Andres, 21 años: "Soy el más feo de mi grupo de amigos y no paro de compararme con ellos"

  • Odiamos nuestra altura, nuestro peso, nuestro pelo, nuestro tono de bronceado y hasta la forma de nuestros pies, y todo por compararnos con los demás

Como dicen las madres, las comparaciones son odiosas y la belleza es subjetiva. Tenemos la mala costumbre de fijarnos más en los demás que en nosotros mismos y construimos nuestra autoestima a partir de las comparaciones con amigos, conocidos e incluso completos desconocidos. La aprobación de otras personas no nos va a hacer más felices, pero aprender esto es complicado.

Andrés es un chico de 21 años que se siente el patito feo de su grupo de amigos y en consecuencia su autoestima ha pegado un bajón brutal. Hoy analizaremos su caso y responderemos a la eterna pregunta de por qué los demás parecen mejores que nosotros mismos.

El caso de Andrés (21 años)

No sé si soy la única persona del mundo a la que le pasa esto, pero siempre me estoy comparando con mis amigos y cada día soy más consciente de que yo soy el feo del grupo. Esto está matando mi autoestima.

En mi grupo somos cinco amigos inseparables. Nos conocemos desde que éramos pequeños y seguimos llevándonos genial. Tenemos confianza, nos contamos nuestros problemas y nos lo pasamos estupendo, pero esto que me está ocurriendo es un secreto para mí y no lo he hablado con ellos.

Cuando salimos de fiesta, las chicas casi nunca me hablan y cuando lo hacen suele ser para que les presente a mis amigos. También me han hecho varias veces comentarios tipo “lo mejor de ti es tu personalidad”. Está genial ser el amigo divertido o carismático, pero también quiero gustar por mi físico, aunque suene superficial.

No sé qué hacer porque esto me está obsesionando hasta el nivel de que cuando salimos me paso todo el rato fijándome en los demás e incluso les he empezado a imitar en la forma de vestir para ver si así mejoro. Esto está consumiendo mi amor propio y tengo que ponerle remedio.

Por qué vemos a los demás más guapos que nosotros

Salvando las distancias, hay un experimento que a veces se realiza con personas con trastornos alimenticios. Estas pacientes (ya que la mayoría son mujeres) suelen verse con más peso del que realmente tienen, padeciendo una distorsión de su autoimagen enorme. Si le enseñas varias fotografías de mujeres en ropa interior con distintos pesos y les pides que señalen cuál es la que más se parece a ellas, te darán una opción disparatada. Además, cuando les preguntas por el cuerpo con el que se identifican falsamente, lo normal es que te digan “a ella le sienta bien ese cuerpo, pero a mí no, yo estoy horrible”.

Esto no solo sucede en personas con un problema alimenticio, sino que afecta a prácticamente toda la población. Odiamos nuestro pelo rizado, liso, moreno o rubio, pero en otras personas no queda tan mal. Lo mismo sucede con las pecas, la altura, el peso, el tono de bronceado y hasta la forma de los pies. En los demás cualquier rasgo físico es más bonito que en nosotros mismos.

La razón es que cuando analizamos nuestro aspecto, escudriñamos cada detalle y nos autoexigimos muchísimo más de lo que exigimos a los demás. Es como si estuviésemos realizando un examen constante en el que para aprobar necesitas matricula de honor, mientras que los demás lo pasan con un cinco raspado. Idealizamos a los demás y nos devaluamos a nosotros mismos, y en el término medio es donde radica la auténtica salud mental.

La subjetividad de la belleza

Los conceptos de “guapo” o “feo” son tan difusos que si preguntamos a 100 personas por la persona más bella del mundo, ninguno nos dará la misma respuesta. Cada persona tiene unos gustos y se siente atraída por rasgos faciales diferentes. A algunos les gustan las narices pequeñas y a otros grandes. A algunos les resulta atractivo un cuerpo con sobrepeso y otros prefieren a personas más delgadas. Algunos prefieren ser el alto de la relación, y otros prefieren ser el bajo. Esto se puede extrapolar a todo, porque sobre preferencias no hay nada escrito.

Por otro lado, cuando evaluamos la belleza de una persona no sólo influye su físico, aunque esto sea paradójico. Una persona con una cara simétrica y un cuerpo de gimnasio, aspectos tradicionalmente considerados como “atractivos”, no nos va molar si su personalidad es desagradable o si tiene tan poca autoestima que apenas habla. En cambio, una persona con rasgos más marcados y un cuerpo no normativo nos puede volver locos si es carismática, divertida, inteligente y sociable.

Nuestra forma de ser también define lo atractivos que somos, así que potenciémosla. Lo mejor es actuar con seguridad en uno mismo y, sobre todo, aceptarnos tal y como somos. A veces podemos cambiar algunas características físicas que no nos terminan de gustar, pero hay rasgos que siempre nos van a acompañar y no queda otra que asumirlo y aprender a querernos.