La cultura 'low cost' y la urbanización de la sociedad empujan hacia un modelo de grandes explotaciones ganaderas

  • Ingenieros agrónomos creen que no tiene sentido 'criminalizar' las explotaciones simplemente por su tamaño

  • La mayor parte de la sociedad compra en las grandes superficies, que son las que fijan el precio que termina recibiendo el ganadero

  • ¿Quién quiere ser ganadero? Menos del 4% de los ocupados se dedica al sector primario

Menudo pollo se ha montado. Asociaciones ecologistas instando al Gobierno a establecer una moratoria "a cualquier proyecto nuevo" de ganadería industrial. Productores diciendo que no se confunda ganadería intensiva con las ‘macrogranjas’. Pequeños ganaderos pidiendo un etiquetado diferente para las explotaciones familiares. La oposición sacando partido a la ‘polémica Garzón’…

Grande, malo. Pequeño, bueno. Así parece plantearse el debate sobre el futuro de la ganadería en España. Un diagnóstico con el que no están de acuerdo muchos expertos, tampoco los propios ganaderos y que encierra muchas más variables. "Se está criminalizando un determinado tipo de granjas simplemente por su tamaño. La sociedad en general prefiere pensar en la sonrisa de una vaca pastando en un monte, pero no se entra en la realidad ganadera ni productiva", opina Luis Fernando Gosálvez Lara, catedrático de Producción Animal de la Universidad de Lérida.

¿Por qué han crecido tanto las grandes explotaciones? En parte es consecuencia de la urbanización de la sociedad, según Antonio Callejo Ramos, profesor de Producción Animal en la Universidad Politécnica de Madrid (UPM).

"El modelo alimentario actual, low-cost más eficiente y con rentabilidad suficiente. Este fenómeno no es distinto al que se produce en otros sectores productivos”, prosigue Callejo Ramos. “La diferencia es que, en el sector primario, el precio que recibe el ganadero no lo marca él, sino la gran distribución. Y con esos bajos precios y mayor coste de materias primas la única opción es producir en grandes unidades”.

“Todo depende también del producto. Con los pollos es muy difícil criarlos en pequeñas granjas y que salgan las cuentas”, explica Ismael López. Este ganadero tiene 150 vacas y 500 ovejas y vive de la venta de su carne desde hace más de veinte años. Los animales pacen en una enorme finca extremeña de 600 hectáreas que tiene alquilada.

Al ser una explotación extensiva no tiene que preocuparse por la gestión de los excrementos de los animales (como sí ocurre en el caso de las grandes explotaciones y fuente de principales críticas). “El estiércol lo absorbe perfectamente la tierra sin generar ningún problema”, cuenta tras pasar la jornada en el campo.

Su explotación es el tipo de ganadería pequeña y familiar que defiende el ministro de Consumo porque, según él, “genera puestos de trabajo y produce arraigo de la población” frente al modelo de las llamadas ‘macrogranjas’.

La buena o mala gestión depende del gestor, no del tamaño de la granja”, defiende Callejo Ramos. “Es cierto que las grandes granjas suelen operar con criterios más empresariales y la familiar se sostiene, de momento, a base de muchas horas de trabajo, contabilidad 'autoengañosa' o bien tratando de llevar su producto a mercados más próximos y directos, donde obtener mejores precios. Pero la gran mayoría de la sociedad compra en la gran distribución”.

A López no le va del todo mal, aunque reconoce que es un trabajo duro. Precisamente este es uno de los argumentos que se utilizan para explicar el auge de las grandes explotaciones: el relevo generacional. “Tiene que ser algo apetecible para la gente joven. La única forma de que un padre le deje a un hijo el negocio es tener una granja dimensionada que te permita tener vacaciones y fines de semana”, argumenta Miguel Ángel Higuera, director de ANPROGAPUR, la asociación española de productores de carne de cerdo.

Cada vez son menos las personas que trabajan en el campo. En 1978 suponían el 20% de los ocupados y ahora no llegan al 4%.

Ya no es entonces sólo una cuestión de precio y sostenibilidad ambiental, sino de encontrar también a personas que quieran ser ganaderos.

“El tema de la ganadería, el bienestar de los animales, el consumo de carne, la contaminación, el abandono del campo… Creo que Garzón ha metido un poco la pata, aunque el debate que plantea es necesario y muy complejo a la vez”, concluye López. Él, casado y sin hijos, planea jubilarse cuidando de su ganado, pero no hay nadie en su familia interesado en el negocio. "De momento no parece que tenga relevo. Mis sobrinos no creo que se dediquen a esto".