Las claves de la nueva ley por la que los vecinos decidirán sobre los pisos turísticos en su edificio

Malasaña, en una foto de archivo
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En plena escalada de tensiones urbanas por el auge de las viviendas de uso turístico (VUT), el marco normativo da un giro relevante a partir del 3 de abril. La nueva modificación de la Ley de Propiedad Horizontal introduce un cambio de paradigma en el control de estas actividades dentro de los edificios residenciales.

A partir de ahora, los propietarios necesitarán el consentimiento previo y expreso de la comunidad de vecinos para destinar su vivienda al turismo, lo que supone una transformación profunda del equilibrio legal entre intereses particulares y colectivos.

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Este cambio llega tras años de quejas vecinales, protestas públicas y medidas municipales aisladas que no lograban frenar el crecimiento de este fenómeno. El trasiego constante de turistas, el ruido, la pérdida de privacidad y el deterioro de los espacios comunes han sido motivos habituales de conflicto.

Pero con esta modificación, el foco se traslada: ya no será la comunidad quien deba justificar su rechazo, sino el propietario quien deba obtener su permiso.

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Un nuevo marco legal para la convivencia vecinal

La normativa vigente hasta ahora permitía que una comunidad de vecinos aprobara la prohibición de pisos turísticos mediante una votación por mayoría cualificada. Sin embargo, muchas veces este proceso se complicaba, ya fuera por falta de consenso o por la imposibilidad de reunir el quórum necesario.

La nueva ley invierte completamente esta lógica: será obligatorio tener el permiso de la comunidad antes de iniciar la actividad turística, de forma que ya no se podrá comenzar la explotación y luego regularizar la situación.

Esta autorización debe ser expresa y previa, lo cual impide interpretaciones laxas o aperturas a situaciones alegalmente toleradas. Se trata de una normativa que pretende reforzar la convivencia, frenar el deterioro del parque residencial y dotar a los vecinos de mayor capacidad de decisión sobre el uso de sus espacios compartidos.

Un fenómeno urbano desbordado

Durante los últimos años, el crecimiento de las VUT ha sido exponencial en muchas ciudades españolas. El atractivo de la rentabilidad a corto plazo, combinado con la expansión de plataformas como Airbnb o Booking, ha provocado una reconversión masiva del parque de viviendas en muchas zonas céntricas. Barrios tradicionales han cambiado de rostro, los alquileres se han disparado y la población residente ha sido desplazada gradualmente.

Ciudades como Barcelona, Málaga, Madrid o Palma han sido algunas de las más afectadas, y los ayuntamientos han intentado aplicar medidas restrictivas. Desde moratorias hasta cupos por barrio o inspecciones reforzadas, los intentos municipales de frenar la expansión han sido constantes. Aun así, el fenómeno se ha mostrado escurridizo, en parte por la falta de coordinación entre los distintos niveles de administración.

Una respuesta legal a una presión ciudadana creciente

Esta reforma legislativa, aunque impulsada desde el ámbito estatal, responde a una presión social que venía creciendo desde hace años. La convivencia se ha visto alterada por la entrada y salida constante de personas ajenas a los inmuebles, la incertidumbre sobre la seguridad o el mantenimiento y el uso intensivo de ascensores, portales y zonas comunes.

Empoderar a las comunidades de vecinos significa dotarlas de una herramienta clara para preservar el uso residencial del edificio y decidir sobre su modelo de vida común. No se prohíben las VUT, pero se exige que estas cuenten con una base de aceptación real por parte de quienes comparten el mismo espacio.

Además, la ley no se detiene en esta exigencia. A partir de julio, será obligatorio inscribir estas viviendas en un registro oficial, lo que añade un nuevo filtro para su legalización y seguimiento. Sin este registro, las VUT no podrán operar de forma regularizada.

Un equilibrio complejo entre derechos y normativas

A pesar de las buenas intenciones, la reforma también abre la puerta a posibles conflictos legales. Muchos propietarios de pisos turísticos verán amenazada una inversión que hasta ahora se ajustaba a derecho. Algunos buscarán vías alternativas para seguir explotando sus inmuebles, recurriendo a figuras como la “casa de huéspedes” o buscando amparos en normativas autonómicas más laxas.

Existen también dudas sobre cómo afectará la ley a las licencias ya solicitadas o en trámite antes de su entrada en vigor. El marco legal autonómico y municipal sigue siendo clave en la definición de qué se considera VUT, qué licencias se requieren y qué régimen fiscal se aplica. Esta diversidad normativa puede generar interpretaciones dispares y, con ello, una oleada de litigios.

Hay expertos que señalan que muchas comunidades de propietarios podrían evitar enfrentamientos directos, especialmente si los propietarios afectados cuentan con músculo financiero o respaldo jurídico. Aun así, se prevé un aumento de los recursos, impugnaciones y revisiones legales en torno a este nuevo requisito de autorización vecinal.

¿Solución real o paso intermedio?

La eficacia de la reforma va a depender en gran medida de su aplicación práctica, de la capacidad de las comunidades para organizarse y del grado de cumplimiento que las administraciones logren hacer cumplir. Si bien es un paso significativo hacia un modelo más equilibrado de uso residencial, no es una solución integral al problema de la vivienda.

El problema de acceso a la vivienda en las ciudades tiene múltiples causas, y aunque las VUT no son la única, su proliferación ha contribuido a tensionar aún más un mercado ya saturado. La nueva ley, al exigir un consentimiento claro por parte de los vecinos, busca devolver el control de los espacios residenciales a quienes realmente viven en ellos pero, ¿será suficiente?

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