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Errores al repostar que te pueden costar caro: desde usar el surtidor equivocado hasta no pedir ticket

Repostando. EP/Archivo
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Bajo la apariencia de un acto anodino y cotidiano, que realizamos casi de forma automática, como es el hecho de repostar nuestro vehículo habitual, se pueden esconder una constelación de riesgos latentes que, lejos de quedarse en simples anécdotas, pueden traducirse en pérdidas económicas de distinto calado, la vulneración de garantías legales o incluso en la aparición de daños mecánicos irreversibles. 

La costumbre de ir a la gasolinera en modo automático, y no como un lugar en el que cada gesto importa, es el primer error. En la era de la prisa y la rutina acrítica, conviene plantearse algunos de los pasos que damos cuando toca realizar esta ‘gestión’, empezando por la selección del surtidor, y llegando hasta el ritual de solicitar el ticket de pago.

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Los primeros errores

El drama, a menudo, comienza con la confusión primigenia: un solo momento de distracción y el conductor introduce el surtidor de gasolina en un diésel o viceversa. El desenlace, lejos de ser trivial, puede devenir en una suerte de catástrofe. Un vehículo de gasolina puede aceptar el pitorro del diésel, abriendo la puerta al colapso del sistema de inyección y a averías cuya reparación escapa a toda lógica proporcional respecto al descuido inicial. Basta un giro de llave para comenzar a dispersar el carburante que no es por toda la mecánica del vehículo, multiplicando el daño y el presupuesto de rescate.

La reacción idónea ante este desliz no es la improvisación, sino la quietud. Si somos conscientes del error no debemos poner en marcha el motor, pedir ayuda, y tener en mente que el siguiente paso sería el vaciado del depósito bajo mano experta. Cada intento de “solucionar rápido” es una invitación al desastre, una pedagogía inversa del coste acumulativo.

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Transgresiones invisibles

Más sutil, pero no menos peligrosa, es la vulneración de las normas elementales de seguridad: fumar, dejar el motor encendido, manipular el móvil. Acciones que pueden parecer inocuas en un primer momento pero que, sin embargo, en el entorno saturado de vapores inflamables, pueden desencadenar accidentes de consecuencias imprevisibles. El error, en este caso, es doble: una confianza ciega en la rutina y un desconocimiento de la química inherente al acto de repostar.

Similar es la compulsión de sobrellenar el depósito tras el clic automático del surtidor, intentando exprimir hasta la última gota. No sólo supone un riesgo de producir daños en el sistema de evaporación del vehículo, provocando fallos en el filtro de carbón, sino que también se alimenta un autoengaño, ya que más combustible no equivale a más autonomía, sino a potenciales reparaciones y vertidos innecesarios.

Los detalles a menudo ignorados

Hay, finalmente, un repertorio de omisiones aparentemente menores pero de consecuencias inesperadas. Por ejemplo, si la tapa del depósito se queda mal cerrada, dejamos la puerta a contaminaciones, averías o alertas luminosas en el cuadro. Y eso sin mencionar la posible multa que se nos puede imponer por las autoridades de tráfico.

Otro aspecto al que hay que prestar atención al repostar es a los neumáticos, que si tienen una presión baja no sólo se incrementa el consumo, sino que subrepticiamente también se pone en jaque la seguridad del trayecto.

Finalmente, el ticket, ese fragmento de papel a menudo despreciado y abandonado a su suerte. No pedirlo tras pagar supone también renunciar a la única prueba objetiva de pago, a la defensa ante cualquier cargo indebido, a la posibilidad de deducción fiscal, y, en último extremo, a la posibilidad de reclamar ante un sobreprecio o una irregularidad en el surtidor.

A todo esto hay que añadir el peligro de los que intentan ser más listos que la propia ley. Y es que, ni siquiera al repostar somos inmunes a la delincuencia más creativa. Se han visto robos relámpago mientras el conductor va a pagar en caja y deja el coche abierta, o estafas con falsos pagos solidarios. Esa suerte de pillaje ya forma parte de un nuevo escenario a la hora de repostar nuestro vehículo. Uno que exige de un alto nivel de vigilancia y escepticismo operativo.

La lucidez ante la rutina

Queda claro que el simple acto de repostar no es una simple ‘gestión automática’, sino un ritual de atención y previsión. Desde el error más flagrante al más nimio, todos pueden activar una cascada de consecuencias difíciles de revertir una vez estamos en marcha. La clave está en desacelerar nuestros automatismos, y convertir el repostaje en una secuencia mucho más consciente desde el primer momento, empezando por el tipo de carburante elegido hasta la obtención del ticket. Solo así, el conductor transita del riesgo a la gestión lúcida, del coste imprevisto a la