Educación

¿Estás sobrecargando a tu hijo? La ciencia detrás del "burnout" infantil o adolescente y cómo evitarlo

Agotamiento emocional o desmotivación son algunos de sus síntomas
Agotamiento emocional o desmotivación son algunos de sus síntomas. Freepik
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MadridCada vez son más frecuentes los casos en los que se puede ver cómo niños y adolescentes empiezan a tener síntomas de agotamiento tanto emocional como físico que van más allá del cansancio habitual. Lo que hasta hace poco se asociaba únicamente al estrés laboral en adultos, el conocido burnout, hoy también se reconoce en la infancia y la adolescencia. Los menores no solo se tienen que enfrentar a exigencias académicas cada vez más intensas, sino también a actividades extraescolares, expectativas familiares y la constante presión social.

El burnout infantil o adolescente se manifiesta como una combinación de desmotivación, ansiedad, fatiga y sensación de incompetencia. Sus efectos no se quedan en el ámbito escolar, también afectan a la autoestima, relaciones sociales e, incluso en la salud física. Reconocer las señales a tiempo y entender cuáles son los factores que lo desencadenan es fundamental para poder prevenir consecuencias a largo plazo, como ansiedad escolar, depresión o abandono escolar.

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Qué es el burnout infantil y adolescente

Cuando pensamos en burnout, o síndrome de agotamiento, se suele asociar al mundo laboral. Adultos que llegan al límite tras semanas o meses de exceso de trabajo y estrés prolongado. No obstante, la investigación reciente muestra que este fenómeno también puede afectar a niños y adolescentes, y que sus consecuencias van mucho más allá del simple cansancio físico.

Se trata de un estado de agotamiento emocional, cognitivo y conductual que se produce cuando las demandas académicas, sociales y familiares superan a lo que el menor puede soportar. Según un estudio realizado por la Universidad de Valencia, alrededor del 20-25% de los adolescentes españoles presentan signos muy claros de agotamiento emocional relacionado con la escuela y las actividades extracurriculares, un porcentaje que ha aumentado con el paso del tiempo debido a la intensificación de los horarios escolares y la presión por un buen rendimiento.

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Los síntomas que suele presentar el burnout infantil son diferentes a la fatiga ocasional, teniendo manifestaciones complejas y multifactoriales, que pueden afectar tanto a la mente como al cuerpo.

Por un lado, el niño o adolescente se siente constantemente cansado, irritable y desmotivado, incluso después de haber dormido o de períodos de descanso. No solo es sueño, se trata de una sensación profunda de falta de energía emocional. También se suele perder el entusiasmo por actividades que antes disfrutaba, se desconecta de los estudios y evita tareas que necesiten de concentración. Esto puede derivar en un descenso del rendimiento escolar.

Además, también puede tener síntomas físicos como dolores de cabeza, molestias estomacales, alteraciones del sueño o cambios en el apetito. Estos síntomas son frecuentes y reflejan cómo el estrés crónico puede impactar en la salud física de los niños y adolescentes.

Por último, muchos adolescentes pueden desarrollar una percepción de fracaso constante, creyéndose la idea de que “nunca hacen lo suficiente” o que no pueden cumplir con las expectativas familiares o escolares.

Cómo se puede diferenciar del estrés habitual

Es algo común que los niños y adolescentes puedan experimentar momentos de cansancio o frustración, sobre todo en periodos de exámenes o actividades intensas. No obstante, el burnout se caracteriza por su persistencia y acumulación. Mientras que el estrés puntual puede resolverse con descanso o apoyo emocional, el burnout se puede prolongar durante semanas o meses, generando un círculo negativo: cuanto más sobrecargado esté el niño, menor es su capacidad de afrontar nuevas demandas, lo que puede hacer mucho más intensa la sensación de agotamiento y fracaso.

Varios estudios han demostrado que el burnout infantil no suele aparecer por una única causa, sino por la interacción de múltiples factores: exigencias escolares crecientes como cargas de deberes excesivas, presión por sacar notas altas o por tener competencia con sus compañeros; también por una sobrecarga de actividades extraescolares que pueden limitar mucho el tiempo de ocio y descanso; unas expectativas familiares y sociales muy altas donde los padres pueden proyectar ambiciones académicas, sentir presión por las redes sociales o sentir una comparación constante con otros; y por último, una falta de tiempo libre y desconexión que impide la recuperación emocional y mental.

Cuando no se detecta a tiempo, el burnout puede derivar en consecuencias más graves: ansiedad, depresión, notas bajas, conflictos con compañeros o familiares e incluso, síntomas psicosomáticos persistentes. Un reconocimiento temprano y una intervención rápida son claves para evitar que estas consecuencias se puedan cronificar y afecten al desarrollo del menor.

Algunas recomendaciones para los padres son: evitar comparaciones y expectativas poco realistas y entender que cada niño tiene su propio ritmo y capacidades; valorar más el esfuerzo que el resultado, elogiando el trabajo realizado y la dedicación puesta; fomentar hábitos de autocuidado, que tengan una buena higiene del sueño, una alimentación equilibrada y tiempo de ocio y, ofrecer apoyo emocional constante, que ellos sientan que están a su lado y que vean que los errores o dificultades son parte del aprendizaje para reducir su ansiedad y miedo al fracaso.