La morgue del Palacio de Hielo de Madrid nos abrió los ojos ante la tragedia de la pandemia

  • Cerca de mil ataúdes fueron depositados en su pista

  • Los sacerdotes realizaban los responsos desde el centro de la pista

  • Todos los que pasaron por allí se sintieron desbordados por las emociones

Hace hoy un año que el Palacio de Hielo de Madrid se convertía en la primera morgue improvisada y en su pista se numeraban los cuerpos de los fallecidos que llegaban hasta allí. Eran los primeros días de la pandemia de coronavirus y el ritmo de fallecidos era tan alto que no había espacio para acoger a las víctimas que eran trasladadas en furgones militares o, incluso, en camiones frigoríficos.

Aquella imagen del Palacio de Hielo, transformado en una morgue se convirtió, de alguna manera, en un símbolo del horror que vivimos en los peores meses de la pandemia con un ritmo de fallecimientos abrumador.

Un año más tarde aún estremece ver aquellas imágenes de la pista de este centro deportivo preparado para recibir cientos de ataúdes con víctimas de la enfermedad.

Vicente es uno de los sacerdotes que acudió para despedir a los más de mil fallecidos que llegaron hasta estas instalaciones. Recuerda que se solía poner en medio de la pista y desde aquella posición realizaba eñ responso.

El alcalde de Madrid, José Luis Martínez-Almeida, recuerda también que nadie se esperaba el aluvión de muertes que sufrió la capital y que obligó a improvisar entre todos esta morgue, desbordando emocionalmente a todos los que pasaron por allí.

La muerte desbordó aquellos días y Rosa, hija de una de las víctimas que pasó por el Palacio de Hielo recuerda que tardó casi dos semanas en saber que el cuerpo de su padre esperaba en aquella pista.

Como ella, muchos pensaban que habría alguien a lado de sus féretros pero descubrieron con dolor que no solo habían fallecidos solos sin la compañía de sus seres queridos, sino también solos en ataúdes depositados en aquel sitio inhóspito.

Otro de los focos terribles de aquellos días fueron los cementerios. Los enterradores a penas daban abasto para inhumar los cientos de cuerpos que esperaban para recibir sepultura. Todavía hoy, algunos de estos profesionales nos recuerdan que esto aún no se ha acabado y que siguen trabajando a todas horas para enterrar a los fallecidos de cada jornada.