La ‘ideología’ de los tránsfugas de Conte para mantenerse en el poder: puñaladas, despechos y cargos

  • Conte intenta captar tránsfugas para formar un nuevo partido que aporte estabilidad al Gobierno

  • La cultura política italiana ha otorgado a estos profesionales del Parlamento un enorme poder

El nuevo hombre de moda de la política italiana se llama Lello Ciampolillo. Hasta el pasado martes no era más que un senador defenestrado, de esos que se sientan en la última fila. Pero ese día acudió a votar segundos antes de que se cerrara la sesión, junto a su colega Riccardo Nencini, y sus nombres pusieron rostro al sainete. La presidenta de la cámara, Maria Elisabetta Casellati, tuvo que revisar el vídeo para comprobar si habían llegado a tiempo y, tras el veredicto del VAR, los votos cayeron del lado del primer ministro, Giuseppe Conte. Se había jugado su cargo a doble o nada en una moción de confianza y los dos últimos apoyos maquillaban el resultado con una mayoría simple.

“Ciampolillo…”, resoplaba resignada Casellati, emulando sin saberlo aquella famosa frase de ‘No me jodas, Rafa’. Tampoco entenderán los italianos la comparación, pero Ciampolillo, cuyo apellido ya tiene cierta gracia, se había convertido en meme. Los periodistas empezaron a husmear en su biografía y encontraron a un antiguo miembro del Movimiento 5 Estrellas, expulsado por no donar parte de su sueldo a la formación, negacionista y excéntrico. Defiende que no le hace falta vacuna porque es vegano y tiene unos anticuerpos superiores, que el cannabis podría servir como antídoto contra el coronavirus y que para salvar los olivos de la xylella lo mejor es someterlos a temperaturas de -70 grados.

Con esta carta de presentación, el senador errante se ha convertido en uno de los aliados con los que Conte pretende salvar su Gobierno tras la salida de Italia Viva, el partido de Matteo Renzi. Para ocupar el hueco dejado por esta formación, el primer ministro hizo un llamamiento a “personas voluntariosas” de la familia “socialista, liberal o popular”. Es decir, a todo el mundo que tenga un asiento que ofrecer. La recompensa no es pública, viene en la letra pequeña del contrato. Pero Italia Viva deja vacantes dos ministerios, con sus respectivos cargos, que pueden ser muy tentadores para profesionales de la política con vocación de ascender.

Los caladeros fundamentales son dos: el propio partido de Renzi, en el que alguno preferirá el poder antes que la oposición; y Forza Italia, la formación de Silvio Berlusconi, fagocitada por sus socios de coalición, Matteo Salvini y Giorgia Meloni, representantes de una derecha mucho más radical.

De Forza Italia proviene Mariarosaria Rossi, conocida en su día como la “sirviente” de Berlusconi, pero más cercana aún a la antigua pareja del Cavaliere, Francesca Pascale. Terminada la relación, Rossi, que ya no tendría mucho que hacer con Berlusconi, se iría por despecho. También votó por el primer ministro Andrea Causin, que antes de Forza Italia pasó por otros cinco partidos, incluyendo el socialdemócrata Partido Democrático. Y en la Cámara de Diputados otra que abandonó el barco fue Renata Polverini, de la que han publicado fotos antiguas haciendo el saludo fascista, y a la que ahora atribuyen un romance -desmentido por ella misma- con un hombre cercano a Renzi.

A la búsqueda de ‘piezas maestras’

Pero en este juego del menudeo existen piezas maestras, cartas que al cambiar de mano desbloquean otras. Un caso podría ser el de Riccardo Nencini, el segundo protagonista del voto sobre la bocina, senador del minoritario Partido Socialista Italiano (PSI). La Constitución permite los cambios de sus señorías de una formación a otra, pero no crear de la nada un nuevo grupo parlamentario a mitad de legislatura. Para ello es necesario adherirse a una lista que haya sido elegida en las urnas y el PSI de Nencini ya le sirvió a Renzi para conformar su grupo cuando creó Italia Viva.

Ahora Conte necesita un contenedor en el que agrupar a los tránsfugas y dar cierta estabilidad al Gobierno. Nencini y su lista son una opción, pero si falla ya está preparado otro grupo llamado Movimiento Asociativo de Italianos en el Extranjero (MAIE), que sólo se presenta en una circunscripción dedicada a los residentes y expatriados en Latinoamérica, pero que suele acoger a rebotados de otros partidos.

El fuego está encendido, se está cociendo el caldo, pero aún faltan condimentos. En el Senado Conte se quedó a cinco escaños de la mayoría absoluta y ese es el número mínimo que debe encontrar en los próximos días para formar el ansiado grupo y convencer al presidente de la República, Sergio Mattarella, de que tiene con los apoyos necesarios para gobernar. Para ello contaba con atraer al líder de la pequeña Unión de Centro, Lorenzo Cesa, que a su vez podía haber utilizado su conexión con el partido de Berlusconi para pescar entre los conservadores. Pero este jueves su nombre apareció entre los imputados de una gran operación contra la ‘Ndrangheta, la mafia italiana más poderosa del momento, y sus armas de persuasión pasarán a concentrarse en el plano judicial.

El batiburrillo de nombres pone a prueba al lector más atento. Si bien, cada uno de estos personajes y sus circunstancias sirven para ilustrar la fauna que compone la política italiana. Sólo uno más, prometido, el de Clemente Mastella. Porque en los últimos días se ha convertido casi en metáfora del nuevo salto mortal que supone la operación para salvar a Conte.

Mastella es un viejo representante de la Democracia Cristiana, que ha sido ministro con la izquierda y con la derecha, ha militado en mil escisiones y desde hace unos años se dedica a mover los peones desde fuera del tablero. Ni siquiera es ya diputado, pero sí su mujer, Sandra Lonardo, elegida también para estas tareas de 'lobby' dentro del Parlamento. Mastella, implicado también en otros tantos líos con la Justicia, se consideró hace años “un náufrago que siempre ha sabido encontrar su isla”.

El transfuguismo como cultura

Según una reciente encuesta de SWG para el canal La 7, Conte obtendría entre un 15% y un 17% en caso de formar un partido. Y aquí, en este ‘tutti frutti’ político están sus compañeros de viaje. El transformismo forma parte de la cultura política italiana. Se da por buena la fecha de 1961, cuando por primera vez un grupo de consejeros tránsfugas acabaron con una carrera política, la del alcalde de Nápoles Achille Lauro. Ellos se denominaron “los independientes”, aunque la prensa prefirió el sobrenombre de “los putos”. Ahora, para referirse a los nuevos aliados de Conte se habla de “responsables” o “constructores”, pero el fenómeno es el mismo de hace 60 años.

Un sistema parlamentario bicameral, por el que Cámara y Senado tienen un mismo peso, favorece que las pequeñas coaliciones tengan una enorme capacidad de influencia. Y si a eso le sumamos que durante medio siglo sólo hubo un partido de Gobierno, la Democracia Cristiana, que pactaba con unos y otros, se explica que muchos diputados quisieran cambiar de grupo para poder maniobrar desde estos aparatos tan dispares. El entramado se llamó Primera República y es sinónimo de antiguo régimen. Años más tarde cambiaron la nomenclatura, los partidos y las leyes electorales, pero no el tacticismo.

En lo que va de legislatura, 132 parlamentarios han pasado de un grupo a otro. Y se trata de una cifra relativamente baja, pues en la anterior se batieron todos los récords con 569 cambios de chaqueta, que afectaron a 348 señorías. Es decir, muchos repitieron. Si Conte logra salir de esta crisis encabezaría el tercer Gobierno desde las elecciones de 2018, en las que él ni siquiera fue elegido en las urnas. En la historia republicana sólo Silvio Berlusconi y Alcide De Gasperi han logrado concluir los cinco años que dura el mandato, aunque este último tuvo que remodelar siete veces el gabinete. Toda ayuda es buena, con tal de resistir. Aquí las cloacas del poder sirven para esto.