"He conocido a la persona perfecta, pero no me pone": ¿Puede surgir el interés sexual?

Todos asociamos el principio de una relación con la excitación más puramente física y sexual. Conocer a alguien es sinónimo de querer arrancarle la ropa, pero, ¿qué pasa cuando esa pasión no aparece?

Eso fue lo que le ocurre a Lara, una chica de 24 años que, tal y como relata, ha conocido a la persona perfecta, pero no le atrae sexualmente. “Tiene todo lo que me gustaría de una pareja, pero falla que no me pone, y no sé qué hacer porque no creo que eso se pueda forzar. Conectamos mucho mentalmente, las conversaciones son increíbles, tenemos gustos parecidos, me lo paso increíble con él, pero en lo físico es como si estuviese un interruptor apagado. No me gusta. ¿Puede empezar a atraerte alguien que te cae muy bien?”, se pregunta.

¿La atracción sexual nace o se hace?

La atracción sexual es el interés sexual suscitado por una persona en concreto, y se trata de una reacción psicológica y física que no depende de nuestro control tanto como nos gustaría.

Aunque tengas un prototipo o una idea en la cabeza de cómo es la persona perfecta para ti, te puedes sentir atraído por alguien completamente diferente a cómo habías imaginado. En el lado opuesto, una persona “ideal” puede no despertar en ti ninguna atracción sexual.

Teniendo esto en cuenta, intuirás que la atracción sexual no tiene prejuicios. Te puede atraer alguien de tu mismo género, aunque te consideres estrictamente heterosexual. También te puede resultar atractiva una mujer alta siendo un hombre bajo, aunque los estereotipos inculcados por la sociedad nos dicen que debe ser al revés. Y como estos ejemplos hay decenas.

El problema surge cuando de forma consciente nos avergonzamos e intentamos acallar esos deseos en vez de aceptarlos y dejarlos fluir. Esto se debe a un fenómeno psicológico llamado fusión pensamiento-acción probabilística. Se trata de la creencia irracional de que pensar sobre algo aumenta las probabilidades de que ocurra. Por ejemplo, creer que a más pienses en la lotería, más probabilidades tienes de que te toque. Suena ridículo, ¿verdad? Pues es lo que hacemos con la atracción sexual (al menos cuando ésta no encaja con nuestros prejuicios y expectativas). Si eres hombre, te consideras heterosexual y te atrae otro hombre que acabas de conocer, reprimes ese tipo de pensamientos porque crees que a más vueltas le des, más probabilidades hay de que acabes teniendo algo con él… ¡Como si eso fuese un pecado!

Algo parecido ocurre cuando no sentimos atracción sexual por alguien que sí nos gusta en otros sentidos, como le ocurre a Lara. Nos obsesionamos con que nos debería atraer y constantemente pensamos “es que me tiene que gustar”, “me voy a autoconvencer de que me atrae”, “si lo pienso mucho igual me acaba poniendo” en un intento desesperado de inducir en nuestro cuerpo y nuestra mente un estado de excitación que nunca llega.

Cómo surge la atracción sexual

La gran pregunta no es si la atracción sexual se puede controlar o no, sino de qué depende.

Aunque asociemos la atracción sexual con lo físico, en realidad surge por una combinación de factores mucho más amplia. En otras palabras, una persona “nos pone” porque:

  • Nos resulta atractiva físicamente. Ojo, el atractivo es algo completamente diferente a la belleza. La belleza depende de los prejuicios de la sociedad, que considera a un tipo muy concreto de personas como “guapas” o “deseables”. En cambio, el atractivo es subjetivo. Te pueden atraer cuerpos delgados o gordos, altos o bajos, con pelo lacio o rizado, con narices grandes o pequeñas, etc. Además, lo que nos resulta atractivo puede variar a lo largo del tiempo. Eso sí, que alguien te parezca atractivo no implica que te atraiga sexualmente. Deben cumplirse los siguientes requisitos.
  • Nos despierta cierto interés intelectual. Para sentirnos atraídos por una persona ésta debe parecernos mínimamente interesante. A veces incluso nos montamos películas en nuestra cabeza porque no conocemos lo suficiente a esa persona (por ejemplo, un ligue de una noche) y la idealizamos, otorgándole características psicológicas que quizá no tiene: que sea inteligente, que sea divertida, que sea de una ideología afín a la nuestra, que tenga inquietudes culturales similares a las nuestras…
  • Surge una conexión. No somos un móvil buscando WiFi, pero la conexión en las relaciones es muy importante. Necesitamos empatizar y desarrollar un pequeño vínculo con alguien para poder sentirnos atraídos.
  • Nuestra salud psicológica se encuentra más o menos bien. Hasta ahora hemos mencionado factores que implicaban a la otra persona, pero la atracción sexual depende en gran medida de nuestro propio estado de salud mental. Tener baja autoestima, atravesar una mala racha de tristeza, sentir ansiedad constantemente o sufrir muchísimo estrés en el trabajo puede alterar nuestra capacidad de experimentar atracción hacia alguien.
  • Tenemos unas expectativas razonables. Tal y como hemos visto antes, obligarnos a sentirnos atraídos por alguien repitiéndonos constantemente lo mucho que nos debería poner es contraproducente. Necesitamos unas expectativas moderadas, ni muy altas (“Puedo obligarme a que esta persona me excite”), ni muy bajas (“Jamás me va a excitar esta persona”).

Estos factores no influyen por igual. Hay personas que necesitan muchísima conexión emocional para sentir atracción sexual, que es lo que se conoce como demisexualidad. Otras experimentan todo lo contrario: la falta de vínculo les pone. También hay personas que otorgan más importancia a lo físico, y otras a lo psicológico. Además, la influencia de estos factores varía a lo largo de nuestra vida. Por eso es tan importante dejar fluir la atracción. No es algo inmutable, sino una faceta de nuestra psicología que a veces no entenderemos, pero tendremos que aceptar.