La batalla por el trono del Movimiento 5 Estrellas

  • Giuseppe Conte y Beppe Grillo se disputan el control total de la formación

  • El M5E, que fue el partido italiano más votado, no es capaz de salir de su crisis interna

Hace ya 14 años un cómico, conocido por la sátira política, llenó una plaza de Bolonia profetizando la llegada de un nuevo instrumento que venía a colmar la “diarrea” de los partidos tradicionales. Beppe Grillo había creado poco antes un blog, junto al ingeniero informático Gianroberto Casaleggio, que sirvió como catalizador, aparato y placa base del futuro partido. El Movimiento 5 Estrellas (M5E) nació bajo la bicefalia del carisma de Grillo y la visión económica de Casaleggio. Y así creció durante años. Hasta que el ex primer ministro Giuseppe Conte, dispuesto a tomar las riendas de la formación, dijo este lunes que “una fuerza política que aspira a gobernar el país no puede funcionar con un liderazgo a mitad, una diarquía no es operativa”. Grillo le respondió al día siguiente aún más furibundo. "Conte, lo siento, no podrás resolver los problemas, porque no tienes visión política ni capacidad de administración", escribió en su blog. El divorcio entre ambos parece definitivo. La renovación del partido, que se daba por descontada hasta hace días, queda en suspenso.

Amigos y enemigos llaman a Grillo, “el elevado”. Nunca se ocupó de los enredos parlamentarios, prefirió controlar la marioneta desde lo alto. Cuando decidió dar un paso a un lado para abandonar el liderazgo formal del M5E, ungió a dedo a Luigi Di Maio, un joven con escasa trayectoria política, que siempre vivió tutelado por su benefactor. Las decisiones se tomaban oficialmente a través de una opaca plataforma digital llamada Rousseau, creada por Casaleggio, aunque curiosamente los militantes nunca se han opuesto la línea estratégica del aparato. Para entonces Gianroberto había fallecido y había dejado en herencia la propiedad de Rousseau a su hijo Davide, que nunca mostró el interés ni la astucia del padre. El control de Grillo se hizo aún mayor.

La gran transformación del M5E la provocó su llegada al poder. En las elecciones de 2018, consiguió el 33% de los votos y formó Gobierno con la Liga de Matteo Salvini. El grupo parlamentario de los ‘grillini’ -los seguidores de Grillo-, un ente que anteriormente tenía poco o nada que decir, empezó tomar vuelo propio. Se repartían cargos y ministerios. Y de ahí salió la figura de Giuseppe Conte, un abogado desconocido, sin experiencia política, cercano a Alfonso Bonafede, uno de quienes habían escalado en el grupo parlamentario y posteriormente ministro de Justicia. Conte ejerció primero como un primer ministro al dictado del M5E y la Liga, y después se convirtió en un verso suelto cuando el partido que lo había elegido pactó con los socialdemócratas del Partido Democrático (PD).

El abogado nunca tuvo el carné del Cinco Estrellas. De hecho, en los últimos tiempos parecía más cercano al PD que al M5E. Sin embargo, su abrupta salida del Gobierno les ofreció a ambos una segunda oportunidad. Conte, que gozaba de una gran popularidad, quería seguir en política; y el Movimiento, desangrado en las encuestas, necesitaba un nuevo líder carismático para no morir ahogado. Desde hace año y medio, el M5E está controlado por Vito Crimi, un líder interino sin ninguna aspiración. En los sondeos, la figura de Giuseppe Conte colocaba al partido en un cuádruple empate técnico junto al PD, la Liga y Hermanos de Italia. Sólo faltaba plasmar la firma.

Pero Conte no quería ser un nuevo líder vicario. Su condición era olvidarse del populismo y los bandazos que había dado el M5E, para trasladar al partido la impronta que él había marcado como primer ministro. Es decir, la nueva fuerza debía ser moderadamente progresista, centrada, pactista y verde. Una readaptación de los democristianos de izquierdas en el siglo XXI. Y ahí chocó con Grillo. No tanto en lo ideológico, ya que el cómico puede colocarse indistintamente en uno u otro lugar, sino en el control del aparato. Al final, para los democristianos lo importante también era no alejarse del poder. Ninguno de los dos ha cedido por el momento.

Al borde de la ruptura

El sector de Casaleggio tardó meses en facilitarle a Conte los datos de los inscritos en el Movimiento. La desconfianza ya era mutua. Después, el ex primer ministro plantó al fundador en un encuentro que éste había organizado con el embajador chino en Roma, ya que Conte no quería volver a caer en el error de desairar a Estados Unidos, ahora que Mario Draghi ha grabado a fuego el atlantismo de Italia. Y, por último, se produjo una reunión de Grillo con los diputados del partido, a los que el fundador les dijo que seguía siendo “el garante y no un capullo”. El ex primer ministro se sintió humillado y comenzó una disputa que ha terminado en ruptura.

Conte fue a hacer daño. Intervino en público, delante de las cámaras, el medio donde se siente más cómodo. Convocó una rueda de prensa para afirmar que “Grillo debe decidir si quiere ser un padre generoso, que promueve la emancipación del hijo, o un padrón”. Añadió que él no sería parte de algo en lo que no cree y presentó unos estatutos que el partido puede aceptar o rechazar. O lo toman o lo dejan. Grillo también actuó a su manera, a través de su blog y de forma incendiaria. "Me siento como si estuviese rodeado de drogadictos que me piden la pastilla que hará creer a todos que los problemas han terminado", comenzó. Según él, "Conte puede crear esa ilusión", pero el M5E no puede ser "un partido unipersonal dirigido por un estatuto del siglo XVII".

El Cinco Estrellas queda ahora en una situación de debilidad extrema, con un bloque de la derecha en plena recomposición y un PD que ofrece una propuesta de centroizquierda con unas bases más asentadas y menos estridencias. La alternativa para Conte sería crear su propia fuerza política, pero él mismo sabe que necesita las bases de una formación mínimamente sólida, por mucho que buena parte de los cuadros del M5E se hayan volatilizado. Tras esas últimas elecciones, el M5E se adentró en un agujero en el que sólo ha conseguido seguir hundiéndose. Esta vez no ha habido choque ideológico. La única batalla, que podría terminar en voladura absoluta, ha sido por el poder.