Frioleros vs seres estufa: un experto analiza si es verdad que existen personas con termostato diferente

  • Todas las personas percibimos diferente el frío porque tenemos diferentes respuestas biológicas ante la misma temperatura

Hay personas que viven en permanente estado de congelación y no tienen más opción que vestir a capas. Otras en cambio están siempre acaloradas, abriendo ventanas o bajando el termostato en los espacios cerrados. Cuando coinciden parecen hablar diferentes idiomas: ¿cómo es posible que a la misma temperatura ambiente haya gente que se muere de frío y otras que siguen teniendo calor? Pues la respuesta es que hay factores, además de la ropa y la temperatura, que condicionan la temperatura corporal.

La temperatura idónea para que el cuerpo humano funcione correctamente debe estar entre 35,5 y 37 grados centígrados. Cuando hace mucho frío, los vasos sanguíneos se cierran con el fin de reducir el flujo sanguíneo e impedir que el calor se escape y es el momento en que el cuerpo empieza a temblar. Por el contrario, cuando hace mucho calor los vasos sanguíneos se dilatan para llevar el exceso de calor a la piel y es el momento de empezar a sudar.

La cuestión es que los conceptos de mucho frío y demasiado calor son subjetivos y dependen de factores como el sexo, la genética, la edad o el entorno en que se ha crecido.

Las mujeres son más frioleras

Uno de los condicionantes de la termorregulación, que es la capacidad que tiene un organismo biológico para modificar su temperatura, está determinado por el sexo: las mujeres sienten el frío antes que los hombres.

El hecho de que las mujeres sientan el frío antes que los hombres ha sido objeto de diversos estudios dirigidos por Mike Tipton, Profesor de Fisiología Humana y Aplicada en la Universidad de Portsmouth, llegando a la siguiente conclusión: “las mujeres tienen una respuesta vascular mucho más sensible al frío, lo que significa que cierran su flujo sanguíneo antes, más fuerte y durante más tiempo que los hombres".

Esto se explica, por una parte, porque las mujeres, en promedio, tienen alrededor de un 10% más de grasa corporal que los hombres. Esto protege sus órganos vitales del frío, pero aísla la piel del calor del cuerpo. Por otro lado, porque los estrógenos contribuyen a que los vasos sanguíneos sean más sensibles al frío. No obstante, aclara, en las mismas condiciones de altura, peso y cantidad de grasa subcutánea, desaparecerían muchas de las diferencias en la capacidad de regulación térmica del hombre y la mujer.

Francisco Mora, catedrático de Fisiología Humana de la Facultad de Medicina de la Universidad Complutense de Madrid, explica que la mujer percibe antes la sensación de frío por las características de su piel ya que cuando la temperatura ambiente desciende, sus vasos sanguíneos se cierran más rápidamente para evitar un gasto de calorías necesario para el funcionamiento de los órganos internos: “la mujer, enfriando su propia piel mediante procesos biológicos activos, se defiende del frío extremo, pues crea con ello una especie de coraza sobre su cuerpo, a lo que también ayuda su mayor capa de grasa subcutánea. Con esta coraza pierde menos calor por radiación y convección, conservando así más calor en su cuerpo".

La genética manda

La carga genética de cada persona es otro de los factores determinantes en la regulación de los mecanismos compensadores de la temperatura y así lo explica la Dra. Jenny Avalos, miembro del Grupo de Trabajo de Dermatología de la Sociedad Española de Médicos Generales y de Familia (SEMG): “la herencia tiene un papel fundamental en la regulación de los mecanismos compensadores de la temperatura. Una persona que tenga mayor tendencia a la piel grasa tendrá más protección ante las temperaturas externas y menor pérdida de calor interno. La cantidad de grasa corporal proporciona más protección para el frío. Quienes son delgados o tienen un bajo índice de grasa corporal, probablemente estén menos protegidos ante las bajas temperaturas. Además, el estrés continuo afecta negativamente a todo nuestro cerebro, afecta a genes que regulan el estado de ánimo, siendo un factor que dificulta una correcta respuesta al frío.”

La edad es determinante

En cuanto a la edad, la Dra. Avalos hace una clara distinción en dos grupos: por un lado, los recién nacidos y los ancianos y por otro, los niños y adultos. Explica que los niños no sólo tienen la misma capacidad de termorregulación que los adultos, sino que suelen realizar más actividad física que ellos facilitando que entren en calor.

Con los recién nacidos y ancianos no sucede lo mismo. Los primeros, por la inmadurez de su sistema nervioso central, están en proceso de desarrollar los mecanismos para guardar el calor cuando hace frío y enfriar el cuerpo cuando la temperatura se incrementa. En cuanto a los ancianos, al envejecer se pierde la masa muscular y se produce un adelgazamiento de la piel que conlleva una pérdida de la función de los receptores cutáneos de la temperatura, lo que dificulta la percepción de la temperatura ambiente y, por tanto, la capacidad de afrontar los cambios bruscos de temperatura.

El entorno en que se ha crecido

Cuando se ha nacido y vivido en lugares fríos, se tiende a ser más sensible en un lugar con temperaturas altas y, al contrario, quienes han crecido en zonas templadas o de calor toleran mal las bajas temperaturas. El cuerpo se acostumbra y la costumbre es sin duda otro factor determinante de la capacidad de cada persona para tolerar mejor el frío, el calor, el viento o la humedad.