Psicología

Cuando la relación con tu suegra se convierte en un problema: "Es algo más profundo que un choque de personalidades"

Fotograma de 'La novia'. Prime video
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¿Es un mito que la relación entre suegra y nuera sea habitualmente complicada o tiene algún fundamento y trasfondo psicológico que desconocemos? A raíz de una de las series del momento, 'La Novia' (The Gilfriend), de Prime Video, nos hemos preguntado si es normal o no tener problemas con la suegra y, en tal caso, si tiene alguna solución posible. Como vemos en la serie, hay dos claros bandos: una nuera con rasgos psicopáticos que quiere casarse con el hijo de una pareja con éxito en los negocios a toda costa, y una suegra que quiere evitar que su hijo se distancie de ella y termine en brazos de una mujer a la que odia profundamente.

Hay mucho por desgranar aquí, pero lo que está claro es que hay una pieza central que es fundamental para todo ese engranaje funcione más o menos bien o salte por los aires. Y esa es la del hijo. Daniel es un claro ejemplo de que muchas veces la relación entre suegra y nuera no funciona porque el hijo no es capaz de marcar límites. Así nos lo explica Claudia Nicolasa, psicóloga sanitaria especializada en análisis de personalidad, relaciones interpersonales y manipulación emocional, y autora del libro 'Es manipulación y no lo sabes' (editorial Zenith, 2025).

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"No es un mito, pero tampoco significa que todas las relaciones tengan que ser problemáticas. Muchas suegras y nueras se llevan de maravilla, crean un vínculo cálido, casi de familia elegida, y terminan siendo un gran apoyo mutuo. Sin embargo, por la propia naturaleza de esta relación, los conflictos son frecuentes. No estamos hablando solo de choques de personalidad, sino de algo más profundo: cuando alguien entra en una familia como pareja, inevitablemente altera el equilibrio previo. Ese hijo o esa hija deja de estar disponible de la misma manera para su familia de origen y el sistema familiar debe ajustarse y recolocarse con la llegada de ese nuevo miembro, y lo sano y lo natural es que poco a poco lo haga", señala.

Pero ¿qué ocurre cuando a la familia que llega esa persona es disfuncional? Si hay ya dinámicas previas de manipulación, seguramente la persona que llega de nuevas será vista como una amenaza o intrusa. "El yerno o la nuera suele velar por el bienestar y la autonomía de su pareja, y al hacerlo, señala lo que no encaja, hace preguntas o incita a realizar cambios. Esto coloca en jaque a un statu quo en el que algunos miembros de la familia estaban cómodos. Y aunque no siempre haya mala intención, muchas veces existen patrones patológicos que venían de antes: la madre que monopoliza el tiempo de su hijo por miedo a la soledad, el padre controlador que ha criado a su hija en la obediencia, la madre inestable que obliga a todos a vivir pendientes de sus crisis, el padre que mide su autoestima a través de los logros de sus hijos...", añade. Todas estas dinámicas cuando aparece una pareja deben revisarse para que no surjan conflictos. Como no se suele hacer, la estabilidad familiar se ve mermada, mucho más si aparecen los hijos.

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"Lo que se repite una y otra vez en consulta es la sensación de que la pareja nunca está sola: que siempre hay una tercera persona interfiriendo en sus decisiones, en su intimidad o en la construcción de su proyecto común".

Los problemas más típicos con las suegras

Si tienes o has tenido problemas con tu suegra es posible que te sientas identificada con algunos de estos conflictos que suele ver los psicólogos en consulta. Como explica, Claudia Nicolasa, no suelen empezar con gritos ni enfrentamientos directo -y como se ve en la serie 'La Novia'- suele ser algo más sutil. Podríamos decir que se asemeja más a una guerra fría. "Lo que se repite una y otra vez en consulta es la sensación de que la pareja nunca está sola: que siempre hay una tercera persona interfiriendo en sus decisiones, en su intimidad o en la construcción de su proyecto común".

El victimismo es otra de las estrategias más comunes: madres que enferman o generan crisis emocionales justo cuando el hijo intenta tomar distancia, que se presentan como desatendidas o incomprendidas, y que convierten cada límite en un acto de abandono. De esta forma mantienen al hijo enganchado emocionalmente. Otro patrón habitual es el de la idealización. Así lo explica la psicóloga: "Algunas madres colocan a sus hijos en un pedestal, los ven como perfectos e intocables, y ninguna pareja les parece estar a la altura. Cuando el hijo ha crecido bajo esa mirada, además, puede esperar que su pareja lo trate igual que su madre lo hacía: con tolerancia absoluta, entrega incondicional y sin cuestionamientos, lo que genera choques inevitables en la relación de pareja".

También encontramos el fenómeno de la proyección de la figura de pareja en el hijo. Esto ocurre cuando una madre que ha sufrido abandono, viudez o una relación insatisfactoria deposita sus necesidades afectivas en su hijo. De forma inconsciente lo sitúa en un rol de “compañero emocional”, lo que puede manifestarse en celos hacia la pareja, rivalidad, posesividad y una resistencia intensa a aceptar el desapego.

Con la llegada de los nietos, se añade otro motivo de conflicto porque suele ocurrir que la suegra interfiere en esa relación familiar, intentando imponer su criterio o decidir sobre cuestiones que les corresponden a los padres. Esto puede llegar a ser una fuente inagotable de discusiones. La relación se convierte en un triangulo, la suegra en vez de acompañar desde la sabiduría y el respeto, genera tensión constante dañando el vínculo de pareja.

La relación madre-hijo, el foco del conflicto

¿Cuál es el problema y tiene solución? La raíz, como señalan los expertos, está en la relación madre-hijo. Esta relación que no es sana provoca una lucha silenciosa: la madre no quiere perder el papel central en la vida del hijo, el hijo es incapaz de marcar límites con su madre y la nuera teme que no le den su lugar y, en ocasiones, interpretar gestos neutros como hostilidad o entrar en una dinámica de comparación constante.

"No siempre hay mala intención por ninguna de las dos partes; muchas veces hay dolor, miedo y dificultad para atravesar un proceso de desapego que, si se gestionara con madurez, podría vivirse con más naturalidad. El problema surge cuando en vez de reconocer y aceptar ese tránsito, se queda enquistado en críticas, juicios, victimismo o competencia. Una de las raíces más frecuentes está en la fusión madre-hijo. Cuando no se ha producido un proceso de individuación sano, el hijo puede quedar en un rol de dependencia emocional con su madre. Esto da lugar a madres que reclaman atención constante, que dramatizan ante cada límite, que se sienten traicionadas si no son la prioridad o que colocan a su hijo en una posición de responsabilidad excesiva hacia su bienestar".

Por lo tanto, si el hijo se mantiene en la ambigüedad, evita el conflicto o delega en su pareja la tarea de “llevarse bien con su madre”, lo que realmente conseguirá es sostener una dinámica en la que la pareja nunca llega a consolidarse como un proyecto autónomo. Muchos hijos como no quieren enfrentamientos con los padres, terminan justificando lo que ocurre, negándolo o incluso responsabilizando a la pareja de que está siendo exagerada. Lo único que provoca es más malestar "porque la pareja siente que queda expuesta y sola frente a la familia política. El conflicto deja de ser entre suegra y nuera, y pasa a convertirse en un problema de alianza dentro de la pareja".

"El hijo o la hija no es un espectador pasivo de estas dinámicas: es la pieza clave que puede mantener vivo el conflicto o disolverlo"

Separar la familia de creación con la familia de origen

Cuando se crea una nueva familia: padres e hijos, estos deben reorganizar su vínculo con la familia de origen. Si no se hace, es cuando empiezan los problemas. "Lo cierto es que podemos encontrar casos de suegras y nueras enfrentadas durante años, señalándose mutuamente como las culpables, cuando en realidad el verdadero origen del problema estaba en el hijo que nunca asumió una postura clara. Al no tomar decisiones ni establecer límites, dejó que ambas vivieran en una rivalidad que él mismo estaba sosteniendo con su pasividad", subraya Claudia Nicolasa.

Así pues, el hijo o la hija no es un espectador pasivo de estas dinámicas: es la pieza clave que puede mantener vivo el conflicto o disolverlo. "Si no toma una posición clara, la pareja queda atrapada en una lucha de poder interminable entre el sistema familiar de origen y el nuevo hogar que intenta construirse. Si en cambio asume su rol adulto, establece límites firmes y se alía con su pareja, no solo reduce el conflicto, sino que permite que ambas relaciones —con la familia de origen y con la pareja— encuentren un lugar más sano y equilibrado".