Viajes

Nicolás Andreoli, el escritor que lo dejó todo para vivir en una autocaravana: "Tenía todo lo que 'debería' hacer feliz a alguien"

Nicolás Andreoli, junto a sus dos perros. Cedida
  • El autor argentino, que cuenta con más de un millón de seguidores en redes sociales, recorre el mundo con sus libros como brújula

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Desde que cumplió 18 años, Nicolás Andreoli (Buenos Aires, 1994) se ha dedicado a la escritura y a la creación de distintas obras literarias que son conocidas por su intensa y ferviente prosa. Sus textos, que fusionan poesía, narrativa y reflexión, se leen en toda Latinoamérica y España, consiguiendo reunir a más de un millón de seguidores en Instagram.

Pero Andreoli no es un escritor cualquiera, desde hace dos años recorre el mundo en una autocaravana, en la que vive junto a sus perros y su pareja. Lo dejó todo atrás para vivir una vida en libertad, en la que las palabras que escribe emergen desde lo más profundo de su alma libre. “No fue una huida. Fue una búsqueda”, dice con la calma de quien ya no necesita justificar sus decisiones. Lo que lo impulsó a dejar atrás su casa, su carrera y una vida estable fue, como él mismo explica, “la necesidad de volver a lo real”

Lo había soñado por años, pero solo recientemente tuvo el coraje de hacerlo. “Tenía una vida estable, una casa, una carrera, todo lo que ‘debería’ hacer feliz a alguien. Pero algo en mí seguía vacío. Sentía que estaba escribiendo sobre libertad desde una jaula”, explica en una entrevista con Informativos Telecinco.

Un día entendió algo que cambiaría todo: “la vida que soñamos no se compra, se construye… y arranqué”. Vendió todo, compró una camioneta vieja —“que, como a mi alma, hubo que arreglarla completa”— y salió a recorrer el continente. Hoy, dice, “vivo, literalmente, con lo puesto. Pero también con lo justo: verdad, amor, ruta y libros”.

La libertad como estado del alma

En la ruta, Andreoli descubrió otra dimensión de sí mismo. “Descubrí que la libertad no solo se trata de hacer lo que uno quiere, sino de animarse a ser quien uno realmente es”. Esa idea, que parece simple, se transformó en el eje de su vida y su obra. “Vivir libre es no tener que pedir permiso para ser uno mismo”.

Viajar, asegura, lo obligó a enfrentarse a lo que antes evitaba. En medio de la nada, con el motor detenido y el silencio como única compañía, entendió su fortaleza: “en la ruta aprendí que hay mil caminos, y que todos me llevaban al mismo destino: encontrarme conmigo”. Por eso insiste en que “vivir libre no es una postal. Es un estado del alma”.

“Un hogar no es un lugar. Es un vínculo”

Para Andreoli, la ruta no solo es destino: es hogar. “Un hogar no es un lugar. Es un vínculo”, afirma. Lo han marcado los paisajes, pero más aún los procesos. “Me marcó crecer en el camino, arreglar lo que no sabía arreglar, cruzar lugares que creía imposibles de cruzar. Me marcó cada abrazo, cada historia, cada libro que dediqué bajo un cielo distinto”, expresa.

Entre esas noches que se quedan tatuadas, recuerda una en particular, en Viña del Mar, Chile, en un lugar conflictivo. Pasó momentos de tensión, de miedo, en una casa sobre ruedas “sin rejas y llena de ventanas". Vivió la sensación de inseguridad, al borde de que le roben, sin saber adónde ir. Y sin embargo, dice, esa misma noche terminó haciendo guardia con un mate en la mano, mirando a su pareja y a sus perros en silencio mientras afuera el ruido no dormía. “Esa noche entendí que con amor —con alegría incluso en el miedo— nada puede vencernos. La verdadera seguridad está adentro”.

En otro punto del camino, un mecánico lo recibió en su hogar. Un nuevo amigo. “Me pidió que me sacara el traje de escritor y me convirtiera en mecánico. Construí una casa. Escribí varios libros. Arreglé un motor. Y planté un árbol”. También recuerda Tandil, una ciudad argentina, donde “la gente llenó el lugar con libros y abrazos. Ahí entendí que no solo escribo; me dedico a despertar sueños”.

El escritor que crea experiencias

La escritura, para Andreoli, es tanto un refugio como una forma de conexión. “Sigo escribiendo porque es mi manera de encontrarme. Conmigo, con otros, con mis sueños. Hoy escribo para despertar algo en los demás. Para encender una chispa, aunque sea pequeña, en alguien que se había apagado”.

Ya no se considera simplemente un autor: “No escribo libros, ya no. Creo experiencias. Cada página es una puerta, un espejo, una herida que también puede sanarse”, dice.

Sus textos mezclan poesía, verdad y rituales. Cuentos y novelas que nacen “del alma, no del mercado”, apunta. Por eso insiste en que “no escribo para vender, escribo para acompañar. Un libro no debería solo leerse. Debería respirarse, doler, curar. Y quedarse adentro”.

Cuando se le pregunta qué lugar ocupa el amor en su obra, responde sin dudar: “El amor es el centro de todo. Es la raíz y la cura. No solo escribo sobre amar a alguien, sino sobre aprender a amarse después de romperse, sobre amar la vida incluso cuando no se entiende. El amor es el hilo invisible que une todos mis libros, mis viajes y mis días”, explica.

Un viaje hacia adentro

Su proceso creativo es tan libre como su vida. “No tengo horarios. Tengo fuegos”, cuenta. Escribe cuando algo lo quema. “A veces al amanecer, con el mate y el ruido del motor. Otras, en mitad de la noche, cuando todos duermen y el silencio se vuelve verdad. Mi único ritual es no mentirle al papel”, asegura.

Y si algo ha aprendido con el tiempo y los kilómetros, es que la autenticidad vale más que cualquier estrategia. Una autenticidad que lo ha llevado a cosechar más de un millón de seguidores en sus redes sociales. “No vendo perfección. La clave es la verdad. No hay estrategia que supere la autenticidad. La gente no sigue a un personaje: sigue a alguien que se anima a mostrarse humano. Yo hablo de lo que todos sienten y pocos dicen. Y lo hago sin filtro, sin máscara, sin guion”, comenta.

A medida que avanza, Andreoli descubre que el viaje no es hacia afuera, sino hacia adentro. “Que no se trata de llegar, sino de seguir. Que la felicidad no está en el destino, sino en la decisión diaria de no rendirse”. En la ruta aprendió a valorar lo que antes daba por hecho: “el agua, el gas, el sol, un techo”. Y en esa simpleza encontró la verdadera abundancia. “Con un café, un abrazo y un amor… soy rico. Lo simple me hizo rico”, dice.

Un viaje interminable

Cuando se le pregunta si este viaje tiene un final, Andreoli sonríe. “No creo que el viaje termine. Cambiará de forma, pero no de alma”. Sueña con llevar su arte a todo el mundo, “de la misma manera en que nació: libre, real, sin intermediarios. Desde una notebook vieja, en una casa humilde de un barrio de Buenos Aires, empecé a escribir sin imaginar que mis palabras podían viajar más lejos que yo”, relata.

Hoy, ese sueño trajo consigo una comunidad de soñadores. Su deseo es seguir sembrando “libros que sanen, historias que abracen, arte que despierte. Quiero que la gente entienda que no hace falta tener todo para empezar, solo tener algo que decir con el alma abierta”. Porque, como él mismo dice, “cuando un libro se convierte en un árbol y un lector en raíz, ya no hay final. Solo bosque”.

Antes de despedirse, concluye con la frase que resume toda su travesía, toda su fe en la palabra y en el ser humano: “Escribo para que alguien, en medio de su caos, recuerde que todavía puede volver a sí mismo”.