Educación

Qué dice la ciencia sobre el castigo: por qué no funciona y qué alternativas usar

Aplicar alternativas al castigo no es renunciar a los límites
Aplicar alternativas al castigo no es renunciar a los límites. Freepik
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MadridDurante décadas, el castigo ha sido una herramienta habitual en la educación tanto en casa como en el colegio. Desde los gritos hasta el aislamiento, incluso los azotes han sido justificados como método disciplinario. Sin embargo, hoy se sabe que muchas de estas estrategias no sólo son ineficaces, también son perjudiciales. La ciencia ha desmontado la idea de que el castigo es una forma útil de corregir comportamientos, y ha puesto en evidencia sus consecuencias negativas tanto a nivel emocional como conductual.

En lugar de fomentar la autorregulación o la comprensión de las normas, el castigo suele provocar miedo, frustración o desconexión emocional. Los estudios más recientes han mostrado que el castigo, sobre todo el físico o humillante, se asocia con mayores niveles de ansiedad, agresividad, baja autoestima y dificultades académicas.

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El castigo no enseña lo que se debe hacer

El castigo en cualquiera de sus formas reduce la conducta indeseada de manera temporal, pero no enseña cuál es el comportamiento alternativo positivo. Según la psicología conductista clásica, el castigo no refuerza una conducta correcta, solo frena la incorrecta. Si un niño es reprendido por interrumpir, probablemente dejará de hacerlo, pero no habrá aprendido que debe esperar su turno.

Además, un niño que es castigado no tiene la oportunidad de entender por qué lo que ha hecho está mal o cómo puede corregirlo. No es igual silenciar una conducta que formar la conciencia moral y el autocontrol interior.

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Las conclusiones existentes sobre el castigo físico son contundentes. Varios estudios demuestran que golpear a los niños se asocia con mayores niveles de agresividad, comportamiento antisocial y problemas en las relaciones con padres y profesores. Un meta-análisis con más de 160.000 menores encontró relación entre castigo físico y bajo rendimiento cognitivo, baja autoestima y problemas de salud mental. Incluso los castigos leves como azotes pueden desencadenar una respuesta cerebral parecida a la de quien sufre maltrato.

El castigo verbal, es decir, gritos, humillaciones, insultos, también genera efectos nocivos: aumenta la ansiedad, refuerza la evitación y reduce la confianza del niño en sí mismo. Estas consecuencias dañan la relación adulto-niño, la base fundamental del desarrollo emocional saludable.

Castigar puede parecer que “funciona” porque el niño para de hacer lo que esa acción indeseada, pero, este efecto suele ser temporal y basado en el miedo a lo que puede pasar que por ser consciente de que lo que ha hecho está mal. Además, si no se aplican sanciones cada vez que ocurre la conducta, esta tiende a reaparecer. Esto sucede igual en adultos, las reglas que se imponen con autoridad generan un cumplimiento superficial, pero no se produce un cambio interno auténtico.

Esto explica por qué fórmulas educativas basadas en castigos como cero tolerancia o “castigo con rigor” fracasan: generan obediencia temporal, pero también resistencia, distanciamiento emocional y búsqueda de soluciones alternativas al conflicto, sin reflexión.

Alternativas eficaces y respetuosas al castigo

A medida que avanza la investigación en psicología educativa y neurociencia, se consolidan métodos alternativos al castigo que no solo evitan los efectos secundarios negativos, sino que además promueven habilidades fundamentales para la vida como la autorregulación, la empatía y la toma de decisiones. Estas alternativas se centran en construir una relación de confianza entre el adulto y el niño, entendiendo que el mal comportamiento en ocasiones es una forma de expresar necesidades, emociones no reguladas o falta de habilidades concretas.

Disciplina positiva

La disciplina positiva es una metodología desarrollada por las psicólogas Jane Nelsen y Lynn Lott, que se basa en el respeto mutuo, la conexión emocional y la enseñanza activa de habilidades. No se centra en castigar, sino en enseñar. Se le hace entender las consecuencias de sus actos, a pedir disculpas y a reparar el daño producido. Se trata de responsabilizar, no de humillar.

Resolución de conflictos con diálogo

En lugar de sancionar un comportamiento, se puede promover la reflexión. El diálogo permite explorar por qué se ha actuado de una determinada manera, qué emociones había detrás, qué alternativas se podrían haber tomado y cómo se puede actuar mejor la próxima vez. Esta estrategia tiene un efecto más duradero.

Tiempo fuera positivo

A diferencia del “rincón de pensar” tradicional, el “tiempo fuera positivo” propone que el niño se retire de la situación cuando se siente desbordado, pero en un espacio que le ayude a calmarse, no a sentirse rechazado. Cuando se ha calmado, se puede retomar la conversación para que pueda entender lo que ha sucedido.

Modelado de comportamiento

Los niños aprenden mucho más por lo que ven que por lo que se les dice. Si un adulto grita para pedir que no se grite, el mensaje es totalmente contradictorio para el niño. Modelar la conducta implica hablar con calma, pedir disculpas o asumir errores.

Refuerzo positivo y reconocimiento del esfuerzo

No siempre hay que esperar a que el niño se equivoque para corregirlo, se puede estar atento a las pequeñas conductas positivas para reforzarlas. Elogiar un esfuerzo, una actitud empática o una mejora frente a un hábito anterior tiene un efecto mucho más potente que un castigo.

Acuerdos y normas compartidas

Implicar a los niños en la creación de normas les ayuda a sentirse responsables y comprometidos. No se trata de que ellos decidan todo, sino de negociar ciertos aspectos del comportamiento cotidiano. Cuando las normas se construyen desde la participación y no desde la imposición, tienen una mayor aceptación y cumplimiento.