Italia: un 2021 entre Draghi, el virus y la batalla por la sucesión de Matarella

  • Mario Draghi revolucionó la política y la economía

  • Italia despidió a dos de sus grandes: Raffaella Carrà y Franco Battiato

Italia termina el año con una curva de contagios al alza por culpa de la variante Ómicron, que ha obligado a cambiar los planes de media Europa. Lo que es cierto es que, casi dos años después del inicio de la pandemia, las vacunas han dado la posibilidad de que el COVID esté cada vez más cerca de suponer una gripe más dentro de la sociedad, tal y como esperan los expertos estos días y las medidas se encaminan poco a poco a esta consideración. El país transalpino empezó el año haciendo temblar el II Gobierno de Giuseppe Conte, que acabó cayendo para hacer entrar al hombre que vino a poner en febrero (su) orden en la política, el orden que lo caracteriza. Mario Draghi llegó tras la llamada de Sergio Mattarella para guiar el gran ejecutivo de consenso que afrontó la gestión de los fondos que la Unión Europea comenzaba a enviar para hacer frente a la crisis económica derivada de la pandemia. El que un día fue presidente del BCE consiguió el respeto nacional e internacional y llega, a los últimos días del año, con sus promesas cumplidas y con el horizonte del famoso 6% de crecimiento del PIB en marcha.

El año en el que Draghi, a medida que pasaban los meses, más afianzaba el liderazgo, se demostró siendo el anfitrión del G20 y firmando semanas después los acuerdos con Francia que unían diplomáticamente a los dos países. El primer ministro técnico italiano es ahora uno de los políticos mejor valorados de Europa y la salida de Merkel ha favorecido su rol de relevancia. Tanto es así que su nombre suena y suena para relevar a Sergio Mattarella, el Presidente de la República italiana que finaliza sus siete años de mandato en febrero y al que se le busca, acuerdos y desacuerdos por medio, sustituto.

Las voces políticas verían a un hombre como Draghi al frente del cargo más importante del país, pero su salto desencadenaría un hueco libre que podría generar más caos que solución. Los últimos días de este 2021 son de incógnitas y apuestas al aire para un inicio de 2022 que será “entretenido” en la política del país alpino.

Italia comenzaba el 2021 tras el peor año en décadas, fue el principal epicentro de la pandemia en Europa en aquel ya lejano marzo de 2020. Lo que le esperaba eran una serie de hitos históricos que nadie podía imaginar. La noche del 11 de julio ‘Gli Azzurri’ se jugaban la Eurocopa y con su victoria conseguían también ser el primer país que ganaba en un mismo año el certamen futbolístico y el musical, Eurovisión. Pero el éxito no dejó de multiplicarse cuando se coloraron en el top 10 del medallero olímpico en Tokyo y la cara de su corredor, Lamont Marcell Jacobs, recorrió el mundo al ser el primer italiano en ganar la medalla de oro en 100 metros lisos. Se llevaron, además del gran éxito de salto de altura con Gianmarco Tamberi, otras 34 medallas más. Eran imparables. A principios de septiembre el equipo femenino nacional de voleibol se convierte en campeón de Europa. A finales de ese mismo mes, el equipo masculino hace bis ganándole a Eslovenia.

Disney decidió también ubicar en el país transalpino su última película, Luca. La historia hacía viajar a los espectadores hasta el encantador enclave de Cinque Terre, icónico con sus casas de colores en una colina frente al mar. También el director que más alegrías le ha dado al país ha estrenado su nueva película. Con ’Fue la mano De Dios’ Sorrentino ha cosechado de nuevo el calor de la crítica y de los espectadores nacionales e internacionales. No podemos olvidarnos de aquellos que ya no están, en mayo nos dejaba Franco Battiato, con sus canciones infinitas en la memoria, y en julio Raffaella Carrà, que fue la diva de la libertad antes que nadie. ¡Ah! Laura Pausini, una de las cantantes italianas más internacionales de siempre, ganó un Globo de Oro por la BSO original de la película de Netflix ‘La vida por delante’ que protagonizaba Sophia Loren.

Todo esto ocurría en una Italia que puso en marcha en octubre la obligatoriedad del Green Pass o pasaporte COVID para acceder a todos los trabajos, tanto públicos como privados. Draghi hacía pasar la recuperación económica por una fuerte estrategia de vacunación que permitiese, cuanto antes, volver a una actividad productiva y laboral normal. Tenía en este campo, el primer ministro italiano, uno de los retos que ha dominado los últimos meses: hacer frente a la furia los anti vacunas. Las infiltraciones antisistema en el movimiento que negaba la utilidad de la vacuna y acusaba lo ocurrido en el país, y en el mundo, a un complot, le ha costado más de un disgusto y lucha aún ahora por frenar el impacto y el desorden de unos pocos muy ruidosos.

Agosto pasaba caluroso en Italia, con un turismo que intentaba acercarse a los números habituales y que lo hacía como podía. Mientras el mundo miraba al drama de Afganistán los primeros vuelos de expatriados y refugiados afganos aterrizaron en este país. Italia no se salvó de la subida de precios en las facturas de la luz y el gas que sufrió toda Europa. A pesar de las medidas de contención que estableció el Gobierno, el gasto asciende a 770 euros más por familia, un 40% más en la factura del gas y un 28% en la electricidad.

Las leyes no fueron suficientes para muchos colectivos, no llegaron a proteger a las 116 mujeres asesinadas por violencia machista en el país. Tampoco para aquellos que pedían desde hace tanto tiempo una ley de la eutanasia, que ahora es posible por supuesto jurídico pero no tiene ley, y del cannabis. A pesar de que ambas iniciativas han recogido millones de firmas no se han superado aún las fases parlamentarias pertinentes en una burocracia especialmente lenta en Italia. Así como no ha llegado la Ley contra la homofobia que no consiguió los votos para ser aprobada el pasado mes de octubre.

El año de la inesperada vuelta a la política de Berlusconi

Pensábamos que este sería el año de las vacunas, y lo fue, pero también fue el de las variantes que obligaron a reprogramar continuamente nuestros hábitos ya vapuleados por casi dos años de pandemia. El año del regreso de Berlusconi a la política... si alguna vez se fue. El de los problemas -superados- de salud del Papa Francisco, el año que vimos a Puigdemont ser detenido por las fuerzas de seguridad italianas en Cerdeña (para después ser liberado), a Richard Gere aceptar testificar en el juicio contra Salvini por impedir el desembarco de un grupo de inmigrantes hace varios veranos. El año en el que el país transalpino brilló con fuerza a pesar de las circunstancias que atravesaba y que repitió una y otra vez eso de “Ma quanto è bella l’Italia?”.