La emprendedora asturiana de 69 años que quiere ganar el premio más prestigioso de innovación

  • Carmen Hijosa, creadora de un tejido sostenible alternativo al cuero, está nominada al European Inventor Award de la Oficina Europea de Patentes

Reconoce que fue una pionera cuando a comienzos de los setenta cambió su pequeño pueblo de Salas (Asturias) por una nueva vida en Irlanda. Entonces tenía solo 19 años, pero Carmen Hijosa, la inventora de una alternativa sostenible al cuero fabricada con hojas de piña, asegura que un “fuerte instinto” siempre ha guiado sus pasos.

Su proyecto, al que ha dedicado su últimos 25 años, le ha llevado a ser nominada por la Oficina Europea de Patentes para participar en el European Inventor Award 2021, uno de los premios más prestigiosos del mundo en términos de innovación.

“Estoy orgullosa y espero ganar”, dice ilusionada Carmen desde Dublín, mientras anima a apoyar su candidatura en la web habilitada para el voto popular hasta el 17 de junio. Y es que esta emprendedora de 69 años, que pasó de triunfar en el mercado del cuero a renegar de su fabricación tras comprobar su elevado impacto social y ambiental, quiere seguir rompiendo moldes. Si logró ser una emprendedora de exito en un país extranjero en su juventud, ahora, a punto de convertirse en septuagenaria, se muestra como una enérgica empresaria y decenas de proyectos entre manos.

Aunque ya cuenta con varios galardones por su compromiso con la sostenibilidad, todvía se emociona, con una voz dulce y con marcado acento inglés, al recordar todo el trabajo y el esfuerzo que ha dejado en el camino. “Cuando llegué a Irlanda limpiaba hospitales y cuidaba niños por la mañana. Iba a la escuela, trabajaba en un restaurante y estudiaba por la noche”, recuerda sobre los primeros años en su país de acogida. Allí fundó con su pareja y apenas 30 libras su primera empresa de artículos de cuero, con la que llegaron a vender a las mejores marcas de lujo de todo el mundo.

Empresaria autodidacta el mercado del lujo

“Éramos autodidactas, pero el diseño siempre fue mi fuerte. A finales de los 70 solo había artículos con dibujos celtas y nosotros empezamos a hacer bolsos, cinturones y billeteras completamente diferentes. En ese momento yo era una emprendedora de moda en el segmento del lujo, pero después cambié completamente”.

Parte de ese cambio se explica porque su éxito le llevó a la consultoría y a realizar trabajos para la Unión Europea y el Banco Mundial, lo que le hizo, dice, “ir a sitios donde necesitan ayuda de verdad”.

Entre ellos a Bolivia, donde ayudando a cermistas y artesanos textiles fue consciente de la precariedad de unos trabajadores que no tenian ni un edificio donde elaborar sus productos. "Mi responsabilidad era que esta gente tuviera los recursos y los instrumentos necesarios para ir paso a paso. Allí tuve conciencia de que para diseñar hay que pensar en la gente, en la economía circular, en la cadena de suministro y en el proceso de desarrollo de un producto”.

De allí se marchó en 1993 a Filipinas para analizar la industria del cuero, un proyecto que acabaría cambiando su vida para siempre. “Cuando llegué quería saber con quién iba a trabajar, qué recursos tenía el país, cómo era el tejido empresarial… Así que fui a las curtiderías y sufrí un choque extraordinario. ¡Era un auténtico desastre ecológico y social! Mi instinto me dijo que eso no era viable para la humanidad”.

De la consultoría a diseñar un tejido sostenible

Ese descubrimiento del impacto ambiental de la fabricación del cuero llevó a Carmen a entonar el “nunca más” y a apostar por las materias primas y las fibras naturales. Pasó años investigando, ingresó en la Universidad cuando ya había cumplido los 40 para estudiar la industria textil y se graduó con honores. Colaboró con artesanos locales filipinos, montó pequeños negocios y recibió constantes negativas a sus propuestas que rompían los moldes impuestos.

“Vi un gran potencial en respetar las fibras y las tradiciones pero ir un paso más allá gracias a la innovación. Para mí, el diseño es descubrir cómo conectar a la gente, la ecología y la economía. En la comunión de todas estas cosas es cuando podemos hacer algo que tenga integridad para el mundo”, explica sobre su proceso para desarrollar un producto y el origen de su marca 'Piñatex'.

Presume de haber tenido siempre buena vista para el futuro y aconseja flexibilidad y apertura de mente a la hora de emprender un proyecto. Todo eso, quizá, fue lo que le ayudó a encontrar el producto sobre el que construir su sueño. “Me di cuenta de que la fibra de la hoja de la piña tiene unas calidades extraordinarias. Es muy fina, pero es fuerte, es flexible y tiene buena tensión. Cuando imaginé hacer un cuero con ellas, como si fuera la piel de un animal, tuve claro que eso era lo que tenía que hacer con mi vida”.

Así que con ese “ahora o nunca”, Carmen volvió a empezar en 2009. Buscó dinero, escuchó muchas veces el “qué tontería, esto no va a funcionar”, rehipotecó su casa y decidió convertirse en investigadora a tiempo completo.

Lo hizo con un doctorado en el Royal College of Art and Design de Londres, que acabó con 62 años y que le sirvió para convertir su "pequeño trocito" de ese tejido sostenible y fabricado con piña en prototipos industriales y comerciales (en los que colaboraron empresas como Camper y Puma). Todo eso para mostrar al mundo que su diseño podría funcionar. “A la gente hay que enseñarles el producto final, porque muchas veces cuando se trata de una novedad, no sirve la imaginación”.

Emprendedora mayor de 60

Una vez que la idea ya era una realidad quedaba otro paso complicado: convertirla en negocio. Para ello decidió patentar el material que había creado y la forma de producirlo. “Con esta propiedad intelectual busqué capital para sacar adelante mi startup. startupFormé mi empresa en 2016 y pude fabricar mi primer rollo de 300 metros. Fue una maravilla, porque vi que si podía hacer eso, podría fabricar 300.000”.

Recuerda entonces cómo el mercado se abrió a su material sostenible y cómo las pequeñas empresas veganas empezaron a interesarse por una alternativa al cuero que hasta entonces no existía. “Estaba claro que había una gran oportunidad. Así que ahí fuimos otra vez, aunque es verdad que ya tengo un poco de experiencia”, reconoce con modestia la empresaria que vende a grandes marcas textiles como Hugo Boss, H&M o Paul Smith.

Su compañía, Ananas-Anam, extrae las fibras de la piña y elabora parte del tejido en Filipinas y finaliza la elaboración en España, desde donde se realiza la exportación. Ahora buscan nuevos centros de producción y poner su grano de arena para contrarrestar el alto coste medioambiental del mundo de la moda.

“Estamos empezando a contactar con Costa Rica, que es la primera productora mundial de piña y un país con gran conciencia ecológica. También con Bangladesh porque hay gente que necesita estos cambios. Allí hay una gran explotación por parte de la industria de la moda. Hay productores de piña desde hace muchas generaciones, que nos dicen que quieren trabajar con nosotros para gestionar este residuo de la agricultura”.

Derribando barreras

De este camino, Carmen dice sentirse especialmente orgullosa de su nominación al premio Europeo de Innovación para reivindicar el espacio de la mujer en el mundo científico. “En esta edición, de los 22 finalistas en cinco categorías, solamente somos tres mujeres. Esto tiene que cambiar”.

Lo asegura reflexionando sobre todas las barreras que ha tenido que superar en este medio siglo de vida profesional. “Las barreras internas son las más importantes y las más difíciles. Ahora soy mayor y no tengo ningún problema, pero he sentido muchas veces que no era suficientemente buena. Vas a reuniones en las que solo hay hombres, y ves que no te toman en serio porque eres mujer, porque soy pequeña, y porque no grito al hablar. Pero aun así digo las cosas muy claras. Tenemos que tomar conciencia de que realmente tenemos que estar allí”.

También presume ahora, a sus 69, de la experiencia, de los proyectos para nuevas patentes y de sus planes para poner en marcha una fundación en España. “Cuando la gente me pregunta si me retiro, pienso: “Qué tontería, este es mi tiempo”. Bueno, es verdad que me canso más y no puedo trabajar hasta las doce de la noche. Pero es que, ¡no quiero hacerlo!. La experiencia también te enseña que hay que saber cuidarte y encontrar tiempo, de calidad, para pensar”.