Entrevistas

La lucha de Blanca Rudilla para darles una familia a niños "que nadie quiere": "No se trata de tener un hijo porque sí"

Blanca Rudilla junto a sus hijos adoptados
Blanca Rudilla, junto a sus dos hijos. Cedida
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Hace más de dos décadas, Blanca Rudilla se propuso cambiar la historia de miles de niños que parecían condenados al olvido en los orfanatos de China. Abogada de formación, madre de tres hijos biológicos y hoy también de dos pequeños adoptados con necesidades especiales, Blanca ha convertido su vida en una cruzada personal por los derechos de la infancia. Desde su asociación, ACI (Asociación para el Cuidado de la Infancia), y con el impulso de un procedimiento pionero conocido como Pasaje Verde, ha logrado que niños que antes eran invisibles —aquellos con una oreja, un ojo o un dedo menos— encuentren un hogar.

Blanca Rudilla no siempre estuvo vinculada al mundo de la adopción. Hace 30 años, dirigía la asesoría jurídica del Grupo Zeta de comunicación. Fue entonces cuando Antonio Asensio, director del grupo, le propuso coordinar a nivel jurídico un reportaje sobre la situación de los menores en los orfanatos de China. Ese viaje lo cambiaría todo. “Cuando visitaba los orfanatos, me llamaba la atención la gran cantidad de niños que había dados en adopción. Había cunas en las que había tres o cuatro niños, y muchos de ellos tenían determinadas patologías: les faltaba un dedo, la oreja o un ojo. Siempre pensaba que nunca serían adoptados”, recuerda Blanca en una entrevista con Informativos Telecinco.

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“Aquella experiencia me removió profundamente. Era imposible mirar hacia otro lado”, confiesa. Así, en 2005 adoptó a su primer hijo, Xiao, un pequeño al que le faltaba un dedo. “Una vez adoptado, a mi hijo Xiao le implantaron un dedo del pie en la mano, con lo cual tiene una mano completamente funcional y ha conseguido ser campeón de España de fútbol americano. Tiene 21 años ahora y es un tipo estupendo. Me siento muy afortunada”, dice con orgullo.

Xiao, el hijo adoptado de Blanca
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Por entonces, Blanca ya era madre de tres hijos biológicos, pero eso no la detuvo. “Yo nunca pongo límites a nada”, afirma. Así, en 2012, durante otro de sus viajes de cooperación a China, ya al frente de ACI, conoció a quien se convertiría en su hija, Yoyó, una niña con una cardiopatía severa. “La pobre estaba malita del corazón. Tuve la suerte de que la operaran en el hospital Ramón y Cajal de Madrid y salió todo bien. Después de traerla de China y tras pasar dos años en la asociación con nosotros, decidí adoptarla yo misma”, relata.

El nacimiento del ‘Pasaje Verde’

En su empeño por transformar la realidad de estos menores, en 1997 fundó el Pasaje Verde, un procedimiento internacional de adopción dirigido a niños con necesidades especiales. Gracias a esta iniciativa, los pequeños con discapacidades físicas o enfermedades graves dejaron de ser “los últimos en la cola”. “Ahora esos niños tienen prácticamente las mismas oportunidades que los ‘sanos’. Ya no son los que nadie quiere adoptar”, celebra. Hoy, más de 7.000 niños en España han encontrado familia gracias a las gestiones de la ACI.

Blanca aclara que “la adopción internacional es una medida subsidiaria, es decir, un menor sale en adopción internacional cuando no encuentra adopción nacional. Y normalmente, los niños que no adoptan en su país son niños con necesidades especiales o de edades más avanzadas”.

Generar conciencia social

La labor de Blanca y su equipo también ha contribuido a un cambio de mentalidad. “Hay más concienciación. Ahora vemos cómo hay una fila de familias esperando adoptar un niño, cuando antes había filas de niños esperando ser adoptados por una familia”, explica. Las cifras lo confirman: desde 2021, las adopciones de niños con necesidades especiales prácticamente se han quintuplicado.

Pero para Blanca, la adopción no es un acto de caridad, sino de justicia. “No se trata de tener un hijo porque sí, sino de darle un hogar a un niño que lo necesita. Todos los niños tienen el mismo derecho a ser adoptados. Los padres queremos siempre que los niños sean perfectos, mientras que quizá nosotros tenemos alguna patología o enfermedad, pero no se nos juzga por ello”, dice.

Ser madre más allá de la sangre

En el día a día, Blanca vive con naturalidad la diversidad de su familia. “Es muy bonito ver cómo entienden que tú eres su madre aunque no lo hayas parido, y que vas a estar ahí siempre para acompañarles”, comenta.

Pero también reconoce que no todo es fácil. “Mi hijo me preguntó quiénes eran sus padres y por qué lo abandonaron. Y ahí les intentas explicas todo para que no tengan dudas. A mis hijos adoptivos les he propuesto ir a China a conocer sus orígenes, pero me dicen que no, que su familia somos nosotros”, cuenta. En su asociación, acompañan también a adolescentes que desean buscar a sus padres biológicos. “Hay que respetarlos y ayudarles en todo momento”, insiste.

Blanca junto a Yoyó, su hija adoptada

Incluso dentro del hogar, la convivencia entre hijos biológicos y adoptados puede generar tensiones. Blanca recuerda una anécdota que hoy cuenta con una sonrisa: “Cuando llegó Xiao, mi hija biológica tenía seis años y sentía celos. Un día le dijo a Xiao: ‘Sí, pero ella no te ha tenido en la barriga’. Y yo le tuve que explicar que una madre no es solo la que te tiene en la barriga, sino la que te cuida y te quiere. Al final acabó diciendo que quería más a Xiao que a su hermano biológico”.

Luchar contra la discriminación

A pesar del progreso social, los niños adoptados —especialmente los de origen extranjero— siguen enfrentándose a estigmas y prejuicios. Desde ACI están realizando un estudio sobre el bullying hacia menores adoptados. “Las familias no reciben el apoyo que necesitan y en los colegios hay muchas actitudes y comentarios que no se le da la importancia que merecen. Si ya un niño chino sufre racismo de forma general, imagínate al ser adoptado, la discriminación es doble”, lamenta Blanca.

Sus hijos, incluso, han sido víctimas de comentarios crueles. “Mis hijos me han llegado a decir que si los habíamos comprado, porque eso se lo habían dicho en el cole”, cuenta con indignación.

También denuncia las humillaciones burocráticas. “Para coger un avión tengo que enseñar hasta el libro de familia. No se creen que son mis hijos. Entiendo que se tenga cuidado por el tráfico de menores, pero que no lo hagan delante de ellos, porque eso les duele”, exclama.

"No recibimos ningún tipo de subvención del Gobierno”

Pese a su impacto social, ACI no recibe financiación pública. “En España se financia casi todo, pero las adopciones internacionales no se financian. No recibimos ningún tipo de subvención del Gobierno”, denuncia Blanca.

Los costes de una adopción internacional pueden rondar los 30.000 euros. “Las familias tienen que pagar médicos, psicólogos, trabajadores sociales... incluso piden préstamos para adoptar un niño. Y pagar no garantiza la adopción, solo cubre el coste de los servicios. Puede ser que el país de origen no la conceda”, explica.

Realizamos un trabajo social que no hace la administración pública, pero no recibimos ni un céntimo, a diferencia de otros países europeos donde están mucho más avanzados”, añade. “Italia empezó mucho más tarde que nosotros en el tema de la adopción internacional y son de los mejores. El Ministerio de Asuntos Exteriores no para de denegar acuerdos con países; este año ya van tres”.

Una familia, un propósito

Además de promover las adopciones, ACI busca cambiar la narrativa que rodea a las familias adoptivas. “Queremos acabar con los comentarios tipo ‘qué suerte has tenido’ que tanto reciben los niños adoptados. Ellos han sido abandonados, han tenido que dejar sus raíces y sus países de origen, eso no es tener suerte. La suerte la tenemos los padres adoptantes cuando nos regalan ellos su amor incondicional a pesar de todo”, afirma.

A pesar de las dificultades, Blanca Rudilla no cambiaría nada de su camino. “Solo por el amor incondicional que recibo de mis hijos merece la pena todo”, asegura. Su historia, y la de los miles de niños que gracias a ella tienen una familia, son la prueba de que la familia se construye con amor, no con biología. “Lo más bonito de todo es ver cómo ellos saben que tú eres su madre, aunque no los hayas parido”, concluye.