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Cómo aprovechar los bancos de tiempo en comunidades para tener servicios gratuitos en 2025

Bancos de tiempo. Telecinco.es
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En una era saturada de suscripciones, microtransacciones y tarifas que mutan con la inflación, el acto de dar sin esperar más que reciprocidad medible en horas se antoja casi revolucionario. Los bancos de tiempo, lejos de ser una rareza poscrisis o un experimento de barrio bohemio, se consolidan en 2025 como una arquitectura social subterránea pero en crecimiento, que cuestiona la hegemonía del dinero como único mediador de valor.

Con raíces ideológicas en el mutualismo y la economía del cuidado, estos sistemas organizados de intercambio no monetario devuelven al “tiempo compartido” su sentido literal: una hora ofrecida, sea cual sea su contenido, vale una hora recibida. Clases de inglés a cambio de arreglos de fontanería, ayuda con deberes por acompañamiento a una cita médica. Ningún servicio es más valioso que otro. Solo cuenta el reloj.

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Cuando la economía es también tejido emocional

La fuerza subterránea de los bancos de tiempo no reside únicamente en su lógica económica, sino en su capacidad de generar una economía emocional, vecinal y sostenida por vínculos. En comunidades como las de la red coordinada por la Asociación Salud y Familia, el trueque simbólico se convierte en cemento comunitario: redes de confianza, autonomía relacional y disminución de la soledad no deseada.

Ciudades como Valladolid o Málaga han institucionalizado ya estos sistemas. Valladolid, por ejemplo, ha renovado su gestión pública del banco del tiempo hasta 2028, con presupuestos en alza que permiten digitalizar intercambios, multiplicar talleres presenciales y articular el tiempo no como carencia, sino como activo social transmisible. No es anecdótico: los intercambios registrados ya superan los mil al año, y el crecimiento orgánico no responde a campañas de marketing, sino a boca a boca transformado en complicidad estructurada.

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Además, en un contexto de hiperdigitalización, donde los algoritmos priorizan lo inmediato y rentable, los bancos de tiempo actúan como zonas lentas: espacios de interacción no mediada por pantallas ni eficiencia transaccional, donde la oferta y la demanda se ajustan no por precios, sino por voluntad.

Cómo participar (y por qué importa)

Entrar en un banco de tiempo en 2025 no requiere más que una decisión, la de ofrecerse. Desde esa entrega inicial se activa una red sinérgica. El primer paso suele ser registrarse en plataformas como TimeOverflow o acudir al centro social o cultural de referencia en cada municipio. Después, cada usuario declara qué puede ofrecer, ya sea saber cocinar o acompañar a una persona mayor, y qué necesita. Y ahí comienza el movimiento: no inmediato, pero orgánico y casi siempre profundo.

El tiempo ofrecido se contabiliza en horas, y esas horas son transferibles. No hay “saldo negativo”, solo saldo por redistribuir. La dimensión ética también es central: al participar, no solo se ahorra dinero; se reconfigura la percepción del valor. ¿Por qué vale más una hora de asesoría fiscal que una de compañía para una persona dependiente? La respuesta de estos bancos es simple y transformadora: no vale más. Vale lo mismo.

Este gesto, aparentemente mínimo, tiene implicaciones macro. Al descentralizar el valor, se minan los principios de jerarquía productiva. Al priorizar la utilidad cotidiana y afectiva sobre el rendimiento económico, los bancos de tiempo reintroducen la ternura y la interdependencia como vectores de ciudadanía activa.