo. Por ejemplo, que tu abuela te llame gorda, que una chica se ría de ti por tener una baja estatura, que los compañeros de clase se burlen de tus dientes, etc.

Poco a poco, estas experiencias nos pasan factura y acabamos pensando que hay algo malo en nuestro aspecto, ignorando que el verdadero problema es que los demás nos falten al respeto o que la sociedad tenga un único (y a menudo inalcanzable) ideal de belleza. Esta creencia es la génesis de la baja autoestima, de los Trastornos de la Conducta Alimentaria y de diferentes formas de experimentar ansiedad.

 El testimonio de siete jóvenes: “Todo empezó con mi primer novio”

Según un estudio publicado en el medio británico The Guardian, el 75% de los niños de doce años odia su cuerpo, subiendo la cifra al 80% cuando hablamos de jóvenes de entre 18 y 20 años.

La gran pregunta es cuál es el detonante de esta relación tan negativa con uno mismo y, para responderla, hemos hablado con diez jóvenes de entre 18 y 30 años.

“Tenía 8 años y mi abuela le dijo a mi madre que tenía que llevarme a una dietista. Yo no sabía que significaba, pero me acuerdo perfectamente oír a mi madre decirle que tenía razón porque yo era una niña perfecta, salvo porque estaba gorda. He tenido rachas de estar delgadísima y otras de tener sobrepeso, pero hasta los 25 años no empecé a tener una buena relación con la comida y a aceptar mi cuerpo.” – Celia, 27 años

“Todo empezó con mi primer novio. Teníamos 13 años y fuimos a la piscina con la gente de clase y fue como de broma, pero empezó a decir delante de todo el mundo que yo tenía los muslos más grandes que él y a reírse porque a veces me rozaban. Pasé muchísima vergüenza y durante toda mi adolescencia me obsesioné con tener thigh gap hasta el punto de usar fajas, comer poquísimo, hacer ejercicio a lo bestia. Muy tóxico.” – Inma, 24 años

“Soy bajito y eso no lo puedo cambiar, y durante toda mi vida ha sido el chiste fácil pero incluso de adultos. Los padres de mi mejor amigo me decían que era el llaverito del grupo, recuerdo esa expresión muchísimo. Y claro, era un vacile constante, así que siempre he vivido detestando mi altura.” – Samuel, 20 años

“Los chicos de mi clase hicieron una lista puntuando a las chicas y la sensación que tuve en ese momento fue la peor de mi vida”

“No me acuerdo la edad exacta, pero me desarrollé súper pronto y me salió mucho pelo en la espalda, supongo que con quince años o así. El caso es que empezó el curso, cambiaron a la gente de clase y teníamos educación física. Me fui a cambiar en el vestuario y unos chicos que no eran mis amigos empezaron a reírse de mí y me pusieron un mote. A partir de ese curso he tenido mucho complejo con el pelo del cuerpo, nivel que me he llegado a bañar en la playa con camiseta por vergüenza.” – Bruno, 18 años

“Siempre he tenido un peso normal, pero toda mi adolescencia me sentí gorda. Me comparaba con las chicas delgadas del colegio y del instituto, y creía que solo sería feliz siendo delgada. Nunca me dijeron nada sobre el peso, pero sí que recuerdo a mi padre burlándose de conocidas o haciendo comentarios horribles junto a mi madre, en plan que no sé quién había engordado y que cómo se estaba poniendo, que qué pena, que se estaba echando a perder. Y claro, yo me comparaba y a veces esa persona era más delgada que yo, así que pensaba que mi padre me tenía que ver sí o sí gordísima.” – Iris, 29 años

“Tengo grabado a fuego el momento en el que odie de verdad mi cuerpo por primera vez. Estábamos en 1º de la ESO y los chicos de clase hicieron una lista puntuando a las chicas, y una de las chicas la robó y todas fuimos a mirar. Habían hecho categorías en plan tetas, culo, cara, peso, inteligencia, graciosa, y todos los puntos sobre lo físico eran rollo 3 o 4, la peor de todas. La sensación que tuve en ese momento fue la peor de mi vida, y me acuerdo perfectamente de cómo me reí para quitarle importancia y nunca lo comenté con nadie, ni con mi mejor amiga. Me sentí horrible y sola.” – Victoria, 24 años

“Tenía quince años y un amigo dijo que en todos los grupos tenía que haber un amigo gordo y simpático para captar a las chicas sin ser una amenaza. Todos me miraron a mí y se rieron, yo me reí también, pero por dentro me dejó hecho polvo. Nadie sabe esto, pero me afectó mucho y empecé a hacer tonterías para adelgazar.” – Andreu, 29 años