Educación

Etiquetar a los niños como “vago”, “listo”, “difícil”; así afecta su desarrollo académico y emocional

La alternativa es elogiar procesos, esfuerzos y conductas concretas
La alternativa es elogiar procesos, esfuerzos y conductas concretas. Freepik
Compartir

MadridTanto en casa como en clase, expresiones como “qué listo eres”, “siempre haces lo mismo” o “eres muy vago” se repiten casi sin pensar. Son frases aparentemente inofensivas que pueden tener un impacto profundo en el desarrollo emocional del niño. Las etiquetas, tanto positivas como negativas, tienen el poder de moldear la manera en la que los se perciben a sí mismos, y en consecuencia, la forma en la que actúan y aprenden. Estos simples comentarios, pueden convertirse en filtros a través de los cuales los niños interpretan su valor, sus capacidades y su lugar en el mundo.

Distintos estudios en psicología del desarrollo y pedagogía han confirmado que etiquetar a los niños condiciona su autoestima, su motivación y sus relaciones con los demás. Cuando un niño empieza a interiorizar que es “el vago de la clase” o el “difícil en casa” tiende a actuar en función a esa narrativa, perpetuando una imagen que tal vez no refleja su verdadero potencial. También sucede lo mismo con las etiquetas positivas. Éstas pueden convertirse en una carga cuando al niño “listo” le da pánico equivocarse o al “responsable” le puede costar pedir ayuda.

PUEDE INTERESARTE

El etiquetado y sus consecuencias

El etiquetado consiste en asignar adjetivos o juicios globales que definen al niño según una conducta puntual: “eres vago”, “eres desordenado” o “eres muy listo”. Pero estas simplificaciones pueden instalarse en la mente infantil como rasgos permanentes, marcando su identidad personal de manera rígida.

Estudios en pedagogía y psicología concluyen que las etiquetas tienen un efecto autolimitante, debido a que el niño interioriza un mensaje que puede convertirse en una profecía autocumplida. Así, un niño que es etiquetado como “vago” puede terminar comportándose de esta forma por alinearse con esas expectativas.

PUEDE INTERESARTE

Esto tiene relación con el efecto Pigmalión, descrito por Rosenthal y Jacobson en 1968, el cual expone cómo las expectativas de los adultos influyen en el rendimiento de los niños. Básicamente, si se cree que un niño va a rendir bien y se le hace saber, es muy probable que lo haga.

Sin embargo, el efecto puede activar tanto el refuerzo positivo como el negativo. Un docente o padre que teme que el niño sea “difícil” o “vago” puede tratarlo con menor atención o expectativas, privándole de oportunidades para aprender y reforzando su etiqueta. Esto puede provocar un círculo vicioso que termina reforzando una conducta no deseada.

Cuando se etiqueta positivamente a un niño como “muy listo” puede parecer beneficioso, pero también tiene efectos adversos. Se asocia al éxito inmediato, pero también puede sembrar el miedo al fracaso. Si un logro deja de llegar, el niño puede empezar a sentir que ha perdido su identidad y reducir su esfuerzo por evitar “decepciones”. Hay niños para quienes “todo sale bien naturalmente”, pero no han aprendido a esforzarse. A la hora de enfrentarse a tareas más complicadas, se bloquean por miedo a perder esa reputación de “listos”. Esto puede provocar ansiedad y evitar aprendizajes fundamentales.

Por otro lado, cuando se identifica a un niño como “torpe”, “vago”, “desordenado” o “difícil” no solo limita su identidad, sino que denigra su autoestima, especialmente si esas palabras vienen de una figura de autoridad. A menudo, estas etiquetas esconden problemas reales como dislexia, falta de motivación o estrategias inadecuadas de aprendizaje.

Varios estudios han señalado que estos niños pueden dejar de intentar esforzarse, esperan poco de sí mismos y evitan tareas por anticipar un fracaso, que ellos ven asegurado. Su rendimiento académico y emocional se deteriora por haber asumido estas etiquetas impuestas.

Estas etiquetas afectan no solo lo interno, sino también el comportamiento del entorno hacia el niño. Compañeros, profesores o familiares pueden tratarle de manera diferente, validando expectativas negativas. De hecho, en contextos grupales, estas etiquetas pueden conducir al aislamiento, al bullying o a la pérdida de confianza. Algunos ejemplos que creemos inofensivos podrían ser “eres muy tímido”, lo que puede llevar a que el niño se aísle; “no sirve para este deporte”, lo que conduce a que deje de esforzarse en mejorar. Estos comentarios refuerzan roles y hacen más complicado que el niño aporte en otros ámbitos.

Cómo sustituir estas etiquetas por elogios efectivos

La buena noticia es que se pueden dejar atrás estas etiquetas sin perder la oportunidad de valorar una conducta. La clave está en elogiar acciones, no personas. En lugar de “eres muy listo”, mejor decir: “has organizado muy bien tus ideas para resolverlo”.

Cuando se quiere corregir un comportamiento, en vez de recurrir al típico “eres muy desordenado”, se puede decir: “gracias por recoger tus materiales, aprecio que mantengas el orden”. Este enfoque fortalece la autoestima y promueve el crecimiento, evitando la rigidez identitaria.

Es esencial también evitar expresiones absolutas como “siempre” o “nunca”. Estas expresiones estigmatizan, mientras que validar momentos de cambios, relaja la perfección y fomenta la resiliencia.

Se tiene que tener en cuenta que las etiquetas, ya sean positivas o negativas, tienen la capacidad de construir una narrativa en el niño que puede asumir como su identidad, limitando su desarrollo, amparando miedos o dificultando el cambio.