El Partido Popular Europeo pone la alfombra a la extrema derecha para conservar poder

  • Sólo los conservadores del Benelux, Irlanda y Alemania siguen siendo reticentes a esos pactos

  • El Gobierno español en diciembre de 2023 y las europeas de 2024 son los primeros objetivos

  • El recibimiento a la italiana Giorgia Meloni zanja el debate interno en la familia conservadora

El Partido Popular Europeo fue la fuerza dominante en la política comunitaria desde la caída del Muro de Berlín, cuando los socialistas empezaron a perder pie. Hubo años de gobiernos de izquierda en los principales países europeos (François Hollande en Francia, Enrico Letta en Italia, Gerhard Schröder en Alemania o José Luis Rodríguez Zapatero en España), pero la tendencia era a favor de los conservadores. Suyas fueron las jefaturas de Gobierno de los principales países de la Unión Europea durante más años. Suyos fueron los presidentes de la Comisión Europea desde julio de 2004 con el portugués Durao Barroso, a quien sucedieron los también “populares” Jean-Claude Juncker y Úrsula Von der Leyen. Suyas fueron las mayorías en el Consejo Europeo. Esa época acabó. 

La crisis financiera iniciada en 2008 con el estallido de Lehman Brothers y más de una década después la pandemia dejaron a los “populares” europeos en los huesos. El país de la Unión Europea más poblado que tiene ahora mismo un jefe de Gobierno de esa familia política, a la que pertenece el Partido Popular español, es Rumanía. España y Alemania tienen líderes socialistas. Francia, Bélgica y Países Bajos tienen liberales. Polonia un ultraconservador cuyo partido, el PIS, se sienta en el Parlamento Europeo en el mismo grupo que VOX. Italia a una mujer de la extrema derecha. Los 'populares' se tienen que conformar con los jefes de Gobierno de países 'menores' en la Unión Europea como la propia Rumanía, Grecia o Austria. El fin de la hegemonía conservadora llevó a sus dirigentes, nacionales y europeos, a debatir qué hacer con la extrema derecha. El Partido Popular Europeo se rompió ahí en dos mitades claramente diferenciadas. Los ‘populares’ sabían que la extrema derecha crecía sobre todo comiéndole su electorado y discutía si los pactos con los ultras eran la mejor opción o un riesgo, tanto para su futuro como para la democracia. 

En los primeros momentos se impuso la facción que creía que con la extrema derecha ni al café. Cuando Alberto Núñez-Feijoó se aupó al liderazgo del PP y consintió el pacto con VOX en Castilla y León, el entonces líder del PPE y antiguo presidente del Consejo Europeo, Donald Tusk, dijo: “Para mí fue una triste sorpresa. Pablo Casado era una garantía personal de mantener al Partido Popular en el centro de la derecha evitando este tipo de coqueteos con los radicales, con movimientos de extrema derecha como VOX”.

Salida de Tusk y victoria de Meloni

Tusk, con el apoyo de los conservadores holandeses, belgas, luxemburgueses o alemanes, marcaba esa línea. Pero Tusk se fue justo cuando se fue Angela Merkel (quien también rechazó siempre esos pactos) y el viento cambió. El nuevo líder europeo de los ‘populares’, el bávaro Manfred Weber, asumió las riendas. Venía de sufrir una humillación. Fue el candidato del PPE a las europeas de 2019 y tras la victoria de su formación debía ser el presidente de la Comisión Europea. Pero los gobiernos, incluso el suyo, no le veían ni la talla ni la experiencia. No había sido ni ministro cuando en el cargo se estaban sucediendo antiguos jefes de Gobierno. Weber fue flor de un día y el francés Emmanuel Macron propuso a Angela Merkel el de su ministra de Defensa, Úrsula Von der Leyen. Weber quedó donde estaba, como portavoz popular en el Parlamento Europeo. 

La salida de Tusk, que volvió a Polonia a preparar a su partido para las futuras batallas contra los ultraconservadores del PIS, colocó a Weber como líder del PPE. Y el viento hacia la extrema derecha cambió porque si en Alemania su partido (la CSU, hermana bávara de la CDU) mantiene el cordón sanitario, Weber es ideológicamente más flexible y su prioridad es sobre todo que los suyos gobiernen. No sólo las personas y sus afinidades, filias y fobias movieron al PPE. Los resultados electorales jugaron un papel clave porque en algunos países la extrema derecha le comió la tostada. Los conservadores franceses vieron como su candidata, Valérie Pécresse, se quedaba en las presidenciales del pasado abril en el 4,78% mientras la líder de la extrema derecha, Marine Le Pen, se alzaba hasta el 23,15%. Los ‘Hermanos de Italia’ de Meloni se fueron hasta el 26% mientras la ‘Forza Italia’ de Silvio Berlusconi, miembro del PPE, se tenía que conformar con un 8%. Weber bendijo entonces la coalición italiana. También hubo pacto en Suecia el mes pasado. Para desbancar a los socialistas (30,33%), los “Moderados” (familia PPE) (19,10%) pactaron con la extrema derecha de ‘Demócratas de Suecia’ (20,54%). 

Esos pactos generan todavía sarpullidos en una pequeña parte de los conservadores del Benelux, Irlanda o Alemania pero la mayoría de los miembros del PPE los ve ya con buenos ojos. El argumento que se usa ahora, que es el mismo que usó Weber para justificar que Berlusconi pactara con Meloni, es que sirven para garantizar que esos gobiernos no se echan al monte, que tienen una fuerza política europeísta que pone límites a los ministros de extrema derecha. 

Meloni acogida en Bruselas sin discrepancias

La visita de la italiana Giorgia Meloni a Bruselas este jueves sirvió para certificar que los “pactistas” se impusieron a los “aislacionistas”. La italiana fue recibida con todos los honores y la mejor de sus sonrisas por la conservadora maltesa Roberta Metsola, presidenta del Parlamento Europeo. Metsola es la persona con más poder en la facción conservadora abierta a pactos con los ultras. Con buenas maneras pero sonrisas medidas y sospechas mutuas por la también conservadora Úrsula Von der Leyen, presidenta de la Comisión Europea. Y con cara seria y declaraciones estrictamente institucionales por el presidente del Consejo Europeo, el liberal belga Charles Miguel, cuyo partido, el MR belga, nunca aceptaría ese pacto.

Más allá de la sucesión de elecciones nacionales, las europeas de mayo de 2024 marcarán hasta qué punto la caída del PPE le hace perder la primacía en el Parlamento Europeo y hasta dónde llegan los pactos. El movimiento afectaría de lleno a las instituciones europeas, desde sus políticas por las mayorías parlamentarias hasta los nombramientos de los altos cargos. 

Hasta ahora las tres grandes familias políticas (populares, socialistas y liberales) pactaban esos nombres. Álvaro Oleart, investigador post-doctoral de la Universidad Libre de Bruselas, explica a NIUS que este nuevo escenario “puede llevar a una lógica más conflictual. Al necesitar para la mayor parte de medidas parlamentarias el apoyo de los grupos centristas, es probable que los socialdemócratas (la familia del PSOE) se vean obligados a construir una relación más cercana con los partidos a su izquierda”, ecologistas e izquierda radical. Eso llevaría, considera este investigador, “a una política de bloques ideológicos más marcados, dado que la cooperación del PPE con la extrema derecha complicaría los pactos con el centro-izquierda e incluso en algunos casos con los liberales”.

Oleart considera que “la relación cada vez más estrecha entre la derecha tradicional y la extrema derecha a nivel europeo tiene profundas e importantes consecuencias para el frágil equilibrio de poder en las instituciones europeas. Éstas, socializadas en una cultura del consenso entre los grandes grupos políticos centristas, deben ahora integrar a actores que no sólo abiertamente rechazan ciertas dimensiones de la integración europea, sino que además lo hacen sobre una base nacionalista”.

A cambio, el Partido Popular europeo podría aspirar a recuperar el poder de la mano de la extrema derecha en países en los que ahora está en la oposición, empezando por España dentro de un año. Habría una primera víctima, la propia Von der Leyen, inaceptable para la extrema derecha por el cordón sanitario de su partido en Alemania. A cambio de su apoyo, la extrema derecha exigiría al PPE un candidato o candidata más conservador y un giro en las prioridades políticas.