El adiós de Antonio Domecq, un acontecimiento, aún sin trofeos

AGENCIA EFE 08/05/2011 18:14

FICHA DEL FESTEJO.- Toros de Fermín Bohórquez, grandes y convenientemente "arreglados", bravos y con temple, acudiendo a todos los terrenos. Una buena corrida.

Antonio Domecq: rejón atravesado, medio rejón y nuevo rejón (vuelta).

Rui Fernandes: pinchazo y rejón (oreja).

Andy Cartagena: rejón fulminante (oreja y fuerte petición de la segunda).

Joao Moura, hijo: rejón (ovación tras petición).

Leonardo Hernández: rejón (oreja y petición de la segunda).

Francisco Palha: pinchazo y rejón (oreja).

La plaza se llenó con alguna "calva" en el sol, en mañana espléndida.

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EMOCIONES Y BUEN REJONEO

Cuatro orejas. Una cada uno cortaron Rui Fernándes, Andy Cartagena, Leonardo Hernández y Francisco Palha. Estuvieron bien los cuatro, alguno incluso muy bien, como fue el caso del joven Leonardo Hernández, para quien se pidió la segunda oreja. También Cartagena tuvo una notable petición del doble trofeo.

Pero, sentimentalismos al margen, lo mejor fue la actuación de Antonio Domecq, su última faena en público ya que hoy se ha retirado de la profesión.

El adiós de Antonio Domecq al rejoneo queda simbolizado en el gesto que tuvo con su hijo Antonio al entregarle los zahones y el sombrero de ala ancha.

El padre hizo salir al pequeño al pasar por delante de la barrera que ocupaba, y juntos, visiblemente emocionados, finalizaron la vuelta al ruedo. Allí, en el centro del ruedo, padre e hijo se fundieron en un entrañable y emotivo abrazo que puso un nudo en todas las gargantas.

Otro momento emocionante en la faena, el brindis compartido a su tío Álvaro -antecesor en la dinastía, el hijo del fundador, el abuelo don Alvaro Domecq y Díez- y a su hermano Luis -él más clásico de la modernidad- con quien formó pareja hasta que una enfermedad le obligó a retirarse cuando su techo parecía inalcanzable.

Esta última actuación de Antonio Domecq se ajustó a lo habitual de su estilo en las dos etapas que han definido su carrera, ahora de clasicismo y pureza, y antes también de sinceridad y entrega en lo que se conoce por heterodoxia.

El toro, conviene advertirlo, tuvo temple. Un astado con mucha clase, a la medida de un gran rejoneador. Y de ahí que las evoluciones de Antonio Domecq se sucedieran "sin ruidos", buscando las reuniones en los medios, atacando de frente para clavar al estribo, y con suma limpieza en los embroques. Certero en todos los hierros que dejó, absolutamente todos arriba.

Sobriedad y elegancia en perfecta armonía. Una delicia de toreo a caballo de quien empezó la carrera apoyándose sobre todo en la espectacularidad, y la cierra después de una larga etapa instalado en el respeto a los más puros cánones de la ortodoxia.

Faltó la rúbrica del rejón de muerte para que hubiera paseado los trofeos. Aunque la vuelta al ruedo por si misma tuvo tintes de acontecimiento.

Los compañeros tuvieron el detalle de brindarle sus respectivos toros. Rui Fernandes sobresalió en los quiebros en corto. Cartagena fue un gran espectáculo de dominio y ejecución, perfecto sobre todo con los violines. Moura hijo toreó con ajuste y clasicismo, quizás faltándole fibra, y por eso no tuvo trofeo. Leonardo dio el aldabonazo, por su perfecta conjunción de los dos estilos. Y el joven Francico Palha cumplió asimismo un prometedor debut.