Educación

El "cerebro preadolescente": por qué tu hijo de 10-14 años te pone a prueba (y cómo gestionarlo)

Comprender lo que les pasa, ayuda a los padres a acompañarles. Freepik
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MadridCuando un niño entra en la preadolescencia, de repente, algo cambia. Tu hijo o hija de 10, 11 o 12 años empieza a contestar con sarcasmo, encerrarse en su habitación comienza a ser algo habitual, rechaza los abrazos o discute por cualquier decisión. Como padre o madre, sólo queda preguntarse: ¿qué ha pasado con ese niño que hasta hace poco buscaba mimos y compartía cada detalle de lo que le pasaba?

La respuesta está en su cerebro. La etapa de la preadolescencia es una fase de intensa transformación neurobiológica. Es el momento en el cerebro infantil comienza a reconfigurarse para convertirse en un cerebro adolescente, el cual es más complejo, autónomo y emocionalmente sofisticado. Lo que sucede es que este proceso no ocurre de forma ordenada ni simultánea en todas las áreas del cerebro. Las emociones se hacen más intensas mientras que el autocontrol aún está desarrollándose. Buscan independencia, pero siguen necesitando seguridad. Intentan parecer autosuficientes, pero están emocionalmente más vulnerables que nunca.

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Para las familias puede ser una auténtica prueba de resistencia, lo que antes era sencillo ya no lo es tanto. Entender qué está pasando en el interior del cerebro preadolescente puede ayudar a abrir una puerta a una crianza más consciente, empática y efectiva; y también a reducir la frustración que puede provocar el sentir que siempre están poniendo a prueba.

¿Qué pasa en el cerebro de un preadolescente?

Durante la preadolescencia, el sistema límbico -la parte emocional del cerebro- madura antes que las áreas del córtex prefrontal encargadas del razonamiento, la planificación y el autocontrol. Esto provoca que haya un desequilibrio temporal. Los preadolescentes sienten las emociones muy intensamente, también impulsos y deseos de novedad sin que la regulación consciente sea lo suficientemente estable como para poder controlarlos. Es debido a esto que puede parecer que “actúan sin pensar”, pero realmente están siendo gobernados por una maquinaria emocional donde el freno frontal no está desarrollado y no pueden controlar.

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Por otro lado, entre los 10 y los 14 años, el cerebro vive una fase de reorganización neuronal intensa. Es cuando las conexiones útiles son reforzadas y se depuran las redundantes. Este proceso ayuda a hacer que su cerebro sea más eficiente y adulto, pero, también implica una mayor vulnerabilidad frente al estrés, el entorno y las exigencias cognitivas.

Los preadolescentes también creen que su experiencia interior es única, que todos les observan y se sienten invulnerables o especiales. Aunque pensemos lo contrario: el egocentrismo llega antes de los 15 años. Ellos perciben cada una de sus vivencias como muy intensas y relevantes, aunque a veces estén muy alejadas de la realidad compartida.

El preadolescente intenta “poner a prueba” a los adultos

El cerebro del preadolescente está enfrentándose a continuos cambios, lo que puede provocar que no se sienta tan alineado con su familia y prefiera pasar tiempo con sus amigos, personas a las que ven como iguales: mismas experiencias, mismo sentir y misma forma de ver la vida. Este deseo de autonomía puede generar tensión en las familias. Los niños intentan reafirmar su identidad, tomar decisiones por sí mismos y ejercer un cierto control sobre su entorno. Esta actitud puede verse como desafiante o desobediente para muchos padres.

Sumado a los cambios que se están produciendo en su cerebro, hay que añadir las transformaciones físicas que se dan desde los 10 a los 14 años. Las hormonas comienzan a entrar en juego provocando un crecimiento rápido o la menstruación. En estos momentos las emociones se vuelven aún más intensas, amplificando su estado emocional y haciendo que la impulsividad sea mucho mayor. Esto se traduce en reacciones aparentemente exageradas o irracionales a ojos de los padres.

Además, los preadolescentes tienen una sensibilidad mucho más notable frente a la presión social, comparaciones y críticas. Lo sienten todo mucho más intensamente. De la misma manera, la autoestima, especialmente en las niñas, puede volverse mucho más frágil, de una manera más significativa cuando se habla de las apariencias y el propio cuerpo.

En ocasiones, están explorando qué límites toleran los adultos, qué reglas pueden negociar, cuáles son las expresiones emocionales que reciben respuesta positiva y cuáles pueden ser interpretadas como amenazas. Por tanto, no es tanto un desafío, sino más un tanteo. Mientras construyen su propia identidad y su cerebro se forma, están intentando calibrar el entorno adulto.

Cómo gestionar estos cambios

Lo primero y más importante es favorecer espacios donde no haya juicio, para que el preadolescente pueda expresarse sin miedo. Validar sus emociones, aunque no se apoye lo que hagan, es importante para que pueda sentirse comprendido y no esté tanto a la defensiva. En relación con esto, los adultos deben establecer límites claros, pero estos deben ser negociados y consistentes. No se recomienda imponer, es mejor explicar el por qué de cada una de las reglas marcadas para que puedan entenderlas y reflexionar sobre ello.

Se les debe dejar que tomen pequeñas decisiones de su día a día, como escoger la ropa o gestionar su tiempo para deberes o tiempo libre. Según vayan creciendo, se les puede dejar que asuman más responsabilidades. Esto también puede ayudarles con su autoestima, algo que en esta etapa es esencial, ya que pueden sentirse especialmente vulnerables. Se deben elogiar sus esfuerzos, no solo sus logros. Ayudar a que descubran cuáles son sus talentos y fortalezas, que encuentren aquello que les gusta, ya sea en actividades deportivas, artísticas o intelectuales. Deben sentirse valorados por quienes son y no por lo que consiguen.

Por último, se debe poner especial cuidado en aquello que ven en sus dispositivos móviles. Se recomienda establecer horarios, supervisar aquello que ven y promover actividades que no impliquen pantallas como deporte o lectura. De esta manera, se les ayuda a preservar su salud emocional y física.