Identifica y controla el “efecto recompensa": el gasto después de sentir que te lo mereces
Cuando tras un logro, ya sea este grande o pequeño, nos autojustificamos para permitirnos un capricho
Por qué sigues pagando por algo que ya no usas: así te afecta el sesgo del “coste hundido"
“Hoy me he portado bien. Me lo merezco.” Esta frase tan habitual podría parecer inofensiva, pero encierra un poderoso sesgo psicológico que afecta directamente a tu bolsillo. Se llama efecto recompensa y, según psicólogos y expertos, es uno de los motores invisibles del consumo impulsivo. La idea es sencilla: tras un logro, ya sea este grande o pequeño, nos autojustificamos para permitirnos un capricho, aunque no lo necesitemos, ni podamos permitírnoslo.
Desde pedir comida a domicilio tras un día estresante, hasta comprarse un móvil nuevo “porque he trabajado mucho”, el efecto recompensa está presente en casi todas las decisiones de gasto emocional. Se trata de un sesgo cognitivo que, según la neuropsiquiatra Marian Rojas, se basa en una necesidad creciente de gratificación inmediata: “Hemos pasado de vivir para progresar a vivir para sentir placer”. El problema aparece porque ese placer momentáneo rara vez compensa a medio plazo.
El circuito cerebral de la recompensa
El sistema de recompensa del cerebro está regido por la dopamina, un neurotransmisor que se libera cuando anticipamos una gratificación. Según estudios publicados en Psychology Today y Harvard Business Review, la dopamina no se activa al recibir la recompensa, sino al esperarla, lo que explica por qué sentimos tanta urgencia al comprar algo que “nos hace ilusión”.
Y es ahí cuando se disparan las compras impulsivas. Si además hemos tenido un mal día, estamos estresados o cansados, el control racional del gasto se reduce drásticamente.
Es fácil identificar el efecto recompensa en nuestra vida diaria. Solo hay que fijarse, por ejemplo, en cuando compramos algo “extra” después de terminar una tarea difícil. A posteriori podemos fijarnos en si tenemos cargos recurrentes de suscripciones o compras que no recordamos haber planificado. También sería el caso si aplazamos pagos o evitamos mirar tu cuenta tras darte un capricho.
La economía conductual lo confirma, como se puede extraer de un estudio sobre finanzas conductuales, el 58% de los españoles reconoce haber hecho alguna compra emocional bajo el pretexto de “sentirse mejor”. Este comportamiento, frecuente en periodos de estrés o de autoexigencia elevada, se intensifica además durante campañas como Black Friday o rebajas, donde el consumo se reviste de urgencia y justificación social fuente. Sin embargo, se debe ser consciente de que el problema no es premiarse, el problema es no saber cuándo parar.
Cómo controlar el impulso sin eliminar el placer
Los expertos recomiendan estrategias muy concretas para que ese impulso no derive en descontrol financiero:
- Presupuesto de caprichos: reservar cada mes una cantidad fija para pequeños placeres ayuda a evitar el gasto compulsivo. Incluso puede formar parte de tu presupuesto mensual de bienestar.
- La regla de las 24 horas: esperar un día antes de comprar algo que deseas intensamente permite que baje el pico de dopamina y puedas valorar con más claridad si realmente lo necesitas.
- Recompensas no materiales: un paseo, una llamada a alguien querido o una tarde de descanso pueden tener el mismo efecto emocional sin ningún coste económico.
- Diario de consumo emocional: anotar cada vez que compras por impulso, qué sentías en ese momento y cómo te sentiste después, ayuda a detectar patrones y a tomar decisiones más conscientes.
El sesgo de recompensa se alimenta de nuestra falta de autoestima o de sensación de vacío. La economía conductual lo confirma, más fácil es justificar un gasto como consuelo
En la misma línea, expertos de The Behavioural Insights Team han demostrado que incluir recordatorios financieros personalizados en aplicaciones bancarias reduce el gasto emocional en más de un 20%.
La economía conductual lo confirma
El efecto recompensa es solo una cara del poliedro. Está íntimamente conectado con otros sesgos, como el del coste hundido (“como ya he pagado esta app, la seguiré usando aunque no me sirva”) o el de proyección optimista (“seguro que el mes que viene tendré más dinero”).
Todos ellos forman parte del mismo fenómeno: la dificultad de tomar decisiones racionales cuando están en juego nuestras emociones.
Por tanto, no se trata de reprimir el placer ni de demonizar el consumo. Se trata de recuperar el control. Porque merecerse un premio no debería convertirse en la excusa perfecta para hipotecar tu tranquilidad financiera. Como apunta la experta Cristina Benito, “el verdadero autocuidado no siempre es un capricho: a veces es no gastarlo”.