Italia intenta cerrar sus “años de plomo”

  • La década de los setenta se conoce en Italia como “los años de plomo”

  • Macron y Draghy acaban con la "doctrina Mitterrand" tras la detención de 7 terroristas italianos

El 1 de marzo de 1968, cuando los tanques aún no desfilaban por Praga ni los estudiantes franceses habían ocupado todavía la Sorbona, cientos de colegas italianos salieron a manifestarse en Via Giulia. Los turistas conocerán esta emblemática calle del centro de Roma por el arco concebido por Miguel Ángel para unir la Villa Farnesina, al otro lado del Tíber, con el Palacio Farnese, hoy actual sede de la Embajada francesa. Los últimos comunistas la recordarán por los violentos choques con la policía. Para algunos, no fue más que otro hito en el calendario de esa primavera del 68. Otros piensan que ahí empezó todo. Poco después, las cosas se pondrían muy feas.

La década de los setenta se conoce en Italia como “los años de plomo”. Un abanico de grupos terroristas y atentados de distinto signo ideológico amenazaron seriamente la democracia, implantada un cuarto de siglo antes, tras la Segunda Guerra Mundial. Eran tiempos en los que muchos personajes públicos salían a la calle con pistola. El periodista Indro Montanelli, que fue disparado en las piernas por un comando de extrema izquierda, escribió: “Mientras los italianos no se decidan a darse una conciencia nacional y cívica, el terrorismo será uno de los peligros que siempre se estará incubando. Y esa fábrica de la conciencia nacional y cívica todavía no la he visto nacer”.

Su previsión no fue del todo acertada. No tanto por el civismo, sino por el futuro del terrorismo, que se extinguió. Antes dejó decenas de muertos. En el atentado más grave, la extrema derecha carga casi con un centenar, en la estación de tren de Bolonia. Aunque la más célebre de las víctimas fue el ex primer ministro Aldo Moro, víctima de las Brigadas Rojas, también responsable del ataque contra Montanelli. Muchos de estos criminales se exiliaron. Los izquierdistas encontraron cobijo en Latinoamérica, todavía encandilada por los ecos del Che, o en Francia, donde gozaron de protección.

La histórica rivalidad entre Roma y París llevó al Gobierno galo a aprobar la llamada “doctrina Mitterrand”, una ley que prohibía la extradición por actos de naturaleza violenta, pero de inspiración política. El asunto ha enfrentado durante décadas a ambos países, pero esta semana parece haber finalizado el deshielo con la orden de arresto en Francia de siete antiguos terroristas italianos que permanecían en su territorio. Las autoridades italianas ya han iniciado los trámites para solicitar la extradición de estos y otros condenados en rebeldía.

Entre los detenidos no hay grandes nombres. El más importante es Giorgio Pietrostefani, que no pertenecía directamente a un grupo armado sino al movimiento de naturaleza anarquista ‘Lotta continua’, que durante años sirvió como palanca ideológica del terrorismo. Pietroestefani fue condenado como autor intelectual del atentado que acabó con la vida del comisario Luigi Calabresi. Su hijo Mario, ex director de ‘La Repubblica’ o ‘La Stampa’, ha reconocido su “sorpresa” tras años de “odiosa complicidad francesa”. Resulta llamativo, por otra parte, cómo en Italia los apellidos de la gente que cuenta siempre se repiten.

Giro diplomático

Entre los arrestados también hay otros acusados de homicidio. El cambio de parecer se debe, por una parte, a la campaña para reforzar la seguridad iniciada por Emmanuel Macron antes de las elecciones del próximo año; y, por otra, a la mejora de las relaciones desde la llegada de Mario Draghi al Gobierno de Roma. Anteriormente, con el Movimiento 5 Estrellas en el Ejecutivo, varios miembros de este partido se reunieron con los ‘chalecos amarillos’ en el momento de mayor beligerancia contra Macron. “Francia, golpeada por el terrorismo en los últimos años, comprende la absoluta necesidad de justicia con las víctimas”, señala ahora en una nota el Elíseo.

Hace años la actriz italiana Valeria Bruni Tedeschi, hermana de Carla Bruni y cuñada de Nicolas Sarkozy, intercedió para que el entonces presidente francés no actuara como ahora Macron. El mandatario actual también se ha encontrado con las reticencias de un grupo de intelectuales, entre quienes destacan los cineastas Jean-Luc Godard o Costa-Gavras, que han firmado un manifiesto para pedir la liberación de los arrestados. En esta idea romántica, los terroristas aún eran luchadores.

Eugenio Di Rienzo, historiador de La Sapienza, considera que “dar cobertura a enemigos de la patria por parte de otro país fundador de la Unión Europea resulta incalificable, aunque tampoco es extraño de una nación que ha sido hostil desde el nacimiento del Estado italiano en 1861”. Para el académico, “los años de plomo fueron un intento fracasado de crear una guerra civil de baja intensidad”. “Algunos calificaron el terrorismo como una cabeza sin cuerpo, ya que no contaba con el respaldo de la ciudadanía. Aunque, por desgracia, sí que hubo en Italia intelectuales radicales de izquierdas que blanquearon estos crímenes porque consideraron que la Resistencia había fracasado al no desembocar en un régimen comunista”, añade. Entonces quienes blanqueaban estaban al otro lado.

Violencia en el contexto de la Guerra Fría

La década más violenta de la posguerra italiana fue una batalla entre el comunismo más radical y el posfascismo, como símbolos extremos del choque ideológico de fondo. Italia siempre actuó durante la Guerra Fría como frontera natural entre el Bloque del Este y la Europa occidental, capitalista y aliada de Estados Unidos. El secuestro y asesinato de Aldo Moro en 1978 concentró todas estas intrigas, ya que las Brigadas Rojas fueron consideradas cómplices de una conspiración a mayor escala que nunca se aclaró. Pero ni a Estados Unidos ni a la Unión Soviética les convencía el acuerdo, patrocinado por Moro, que estaban a punto de firmar los comunistas italianos y los democristianos para compartir Gobierno.

El crimen, probablemente, quedará en el apartado de agujeros negros de la historia italiana, aunque en los manuales de la segunda mitad del siglo XX viene marcado como un punto de no retorno. Los “años de plomo” terminaron realmente ahí. Sus heridas, que aún no se han cerrado, están ahora más cerca de cicatrizar.