Mascarillas a pleno sol: "Agobian y ahogan, pero no queda otra"

  • Las temperaturas han subido en muchas zonas de la península dificultando el uso obligatorio de las mascarillas

  • En algunas provincias andaluzas, donde se superan los 30 grados, llevarlas se está haciendo especialmente complicado

Aún no es mediodía y en el mercado de Barbate sol y sombra son ya universos paralelos. Al sol la vida ha desaparecido, a la sombra, transcurren las conversaciones y los cafés de la mañana. Mucha mascarilla que hace difícil reconocer las voces de los amigos, y que a otros les provoca un sofoco, mientras miran aprensivos el termómetro. Rozamos ya casi los 30 grados.

"Lo llevo como puedo", dice Titi, una mujer de mediana edad. "Yo tengo mucha ansiedad, y tengo depresión, pero vamos, me mentalizo de que esto hay que tenerlo puesto. Aunque, uffff, me está costando".

A pocos metros, Manuel Muñoz se acerca a una olla de aceite hirviendo, mascarilla en ristre. Es churrero, y no puede quitársela, porque además de freír los churros, le toca servírselos a los clientes. "Paso mucha calor por el tema de los churros", explica Manuel, aunque no sería necesario a juzgar por las gotas de sudor que le surcan la cara. "Me agobian y ahogan, pero no queda otra, al final te vas acostumbrando".

Caracoles. No, no es una exclamación, es que estamos en su época, y en la plaza hay quien los vende, después de haberlos buscado por los campos que rodean Barbate, a plena calor. Porque, aunque no lo crean, a los caracoles les gusta el calor. "Cogerlos es bastante agobiante", asegura Cristobal. "Me he tenido que beber unos cuantos litros de agua según voy buscándolos por ahí. Esto es imposible, esto nos se paga con estas calores". Cristobal no aguanta la mascarilla, y la ha sustituido por una careta no reglamentaria. "Me ahogo un poquillo, no respiro muy bien", se disculpa.

Un pueblo no es una ciudad y una playa, menos aún. En la arena hay más que suficiente espacio para todos. No es que la separación sea de dos metros, es que es de decenas de metros. Los paseantes resisten, a duras penas, la tentación de bañarse, pero al menos pueden prescindir de la mascarilla.

"Llevo la mascarilla en la mochila", asegura José, al que acompañan dos amigas. "En la playa no hay ningún problema, no hay mucha gente porque todo el mundo está trabajando. Fuera de aquí la uso, salvo para correr, porque te asfixias".

Porque usarla es obligatorio. Si no hay distancia, si estamos en un lugar cerrado, no hay otra. "Usaremos el sentido común, si hay la suficiente separación, no vamos a denunciar", precisa José Varo, jefe de la policía local. "Pero el calor no es excusa, si están pegados y no llevan mascarilla procederemos a denunciar".

Y cada vez hace más calor, aunque nada, comparado con el que ha pasado en sus veintiún años de trabajo Pedro Ramírez cabo de bomberos de Barbate. "A la gente que dice que pasa calor, y se quita la mascarilla, le diría que piense en nosotros", insiste Pedro. "Que piensen que cuando entramos en un fuego, aún en verano, vamos equipados con cubre pantalón, chaquetón, casco y mascarilla autónoma. Entonces sí que hace calor". ¿Cuánto?. La respuesta de Pedro no llega en grados: "Un calor del copón".