Por cada humano vivo en la Tierra hay 14 que murieron: pasado, presente y posibles futuros de nuestra especie

"Tras cada hombre viviente se encuentran treinta fantasmas, pues tal es la proporción numérica con que los muertos superan a los vivos". La cita es de la novela '2001, Una Odisea en el espacio', escrita por Arthur C. Clarke en 1968, al mismo tiempo que Stanley Kubrick dirigía la icónica película en una suerte de trabajo conjunto inspirado en un relato corto de Clarke que lleva por título 'El centinela'.

Los cálculos de Clarke eran correctos para su época. Por aquel entonces la población mundial ascendía a 3.550 millones de personas. El porcentaje, echando la vista 200.000 años atrás y redondeando, arrojaba 30 muertos por cada ser humano vivo. Poco más de 50 años después somos algo más del doble de vivos y los fantasmas que nos tocan a cada uno se han reducido a la mitad.

Sobre estas cuestiones: el pasado de la humanidad como especie, su presente y sus posibles e inciertos futuros, versa un reciente artículo del fundador y director del proyecto Our World in Data, Max Roser. Su conclusión: que si no nos autodestruimos, nuestro futuro es, en términos numéricos, muy, muy grande. Casi inabarcable.

Un reloj de arena de los vivos y los muertos

Desde el surgimiento del homo sapiens sapiens como especie, hace unos 200.000 años según los antropólogos, los demógrafos calculan que 109.000 millones de humanos han habitado la Tierra. Hoy somos 7.950 millones sobre el planeta. El 6,7% de todos los nacidos en la historia de la humanidad. 117.000 millones entre vivos y muertos. Una proporción que Max Roser pone en gráficos usando un reloj de arena que no mide tiempo sino nacimientos y defunciones.

Según explica, cada grano de arena representa a diez millones de personas. Cada año se añaden 14 granos por los 140 millones de bebés que nacen y 6 granos caen por los 60 millones de personas que mueren. Estos se amontonan sobre los que representan a los 109.000 millones de humanos que han muerto a lo largo de la historia.

Un punto azul pálido

El artículo del director de Our World in Data nos pone en perspectiva de lo qué somos, de cuántos somos y de lo que dejamos atrás. Max Roser hace los cálculos de un futuro que define como inmensamente vasto en términos de nacidos y fallecidos. Sus proyecciones abarcan los próximos 800.000 años basándose en que eso es lo que, de media, sobreviven las especies de mamíferos. El resultado en términos de vidas vividas se extiende para ese periodo hasta los 100 billones de personas.

Pero Roser también apela a que los humanos no somos unos mamíferos corrientes - para lo bueno y para lo malo - y apela a los peligros que enfrentamos como especie: pandemias como la del coronavirus; el temor a un holocausto nuclear que ha revivido con la invasión rusa de Ucrania; el progresivo, y por el momento, imparable calentamiento global; o un inesperado evento cósmico como el que acabó con los dinosaurios, puede llevarnos a la extinción mucho antes de lo previsto.

Su advertencia rima con la que hizo en 1990 el astrónomo y divulgador científico, Carl Sagan, cuando la sonda espacial Voyager 1 hizo una fotografía de la Tierra desde una distancia de 6.000 millones de kilómetros a su paso por Saturno. Aquella foto fue bautizada por Sagan como "un punto azul pálido" y acompaño su publicación con un texto icónico.

"Eso es aquí (...). La suma de todas nuestras alegrías y sufrimientos, miles de religiones seguras de sí mismas, ideologías y doctrinas económicas, cada cazador y recolector, cada héroe y cobarde, cada creador y destructor de civilizaciones, cada rey y campesino, cada joven pareja enamorada, cada madre y padre, niño esperanzado, inventor y explorador, cada maestro de la moral, cada político corrupto, cada “superestrella”, cada “líder supremo”, cada santo y pecador en la historia de nuestra especie, vivió ahí – en una mota de polvo suspendida en un rayo de sol”.

El texto de Sagan, concienciado casi hasta la obsesión por el peligro de una guerra nuclear, es un recordatorio de que, por evidente que parezca mencionarlo, todos los humanos estamos en el mismo planeta, o lo que es lo mismo. De momento todos los huevos van en la misma cesta.

De hecho, el tiempo que una civilización es capaz de sobrevivir sin autodestruirse es un asunto recurrente entre los astrónomos y aquellos que calculan las posibilidades de encontrar vida extraterrestre inteligente. Es una de las variables de la conocida como 'Ecuación de Drake',

La fórmula, concebida en 1961 por el radioastrónomo Frank Drake, está diseñada para calcular el número de civilizaciones existentes en nuestra galaxia. Contiene parámetros que conocemos: cuántas estrellas hay en la Vía Láctea; otros que podemos estimar: cuántas de esas estrellas tienen planetas y cuántos pueden ser habitables; pero también otros sobre los que no tenemos ni idea, como es precisamente la capacidad de una civilización para evitar su autodestrucción una vez alcanza el desarrollo tecnológico para conseguirlo.

Más humanos que estrellas en la Galaxia

Los números bailan. Nadie las ha contado todas. En los tiempos en los que Clarke escribió '2001. Una Odisea en el espacio', el consenso era que en nuestra Galaxia había unos 100.000 millones de estrellas. Con ese cálculo ya ha habido en la Tierra un humano por cada una de ellas.

Hoy las estimaciones se mueven en una horquilla entre los 100.000 y los 400.000 millones. Al ritmo que, aparentemente, crece la población, no deberíamos tardar mucho en alcanzar la estimación más alta.

Si miramos 12.000 años hacia el pasado la población humana se mantuvo en números bajos hasta aproximadamente el año 1.000 a.C. Con la llegada de la civilización comenzó a crecer de forma lenta pero constante. En torno al siglo XVI los números comenzaron a dispararse y en la segunda mitad del siglo XX se produjo una aceleración exponencial.

Sin embargo, y según estudio publicado en 'The Lancet' en 2020, el crecimiento constante de la población tiene una fecha límite: 2067.

En las últimas décadas la velocidad con la que la población mundial aumenta se ha ido reduciendo. El techo se alcanzaría en 9.730 millones de personas. A partir de ese momento la población comenzaría a descender hasta estabilizarse en torno a los 8.790 millones en 2100.

Los motivos son complejos pero hay que buscarlos en razones socioeconómicas, el descenso que ya se aprecia en la natalidad en los países occidentales y en las dinámicas de los flujos migratorios pero, en definitiva, la demografía no apunta a que el número de personas en el planeta vaya a ser cada vez mayor indefinidamente.

Los próximos 1.000 millones de años

Puestos a imaginar - y a calcular - el fundador de Our World in Data se lanza en su artículo a magnitudes astronómicas. Si la Tierra aún podría ser habitable 1.000 millones de años más antes de que la expansión de el Sol haga inhabitable el planeta... ¿Cuántos seríamos?, ¿Cuántos habríamos sido?.

En ese casi inabarcable periodo de tiempo Max Roser calcula que habrían nacido 125 cuatrillones de niños. Y puntualiza: "Un cuatrillón es un 1 seguido de 15 ceros: 1.000.000.000.000.000.".

Roser también se plantea la posibilidad de que llegado el momento nos expandamos por la Galaxia y especula con lo que eso podría significar en términos de población humana, ya no solo sobre la Tierra.

A pesar de los peligros y amenazas que nos acechan Roser es optimista y él también apela a uno de los padres de la ciencia ficción citando un párrafo de la obra 'Las Amenazas De Nuestro Mundo' de Isaac Asimov.

No hay catástrofes que se ciernen ante nosotros que no puedan evitarse; no hay nada que nos amenace con una destrucción inminente de tal manera que no podamos hacer nada al respecto. Si nos comportamos racional y humanamente; si nos concentramos con frialdad en los problemas que enfrenta toda la humanidad, en lugar de emocionalmente en asuntos del siglo XIX como la seguridad nacional y el orgullo local; si reconocemos que el enemigo no es el prójimo, sino la miseria, la ignorancia y la fría indiferencia de la ley natural, entonces podremos resolver todos los problemas que se nos presenten. Podemos elegir deliberadamente no tener catástrofes en absoluto”.

Asimov escribió el libro del que se extrae esa cita en 1980. Lo que en ella se dice no parece muy alejado de lo que se podría decir hoy... 42 años después.