Todo lo que sufrí por escribir un libro sobre sexo siendo mujer

yasss.es 28/03/2018 11:11

Raquel Sánchez Silva me llamó “La Carrie Bradshaw punk”; El Mundo, “La reina de Tinder”. Yo creía que me iba a convertir en la nueva Lorena Berdún, pero como podéis adivinar, no me convertí en nada. Ni en Lorena, ni en don Paco. El sexo vende, eso lo sabemos todos, pero, ¿qué implica hablar de sexo cuando eres mujer y cuando no te conoce absolutamente nadie? (Pausa dramática por el ninguneo que acabo de hacer a don Paco y al repartidor de Glovo).

Para comenzar, programas que jamás imaginarías que te llamarían lo hacen, porque repito: el sexo vende, y supongo que mi personalidad histriónica y esta incapacidad de guardar corrección política alguna me convertían en la entrevistada ideal en pleno verano, cuando la parrilla televisiva se desinfla. El 95% de las entrevistas fueron realmente favorables, a excepción de la realizada en un conocido programa matutino de la televisión pública, en el que una de las colaboradoras insinuó que tanto darle al Tinder y tener relaciones sexuales habrían mermado mi tiempo para estudiar. Señoras y señores: tengo 32 años y soy periodista, por lo que quizás sí he estudiado. Antes, incluso, de que existiera Tinder. Ahora resulta que tener sexo te ocupa 24 horas diarias. Pero el problema real me lo encontré en los comentarios que se acumulaban tras las entrevistas online y en los vídeos de YouTube. “Pu**” y “Feminazi” se convirtieron en mis nuevos nombres.

Y hubo otro programa, donde supuestamente iba a hablar de mi libro -modo Paco Umbral ON-, en el que me pidieron fotografías del mismo en alta resolución y respondí a multitud de preguntas acerca de su contenido, pero al presentarme en el plató, el libro nunca se mencionó. Eso sí: me llamaron p*** en directo. Un invitado consideró oportuno llamarme PU** al saber que escribía sobre sexo, porque resulta que una mujer que habla de este tema se dedica a la prostitución. Parece que únicamente son las prostitutas las que practican sexo, fíjense lo que les digo. No sabía que perder la virginidad era opositar al ticket de oro de un burdel de carretera.

Mi Instagram se convirtió en un imán de fotografías de penes y de insinuaciones sexuales. Cada vez que aparecía en la sección de mensajes privados una señal que indicaba que tenía una nueva solicitud, temblaba al pensar que otro pene iba a formar parte de mi colección de falos cibernéticos enviados por hombres que creen oportuno mandar una fotografía del suyo. El odio se hizo con mi Twitter y muchos hombres me acusaron de creída por llamarme a mí misma “La reina de Tinder”, pues parece que son incapaces de comprender que el nombre del artículo no lo da el entrevistado, sino el periodista entrevistador que edita el texto en cuestión. Cuando me entrevistó Andreu Buenafuente muchos se apresuraron a comentar que era evidente que había tenido algo con él -aclaro que, por supuesto, no ha sido así- y esta operación se repitió cada vez que trabajé con un humorista español. Porque queridos míos, parece que la única baza que una mujer tiene para trabajar con un humorista o con un periodista reconocido es utilizar su vagina. Ni másters ni humor: tener vagina te consigue trabajos y ser entrevistada. Eso y cobrar la mitad que los que tienen pene, claro. Cada vez entiendo menos las cosas…

Hablar de sexo en España siendo mujer es pecado, pero hacerlo en clave feminista es un trampolín hacia el infierno. A muchos no les parece correcto que una mujer hable del sexo como… como si fuera un hombre, dicen. Porque lo de acostarte con alguien queriendo solo orgasmos y no abrazos ni cucharitas no es legal de cara a los 'machirulos'. Es gracioso que ellos te follen y no te llamen al día siguiente, como se esforzarán en hacer ver a sus amigotes entre risas en un bar de mala muerte, porque para eso son unos “cracks”, unos “máquina” y un sinfín de términos condenados al infierno. Pero si lo haces tú, mujer desvalida, eres Satán. O una p***, para qué cambiar los términos.

A ellos les quiero decir que las mujeres también disfrutamos del sexo -por mucho que ellos no nos lo pongan fácil a veces- y que no buscamos siempre amor entre las sábanas. Y ese “no nos lo ponen fácil” parece que es lo que realmente les escuece, porque cuando una mujer habla de sexo, temen que hable de la jugada a sus amigas y que no los retraten como a Nacho Vidales, sino como personajes de Pocoyó. Qué mala es la inseguridad y qué malísimo es el machismo, queridos “cracks”. Estimados “máquinas”. Amados “maestros”.