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Tarjetas bancarias para tus hijos: cuándo es el momento y cómo enseñarles a usarlas adecuadamente

La educación financiera es básica para nuestros hijos. GETTY IMAGES
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Pagar con un móvil, dividir gastos entre amigos o hacer una compra online no son acciones que deban ser exclusivas de adultos. Cada vez más niños y adolescentes forman parte de un ecosistema financiero digital en el que las tarjetas bancarias se han convertido en el nuevo portal de entrada. La pregunta en este caso no es si deben tener una, sino cuándo y, sobre todo, cómo enseñarles a usarla. Porque dar una tarjeta a un menor no es un gesto simbólico: es cuestión de educación.

En la última década, los bancos han dejado de ver a los menores como futuros clientes para considerarlos usuarios en tiempo real. Entidades como BBVA, CaixaBank o Revolut ofrecen ya productos financieros específicamente diseñados para niños y adolescentes. En la mayoría de los casos, se trata de cuentas vinculadas a las de sus progenitores, con tarjetas prepago o de débito que pueden usarse para realizar compras controladas y con un saldo que depende del adulto titular principal de la cuenta.

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Pero el objetivo no es solo tecnológico, ya que esa primera tarjeta no debe entenderse como una simple herramienta de consumo, sino más bien como una oportunidad para enseñar a planificar, comparar precios, ahorrar e incluso posponer el deseo de compra.

¿A qué edad se puede tener tarjeta?

Legalmente, los bancos permiten abrir cuentas para menores de edad desde los 14 años, aunque muchas entidades ofrecen productos adaptados incluso a partir de los 12 o antes, siempre bajo la supervisión de un adulto. Un 34% de los padres permite a sus hijos tener una tarjeta antes de los 15 años, especialmente para realizar pequeñas compras o pagos como el transporte público o la merienda del colegio.

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Plataformas como Revolut <18, MyMonz o Caixabank Teen son las que posibilitan que exista cierto equilibrio entre autonomía y control dentro de esta categoría. Se trata de apps que permiten establecer límites de gasto, recibir alertas en tiempo real, bloquear o desbloquear tarjetas y acceder a informes detallados del uso que hacen los menores del dinero.

Educación financiera, el paso previo

La clave no está en la edad, sino en el contexto educativo. La Comisión Nacional del Mercado de Valores (CNMV) y el Banco de España, a través del Plan de Educación Financiera, recomiendan comenzar la formación económica desde los 6 años, adaptando los contenidos al nivel de comprensión de los niños.

Para los expertos del programa Finanzas para todos, antes de dar una tarjeta, los menores deben entender conceptos como el valor del dinero, el ahorro, el consumo responsable y la diferencia entre necesidades y deseos. Sin esa base, la tarjeta puede convertirse en una vía de consumo acrítico o de dependencia digital.

¿Qué tipo de tarjeta es la más adecuada?

No todas las tarjetas son iguales, ni ofrecen el mismo nivel de control. Estas son las opciones más comunes para menores:

  • Tarjetas prepago o monedero: funcionan con saldo limitado cargado previamente. Son las más seguras, ya que no permiten gastar más de lo disponible.
  • Tarjetas de débito: están vinculadas a una cuenta corriente. Permiten más autonomía, pero deben usarse con vigilancia.
  • Tarjetas virtuales: adecuadas para compras online seguras. Muchas entidades permiten emitirlas desde apps de control parental.

Hay entidades que ofrecen además funcionalidades que permiten asignar tareas a cambio de pequeñas retribuciones, fomentando de esta manera la gestión del dinero ganado y no solo recibirlo en concepto de paga.

Lo que enseña una tarjeta bancaria a tus hijos

Dar una tarjeta a un hijo no es solo habilitar un método de pago. Es abrir la puerta a múltiples aprendizajes si se hace de forma acompañada. Empezando por contribuir a la planificación y la gestión de un presupuesto, y siguiendo por la responsabilidad que conlleva, las lecciones de seguridad digital que aprender o, como no podía ser del otra forma, la importancia del valor de ahorro

Una buena idea es vincular el uso de la tarjeta a un objetivo común familiar, como planificar una escapada o comprar un regalo entre todos. Así, el niño aprende a gestionar no solo su dinero, sino el valor compartido del esfuerzo y la anticipación.

Aunque las ventajas educativas son obvias, no todo es idílico. Uno de los riesgos más señalados por expertos en psicología del consumo es la desmaterialización del dinero: al no ver ni tocar los billetes, los menores pueden tener una menor percepción del gasto real.

También existe el riesgo de que la tarjeta se convierta en una herramienta de evasión emocional, facilitando compras impulsivas o "premios" digitales sin un vínculo racional. Por eso, muchos expertos recomiendan acompañar el uso de la tarjeta con conversaciones familiares sobre consumo, presupuesto y emociones ligadas al dinero.