Factura luz

Si cocinas con vitrocerámica, estos dos gestos pueden reducir tu consumo sin cambiar de electrodoméstico

Vitrocerámicas con extractores incluidos
Vitrocerámicas con extractores incluidos. BHU
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En la era del kilovatio estratégico, donde cada pulso eléctrico es susceptible de ser fiscalizado por la tiranía de la factura, la gestión inteligente de los recursos domésticos se convierte no solo en una cuestión relevante para la economía personal, sino también es todo un acto consciente de sostenibilidad. 

Entre los grandes devoradores invisibles de energía en nuestro hogar, la vitrocerámica, ese artefacto omnipresente en las cocinas modernas, ostenta el dudoso privilegio de encabezar la lista de electrodomésticos con peor rendimiento térmico relativo. A diferencia de las placas de inducción, en las que su eficiencia es casi quirúrgica, la vitro disipa buena parte de su energía en forma de calor ambiental. Todo un derroche que, sin embargo, puede ser magistralmente contrarrestado a través de unos ajustes tan sencillos como insospechadamente eficaces.

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Basta con modificar dos hábitos cotidianos para transformar este ineficiente dispositivo en un aliado razonablemente más dócil de cara a su aparente voracidad eléctrica. No hace falta cambiar de electrodoméstico, ni tampoco invertir un solo euro de más. Solo aplicando conocimiento, estrategia y una pizca de disciplina doméstica.

El falso enemigo: cuando el calor residual se convierte en aliado

Pese a que las vitrocerámicas tradicionales son tecnológicamente más ineficientes que las placas de inducción debido a la pérdida de calor que generan fuera del área de contacto, esta aparente debilidad puede ser astutamente reconvertida en ventaja. Según la Organización de Consumidores y Usuarios, un gesto tan elemental como apagar la vitrocerámica unos minutos antes de finalizar el cocinado del alimento en cuestión, permite aprovechar el calor residual de forma mucho más eficiente, lo que puede suponer un descenso del gasto energético de hasta un 10% por uso.

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La inercia térmica de la vitrocerámica, es decir su capacidad para retener calor durante varios minutos tras ser desconectada, permite concluir el trabajo de cocción de alimentos como arroces, pastas, estofados o incluso carnes a la plancha, sin que la placa siga consumiendo electricidad. Lo que para algunos usuarios es motivo de queja, el típico “es que tarda mucho en enfriarse”, puede ser si se gestiona de la manera adecuada, una herramienta de eficiencia insospechada.

Una cocina con vitrocerámica

Tamaño y tapa: los dos olvidados del ahorro

El segundo gesto, a menudo pasado por alto, pero que resulta igualmente decisivo, es utilizar recipientes cuyo diámetro se ajuste con precisión al foco de calor, evitando pérdidas térmicas absurdas. Según análisis, cocinar con un utensilio de cocina más pequeño que la zona activa puede incrementar el consumo en más de un 30% debido a la irradiación de calor hacia el exterior.

La ecuación del ahorro no termina ahí. A esto hay que añadir el hecho de que cocinar con tapa no solo acelera la transferencia de calor, sino que reduce las pérdidas por evaporación y, por tanto, el tiempo de cocción. Esto, trasladado a cifras, puede representar un ahorro adicional del 25% en determinadas elaboraciones, especialmente cuando hablamos de guisos, hervidos y cocciones prolongadas.

Micropotencia doméstica: cuando los pequeños gestos tienen impacto macro

Lejos de ser una anécdota doméstica, la suma de estos gestos puede traducirse, según cálculos de la OCU y FACUA, en una reducción anual de entre 60 y 90 euros en la factura eléctrica de un hogar medio.

Las personas tendemos a sobrestimar el impacto de las grandes decisiones, como puede ser el caso de cambiar de tarifa o comprar nuevos electrodomésticos, y al mismo tiempo subestimamos los beneficios de ajustar sus hábitos diarios. Es importante ser conscientes de que en muchas ocasiones, el camino hacia la eficiencia no siempre está en la tecnología, sino en el conocimiento y en la disciplina de uso.

En definitiva, la eficiencia energética no siempre requiere de desembolsos cuantiosos, ni de la adopción compulsiva de nuevas tecnologías. En muchas ocasiones, reside en la capacidad del usuario para reinterpretar las inercias de sus propios hábitos. La vitrocerámica, tantas veces demonizada por su ineficiencia estructural frente a sistemas más modernos como la inducción, revela aquí una suerte de redención operativa: apagar antes de tiempo y seleccionar recipientes acordes al diámetro del foco no son meros gestos, sino microdecisiones con efecto multiplicador en la economía doméstica y, por extensión, en la huella energética colectiva. 

Porque, a fin de cuentas, el verdadero poder no siempre reside en lo que enchufamos, sino en cómo, cuándo y para qué decidimos pulsar el interruptor.