Fui a votar por correo y esto es lo que me encontré: mucha gente y rapidez...

Ha sido mi primera vez. Unas elecciones en pleno julio, en las mismas fechas que mis vacaciones y con planes familiares inamovibles, son las culpables de que a estas alturas, con muchas citas electorales ya vividas, me haya estrenado en el voto por correo. Para todos los que estén en la misma situación, y debemos ser muchos porque han pedido ejercerlo así más de 2,3 millones de personas (más del doble que en las últimas generales de noviembre de 2019), puedo decirles que ha sido fácil y rápido.

Bueno, tampoco quiero ocultarles mi impaciencia en los últimos días, esperando ver al cartero cada vez que sonaba el timbre y encontrando al abrir a un mensajero o un vendedor de seguros. Tampoco mis cábalas sobre sí acerté poniendo la dirección de mi domicilio para recibir la documentación, en lugar de otra que estuviera más cerca del lugar de vacaciones.

Pero ha sido, en mi caso, una preocupación baldía. El aviso de Correos llegó en el plazo en el que tenía que hacerlo y con margen suficiente para poder votar días antes de ponerme a hacer maletas, que luego todo son prisas.

Para dejarlo cerrado cuanto antes, me dirigí este jueves a la oficina de Correos. Quizá el hecho de que para tantos electores esta haya sido nuestra primera vez con esta modalidad explica esa sensación de confusión generalizada nada más poner un pie allí. “Vengo con el aviso que me dejó ayer el cartero, ¿tengo que hacer cola?”… “Sí, sí, a mí también, me llegó ayer por la tarde”… “Pues yo creía ya que no lo iba a recibir antes de irme de vacaciones”… “Parece que esto va rápido, ¿no?”… “Quiero preguntar si ellos saben cuándo me va a llegar”…

Mucha gente, pero buen ritmo

No había dudas. La veintena larga de personas que estábamos en la entrada del local minutos antes de las diez de la mañana esperábamos para lo mismo. Lo señalaba también el pequeño papel cuadrado que mirábamos todos insistentemente. El del número de cita con la V de voto que nos mantenía solo medio ordenados. Diferente a los de la E de enviar y R de recoger, que habitualmente ofrece la máquina de Correos y que este jueves no pulsaba prácticamente nadie.

Mi número, el V195. Tengo 23 por delante, según el panel que indica los turnos. Hay tiempo para hacer cálculo mental sencillo: votan cerca de cien personas por hora. Sigue entrando gente. Tanto que hasta dos compañeras del gimnasio se encuentran y aprovechan para ponerse al día de planes veraniegos no frustrados gracias al voto por correo.

“¿Todo esto es para votar?”… “¿Para pedir el voto hay que coger número?”… “¿Y para entregarlo? Nosotros lo traemos preparado de casa”… “Señora, perdone”, me señala pidiendo paso un empleado de la oficina que empuja un enorme carro con sobres blancos perfectamente alineados y formularios sin utilizar como el que recibí avisándome de que no habían podido entregarme la documentación.

El sonido repetitivo cada vez que avanzaban los números del panel confirmaba que, efectivamente, el ritmo de atención era rápido. Así que, tras unos minutos que acaban alargándose un poco por la coincidencia con la hora del desayuno, llega el turno de recoger la documentación necesaria para votar.

La empleada, acalorada y sonriente, no parece estresada a pesar del ritmo de trabajo. Tras la primera comprobación del DNI me entrega un sobre marrón tamaño folio. “Cuando lo tengas puedes dárselo directamente a aquella compañera o venir de nuevo aquí si necesitas ayuda”, me dice. El comentario me hace temer que sea más complicado de lo que me esperaba.

Tres sobres, papeletas, certificado e instrucciones

Compruebo en el sobre que en la parte posterior el cartero había dejado constancia por escrito de sus dos intentos fallidos para entregarlo en persona en mi casa el día anterior. A las 11:25 y a las 18:45.

Dentro aparecen las correspondientes papeletas para cada una de las cámaras representativas. Las de los diputados, pegadas por uno de los extremos formando algo parecido a una libreta. Compañeros expertos en voto por correo me han dicho después que esto no es lo normal, pero ténganlo en cuenta si desean discreción a la hora de elegir papeleta. Sepan que posiblemente tendrán que ir buscando y separando entre todas la que deseen introducir en el sobre.

Claro, además, hay tres sobres: el blanco para los diputados, el sepia para los senadores y un tercero en el que aparece ya la dirección de la mesa electoral correspondiente. Junto a todo esto, un certificado de inscripción en el censo electoral y una hoja con las instrucciones para ejercer el voto por correo. Vale, menos mal, voy a estudiarla.

La verdad es que no me ayudó que el móvil de dos mujeres mayores que tenía a mi lado estuviera sonando con la melodía del “Qué viva España”, mientras ambas se reprochaban mutuamente no haber traído las gafas de ver. Pero las órdenes escritas eran claras. Cada papeleta en su sobre de color, como en la votación presencial. Los dos sobres cerrados y dentro del que va a la mesa electoral. Incluir el certificado del censo. Cerrar. Escribir en el remite el nombre, apellidos y dirección. Entregar. No había posibilidad de error.

Mientras, un hombre está pidiendo el voto en el último día habilitado para ello. “¿Y si no lo recibo a tiempo?”, pregunta. La misma empleada que me ha atendido minutos antes le informa de que se va a estar repartiendo todo el tiempo, también el domingo. “Si ve que pasan los días y no lo recibe acérquese por aquí y lo miramos, pero le va a llegar”, reitera. Él insiste. “Si llega el día 20, que acaba el plazo para votar, y no lo he recibido, ¿qué pasa?”. “Señor, eso no puede pasar. No va a pasar”.

Me dirijo con mi sobre cerrado y sensación de triunfo a la joven que con un artefacto similar a un smartphone los recibe y los apila a su izquierda. Es quizá, pienso, una de las miles de contrataciones de apoyo que se han hecho para sacar adelante una campaña de voto por correo que superará a todas las celebradas hasta ahora.

Ella también sonríe. "¿Ha metido el certificado, verdad?", me pregunta. Asiento, le entrego el sobre, el DNI y mientras mira la pantalla, en lo que asumo que es una comprobación rutinaria, le adelanto un “¿Ya está?”. “No”, me contesta.

“Una dirección de mail para enviarle el resguardo de su voto”, añade. Eso y una firma más.

Me voy pensando que ha sido más fácil y rápido de lo que esperaba. No puedo evitar volverme a mirar al hombre de cierta edad que está entregando su sobre después de que yo lo haya hecho. Posa con él en la mano, contento, junto a la empleada que espera para recogerlo. “¿Te importa que os haga una foto?”, dice su acompañante. Quizá, pienso, también está siendo su primera vez.