Miles de exiliados retornan a Venezuela por el coronavirus

  • Atravesar hasta tres fronteras cerradas, entre milicias, narcoterroristas y desalmados para volver a casa

El camino de vuelta está siendo, por el momento, cuasi silencioso, pero esto es solo el principio. El éxodo venezolano comienza a volver a casa a la fuerza. No les queda otro remedio. La pandemia del coronavirus ha llevado a los venezolanos en otros países de América Latina a una situación insostenible. Decidieron marcharse durante los peores años de la crisis venezolana para emprender una nueva vida, presumiblemente mejor, y el golpe de realidad les ha sacudido más fuerte el cuerpo y las entrañas. Todavía están tambaleándose.

El (maldito) virus ha truncado sus esperanzas. Su situación ya no era la mejor en estos destinos. La mayoría de los venezolanos en el extranjero se encuentran en un entorno de desamparo total: con trabajos informales, explotados laboralmente, sin papeles y con unos salarios que apenas les alcanzan para sobrevivir. A sus malas condiciones de vida hay que sumar la xenofobia antivenezolana que se ha propagado por el continente latinoamericano como una lacra, o como un (otro) virus.

Según una encuesta de 2019 del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados, el 56,72% de los venezolanos que viven en otros países de América Latina afirman haberse sentido discriminados.

“Cuando llegaba a cualquier parte me preguntaban si yo era malo. Y una compañera de trabajo le dijo a mi jefe que no quería trabajar conmigo porque era venezolano y pensaba que le podía hacer cualquier cosa”. Quien lo cuenta es Tony, un chico de 21 años que acaba de regresar de Perú. Su vuelta a casa han sido 9 días de odisea infernal.

En Perú trabajaba en el almacén de un supermercado y como chófer. Cambiaba habitualmente de trabajo, buscando un sueldo mejor. Perú, con un sistema sanitario privatizado al 100%, no ofrece asistencia médica a los venezolanos sin papeles salvo a mujeres embarazadas y niños menores de cinco años.

Aparte de ellos, solo los que tienen un carnet de extranjería que les acredita como “legales” en el país, tienen derecho a hacerse un seguro privado por 40 dólares al mes, algo que supone un lujo para la mayoría. Un lujo descartable. Primero prefieren pagar el alquiler y comer, después la salud.

Pero la salud pasó a ser prioridad cuando el COVID-19 llegó al continente latinoamericano. “Cuando llegó el virus me asusté y decidí adelantar mi vuelta”, explica Tony; y empezó un retorno que fue una pesadilla y que cuenta a NIUS telefónicamente desde su casa en el estado venezolano de Yaracuy. Por fin a salvo con su familia.

Un camino lleno de peligros

Consiguió ir en autobús hasta la frontera de Ecuador con Colombia con sus últimos ahorros y una vez allí tuvo que continuar a pie. Con las fronteras cerradas por la cuarentena, el paso no estaba permitido así que cruzó ilegalmente a Colombia desde Ecuador a cambio de pagar 10 dólares más 5 por la maleta a unos “coyotes”. Pueblerinos locales que hacen negocio paseando a los migrantes desesperados de un país a otro. Son horas de caminata a través de monte y caminos de tierra y ríos sin la certeza de absolutamente nada.

Una vez en Colombia, Tony consiguió llegar a Cali y de ahí coger un autobús hasta Cúcuta, en la frontera colombo-venezolana. Esta frontera es una de las más porosas de América Latina. El contrabando de extracción de combustible, alimentos y droga es el sustento de la mayoría de la población a ambos lados de la línea, y el negocio se lo disputan varios grupos armados: la guerrilla colombiana, paramilitares y el ejército venezolano se vigilan sin tregua.

El resto de la imagen que describe Cúcuta no dista mucho de la mayoría de la fotogenia de frontera en cualquier parte del planeta. Trabajadores informales por doquier, migrantes y miles de personas cruzando de un lado a otro cada día para realizar cualquier actividad, ya sea legal o no.

Tony llegó a Cúcuta el pasado 20 de marzo. Las fronteras estaban cerradas y el gobierno venezolano todavía no había reconocido esta problemática que se les viene encima. El paso por el puente internacional Simón Bolívar, por donde suelen cruzar peatonalmente la frontera todos aquellos que necesiten desplazarse entre ambos países, estaba completamente cerrado y Migración Colombia le dijo a Tony que no podría regresar a Venezuela, así que le tocó volver a pagar para cruzar por lo que en el país caribeño llaman las “trochas” o “los caminos verdes”.

En esta ocasión, el pago fueron 15.000 pesos colombianos (menos de 4 dólares) a cambio de varias horas caminando por un territorio en disputa. Cruzar por las trochas a Venezuela es peligroso. Muy peligroso. Las personas que llevan a Tony le advierten antes de salir de que por el camino no debe mirar a nadie fijamente a los ojos. Hay que hacer caso omiso a cualquier grupo de personas que aparezca al azar porque nunca se sabe quiénes son y qué podrían hacer con alguien a quien consideren sospechoso. Pasar desapercibido es la clave para sobrevivir en los caminos verdes.

Medidas de control y desinfección en la frontera

El gobierno de Nicolás Maduro acaba de implementar un protocolo para los connacionales que vuelvan a casa y evitar que proliferen los casos como el de Tony, cruzando ilegalmente la frontera y sin ningún tipo de control médico frente al COVID-19. La propagación del virus sería catastrófica para un país con un sistema sanitario tan debilitado como el venezolano.

Ahora, un equipo de expertos y sanitarios de Venezuela están recibiendo a los migrantes en Cúcuta y allí les están desinfectando, les hacen el test de diagnóstico del coronavirus y les obligan a permanecer catorce días en cuarentena antes de ingresar al país y poder retornar a sus casas.

Por su parte, el gobierno de Colombia no ha dado una respuesta humanitaria a la grave situación que enfrentan estos migrantes venezolanos según denuncian multitud de ONGs independientes y fundaciones de derechos humanos en el país.

Orlando Beltrán trabaja en la Fundación colombiana El Banquete del Bronx, y se dedica a atender a venezolanos en situación de riesgo. “Las autoridades colombianas más bien están felices de que los venezolanos se vayan”, asegura. “Con la pandemia, la mala situación en la que ya se encontraban la mayoría de ellos queda aún más expuesta y el sistema sanitario colombiano no les daba cobertura de ningún tipo”.

Orlando explica a NIUS que, según estimaciones de su ONG, unos 1.000 venezolanos estarían saliendo diariamente solo de Bogotá hacia Venezuela. Es una bomba de relojería porque cada vez son más los que salen y en un par de semanas se acumularán en la frontera.

Por la carretera cada vez se ven más grupos caminando y en esas circunstancias están indefensos, y no reciben ningún tipo de ayuda salvo los paquetes de comida y algunos productos de higiene que voluntarios como Orlando les reparten.

“Para seguir pasando hambre aquí, mejor pasamos hambre en Venezuela, que allí no pagamos alquiler, no nos van a sacar de hoteles y estamos más seguros”. Lo dice Carlos, un chico venezolano que camina por la autopista que deja Bogotá junto a varios miembros de su familia rumbo a Cúcuta. Vivían como vendedores ambulantes en las calles de la capital colombiana y el dueño del apartamento que compartían junto a otra familia de venezolanos les echó a la calle cuando comenzó la cuarentena.

Según cifras oficiales del gobierno colombiano, habría en torno a 1 millón 700 mil venezolanos en este país. Es imposible calcular los que han entrado ya en Venezuela desde que comenzó la crisis del coronavirus porque la mayoría lo han hecho hasta el momento de manera informal.

Los datos aportados por Migración Colombia hablan de 1.596 venezolanos que habrían cruzado la frontera entre el 4 y el 8 de abril, pero estos números distan mucho de la realidad y las estimaciones sobre lo que pasará en el futuro con estos venezolanos que han decidido volver a casa son imprevisibles.

Lo que sí es seguro es que el éxodo o gran parte de él está retornando pese a quien pese, y son imparables.